Adriana Basualdo, de Matrimonios y algo más a chef en Miami: “No me gustaba la fama y muchas primeras figuras eran insoportables”
Durante doce años trabajó con continuidad en televisión hasta que ya no se sintió cómoda y decidió cambiar de vida
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Retirada del mundo del espectáculo desde hace ya varios años, Adriana Basualdo vive en Miami con su familia y trabaja como chef. ¿Qué fue de la vida de la actriz que arrancaba risas en Calabromas, Matrimonios y algo más y Polémica en el bar? “Trabajé durante doce años sin descanso hasta que un día ya no me sentí cómoda y me fui”, dice Basualdo y asegura que no extraña el medio.
Sus comienzos fueron en los ‘80, en el Conservatorio Nacional de Arte Dramático, en donde conoció a Lorena Bredeston (hija de Guillermo Bredeston y Nora Cárpena) y a Iliana Calabró, hija de Juan Carlos, quien apenas la vio le dijo: “Mañana te quiero trabajando conmigo”. “Y así fue-recuerda Basualdo-, pero para mí era el papá de mi amiga y no una figura de la tele. Arranqué en Calabromas, reemplazando a Adriana Brodsky que se había ido”. Así, la suerte, o el destino, quisieron que entrara a estudiar y a trabajar al mismo tiempo. “Ya hacia teatro vocacional y en casa era algo natural que no estuvo en discusión: mi mamá (Ofelia Pedotti) era escritora y mi papá periodista, se llamaba José Basualto y fue quien inauguró el noticiero en el viejo Canal 7. Trabajé a full durante tres años en Calabromas y me fui del Conservatorio porque, con la democracia, llegaron todos los artistas que habían estado exiliados y en ese momento los actores que trabajábamos en la televisión estábamos mal vistos. ¡Cómo yo podía trabajar en un programa cómico y estudiar arte dramático! Después hice Matrimonios y algo más, De carne somos, Polémica en el bar. Trabajé 12 años con continuidad”, rememora en diálogo con LA NACION.
-¿Y qué paso después?
-Me di cuenta de que eso no era lo mío y me fui. En realidad es una profesión que elegí a los 8 años cuando fui por primera vez a ver El conventillo de la Paloma, con mi abuela. Después me di cuenta que no me gustaba la fama sino que la padecía. La disfrutaban los de mi alrededor, por el beneficio que da la popularidad, pero yo no. Nació mi primer hijo, estaba haciendo Detective de señoras y en ese momento también trabajaba en el banco de La Rioja.
-¿Estabas cuando César Pierri tuvo el accidente relacionado a los efectos especiales que se usaban en el programa? Quizá esa tragedia aceleró tu decisión...
-No, en ese momento no estaba, pero César y yo éramos carne y uña. Lo cuidé, lo dejé para que lo operaran y a las dos horas me llamaron para decirme que había muerto. Eso no tuvo nada que ver, la mía era ya una decisión tomada. Además empezó a tener poco valor el hecho artístico y todo servía si te operabas las lolas o la cola y eso no me interesaba. Me quedé con el banco, donde arranqué como cadete y terminé como jefa de cinco sectores.
-¿Y cuándo apareció la cocina en tu vida?
-Siempre cociné, pero era un hobby. Lo que realmente me calentaba la sangre era la cocina. Tuve heladerías en una época y decidí estudiar la carrera de chef y después la de panadero y pastelero profesional y la de sushi. Ya tenía a mis dos hijos, Yago y Syro, y me levantaba a las 4 de la mañana para estudiar. En 2008 nos mudamos de Capital a El Remanso, en Exaltación de la Cruz, en el medio del campo. Ahí hacía catering de sushi y mi marido tiene una fábrica de muebles y sillas. Estuvimos diez años viviendo sin peligro y en 2018, entraron a robar tres veces, y la última tuvieron a mi hijo mayor con un arma en la cabeza durante 45 minutos esperando que llegara mi marido. Al otro día decidimos irnos de la Argentina y vinimos a Miami.
-Un hecho de inseguridad te empujó entonces a cambiar de vida. ¿Te adaptaste rápido?
-Fue difícil al principio porque los chicos tenían a sus amigos allá, iban al colegio, pero les pedimos que nos dieran una oportunidad. Presentamos una visa de inversión, nos dieron cinco años en los Estados Unidos y les dije que si pasaba ese tiempo y no se adaptaban, podían volver con el idioma bien aprendido. A los seis meses decidieron que ya no volvían a la Argentina.
-¿Cómo te ganas la vida en Miami?
-Salí a trabajar, título en mano, y soy chef de una mansión que hace eventos para 1500 personas y además tengo un emprendimiento de pastas artesanales como las hacía mi abuela (@dysafood). Nos adaptamos y vivimos seguros, tranquilos en Pembroke Pine, a unos 40 km de Miami Beach. Es muy parecida la vida que hacíamos en Exaltación de la Cruz. Me vine buscando seguridad física y económica, y eso lo encontré.
-En estos años, ¿alguna vez intentaste volver a trabajar como actriz?
-No, porque la estaba pasando mal. Yo me divertía en el escenario, nunca tuve nervios ni sentí la adrenalina de la que hablan los actores; era como el living de mi casa, pero no disfrutaba de la fama. Fue una época de mi vida, otra etapa. Entendí que no era lo mío porque no me gustaba la noche, ni salir, ni maquillarme, ni nada que tuviera que ver con ese foco de consumo.
-¿Te quedaron buenos recuerdos?
-Alejandra Majluf es una gran amiga y Alfonso Pícaro fue como mi padrino artístico y fuimos muy amigos, como un papá postizo. El trabajo era divertido y fácil, no me generaba estrés, pero no puedo hablar bien de mucha gente, la verdad. Durante doce años trabajé con todos y nunca tuve ninguna propuesta deshonesta, pero si conocí a mala gente que no querría volver a cruzarme. Recuerdo con mucho cariño a Luis Landriscina con quien hice La estación de Landriscina durante dos años, buen tipo, buen compañero. También tengo un buen recuerdo de Gerardo Sofovich, con quien hice Polémica en el bar, era la diariera y entraba con la quinta o la sexta, casi en vivo. Era la época de oro y en la mesa estaba Tita Merello. Arnaldo André es otro grande, hicimos Amándote. Lindos recuerdos de algunas personas y de otras prefiero olvidarme, muchas primeras figuras eran insoportables. La gente de Matrimonios y algo más era muy amorosa en general, como Mirta Busnelli, Edda Bustamante, Zulma Faiad, Rodolfo Ranni y Gianni Lunadei.
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