Hace nueve años, el actor fallecía en una clínica porteña, víctima de una salud quebrantada por las adicciones y una vida desprolija, las muertes de sus amigos Alberto Olmedo y Carlos Monzón lo habían sumido en una profunda depresión y el abandono físico
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Fue el prototipo del macho argentino de un tiempo patriarcal. Lo apodaron “Facha”, un mote que fagocitó al hombre para construir un personaje todopoderoso. Sus dotes de galán y su seductora manera de hablar lo llevaron a comerse el mundo con el mismo vértigo con el que descendió hasta los abismos de las adicciones, los problemas de salud y la pobreza.
Adrián Martel no fue un gran actor, acaso porque su norte no estaba depositado en la vida artística, sino en esa fama furibunda que abre puertas insospechadas, cosecha amigos de ocasión y logra cumplir cualquier deseo, incluidos los amorosos o meramente sexuales.
El “Facha” tuvo a las mujeres que quiso. Sus buenos modos lo alejaban de otros señores de su estirpe, más rústicos y menos sutiles. Acaso ese desfile de señoritas que satisfacían sus necesidades primarias y alimentaba su ego, fue la razón por la que no logró el amor perdurable ni sostener su matrimonio.
Cuando la fama terminó, muerte de Alberto Olmedo mediante, los amigos del campeón desaparecieron y aquella familia que se había quebrantado fue la que lo ayudó a morir con dignidad un 21 de febrero de 2013, a sus escasos 64 años que, en su cuerpo maltratado, simulaban muchos más.
Nace una estrella
Julio César Martínez, tal el verdadero nombre de Adrián Martel, nació en Buenos Aires, el 26 de abril de 1948. Según contó alguna vez, mientras el nacía, Eva Perón visitaba la maternidad y le habría deseado suerte a su mamá minutos antes del parto.
De adolescente cultivó su pasión por la ropa y el buen vivir, pero, como en su casa no sobraba nada, precozmente comenzó a cultivar la afición por las ventas, amparado en su innato espíritu de seducción y un habla que encandilaba. Sabía cómo vender y, si se trataba de espejitos de colores, daba igual.
Fiel a su espíritu mercantil, de muy jovencito manejó una joyería. Fue en ese tiempo cuando conoció a una adolescente de 18 años de nombre Cristina Furri, quien aún no había terminado el secundario, pero soñaba con ser una modelo famosa. Julio César, aunque ya estudiaba teatro, aún era un ignoto que se ganaba la vida atendiendo al público detrás de las vitrinas que amuchaban objetos valiosos.
Cristina Furri observaba las dotes de Don Juan del galán que la había enamorado, pero la atracción inmediata pudo más. Un corto noviazgo y convivencia. Cuando ella cumplió los 25, nació Román, el primer hijo de la pareja. Sin embargo, al año el matrimonio se separó. “Me gustan todas las mujeres, no lo puedo evitar”, le había dicho a su mujer, quien no toleró el planteo y dio por terminada la relación. Al tiempo, Cristina rehizo su vida con otra persona, con quien tuvo más hijos.
Ya había probado suerte como jugador de fútbol en Mar del Plata e intentado la carrera de Derecho. Está claro que lo suyo estaba en otro lado. Entre decisiones vocacionales y separaciones, Martel estudiaba teatro con Marcelo Lavalle, en el mismo taller en el que participaba un joven llamado Claudio Levrino. Dicen que no podía con su genio y solía apalabrar a sus compañeras de grupo.
Luego de integrar el elenco de La dama del Maxim´s, cuya temporada se realizó en el teatro Astral porteño, empezó a golpear las puertas de los canales. Uno de sus primeros bolos lo hizo en Un mundo de veinte asientos, la novela protagonizada por Levrino, su compañero de estudios. En poco tiempo, Adrián Martel, ya con el nombre artístico que le había sugerido la autora de culebrones Nené Cascallar, comenzaba a transitar un camino de mayor popularidad. Cuando hizo Un departamento de comedia, con Emilio Disi y Dorys del Valle, su pequeño cartel comenzaba a instalarse. Atrás habían quedado los efímeros tiempos de la fotonovela.
En lo personal, Martel ya había dejado las joyas y ahora era un experto vendedor de ropa de marca que compraba en Buenos Aires y en frecuentes viajes al exterior. Para hacer diferencia, el “Facha” entraba a Ezeiza con esos atuendos que declaraba de uso personal. En simultáneo a su pyme informal, disfrutaba de cuanta señorita se le cruzaba.
Fama mayor, amantes de ocasión
El gran espaldarazo de Adrián Martel se lo dio el cómico Alberto Olmedo. Cuando el actor ingresó al elenco del programa de televisión No toca botón, su vida dio un vuelco radical. Corría la segunda mitad de la década del ochenta y el galán se había convertido en una figurita de moda. Buen decir y mejor vestir, un porte que seducía con solo caminar y una vida social que le permitía codearse con ricos y famosos, mujeres del momento y también gente de vida non sancta.
El “Facha” rápidamente se convirtió en un líder del llamado “clan Olmedo” y había entablado muy buenas migas con figuras como el campeón de boxeo Carlos Monzón, a quien había conocido en 1983, durante el rodaje de la tira Pelear por la vida.
En lo alto de su popularidad, la droga estaba al alcance de su mano para sembrar ese comienzo del fin que no llega a ser percibido tan fácilmente. No faltó quien acusó a Martel de ser el dealer de buena parte de la farándula local, acusación de la que llegó a defenderse en vida.
Fue en este tipo de éxito grande, donde ganaba muy buen dinero con su cachet de actor, cuando su vida laboral se repartía entre el programa de televisión de Olmedo, la filmación de una o dos películas por año y la temporada teatral en los veranos marplatenses, siempre en torno al género de la picaresca pasatista con poca elaboración.
Se le endilgaron mil y un romances. En la danza de los nombres famosos con los que se vinculó aparecieron Mónica Gonzaga, Amalia “Yuyito” González, Noemí Alan y Sandra Villarruel, entre otras “bombas sexies” del momento. También hubo una secretaria de Tato Bores y una ex novia de un sobrino de Raúl Alfonsín. “Facha” era muy discreto y, casi siempre, mantenía sus vínculos en secreto, moviéndose con mucha discreción, razón por la cual ninguna de las relaciones podía ser confirmada.
Triste, solitario y final
En diciembre de 1987, Adrián Martel alquiló una casa en el barrio La Florida de Mar del Plata, ubicada sobre la calle Pedro Zanni. La vivienda tenía varias habitaciones y un metraje excesivo para ser habitado por una sola persona. El actor había decidido que así fuera para poder invitar a todos sus amigos a lo largo del verano.
Fue durante la temporada de 1988, cuando Martel integraba el elenco de la comedia Éramos tan pobres”, escrita por Hugo Sofovich y encabezada por Alberto Olmedo en el teatro Tronador de la ciudad balnearia, donde en escasos 21 días, la vida del “Facha” se desmoronó.
En la madrugada del 14 de febrero de aquel año, Martel pasó la noche con su amiga Alejandra Pradón, dejando en la vivienda alquilada en Mar del Plata a su amigo Carlos Monzón, su pareja Alicia Muñiz y el pequeño niño de ambos. Junto a ellos estaba Román, el hijo de Martel y Furri. Cerca del amanecer, el ex boxeador asesinaba a Muñiz, cuyo cuerpo arrojó desde un balcón del primer piso de la mansión. Cuando Martel se enteró de la noticia quedó paralizado, consternado ante la tragedia, mientras su ex mujer, desde Buenos Aires, intentaba por todos los medios comunicarse con su pequeño hijo que se encontraba sano y salvo.
Pocos días después, en el amanecer del 5 de marzo, Alberto Olmedo caía desde el balcón del piso once del departamento que habitaba en la zona de Varese. La tragedia terminó por devastar a Martel, quien aún no se había recuperado de la muerte de Alicia Muñiz y del dolor que le causaba el destino tras las rejas de su amigo Carlos Monzón.
En tan solo 21 días, el galán del momento, el seductor al que nadie se le resistía, el hombre que pagaba los gastos de sus amigos, ingresaba en una profunda crisis personal y laboral. En ese tiempo, el consumo de drogas ya se había apoderado de él.
Con la sucesión de tragedias, las mujeres comenzaron a alejarse y los amigos del campeón lo perdieron de vista. Solo Cristina Furri, su primer gran amor, fue la que estuvo a su lado para contenerlo. Muy emparentado con Olmedo, los productores preferían no contratarlo. A medida que pasaba el tiempo, Martel se daba cuenta que su rango estelar se había hecho trizas. La vida estalló en sus manos.
A pesar de sus debilidades, Adrián Martel era un buen tipo. Cuando su ex mujer estableció otra relación, su nueva pareja mantenía un excelente trato con el “Facha”. Lo mismo sucedía con los hijos del nuevo matrimonio, por eso Furri no dudó en acompañarlo en el ocaso.
Lejos del rol de galán, el actor de pelo renegrido, tez cetrina y delgadez, engordó 20 kilos y se sumió en una profunda depresión. El buen pasar económico había quedado en el olvido y hasta debió meter mano a ahorros y vender propiedades para sobrevivir. Cuando ya no tuvo nada, dueños de restaurantes lo invitaban a comer gratis, tal como le sucedió en El Corralón, el famoso restó frecuentado por la farándula, donde su dueño le preparaba la mesa para que Martel pudiese alimentarse.
A pesar de haber caído en desgracia, tenía códigos y jamás habló mal de sus mujeres ni de sus amigos, ni siquiera de aquellos que se habían borrado en la desgracia. Tampoco dio detalles del mundo de las drogas y de la gente que consumía con él.
A partir de 2010, fruto de años de adicciones y vida desprolija, el cuerpo comenzó a pasarle factura. Fractura de cadera, afección renal y varios infartos que lo llevaron a tener que hacerse dos bypass. En una de sus reiteradas internaciones, ya con 40 kilos menos, contrajo un virus intrahospitalario que diezmó su cuerpo. Jamás se recuperó.
El 21 de febrero de 2013, Adrián “Facha” Martel moría en una clínica de Buenos Aires, de la mano de Cristina Furri, la mujer que estuvo en las buenas y en las malas. Atrás habían quedado las chicas de ocasión, las modelos famosas y las actrices más bellas. Atrás habían quedado los años de adicciones y vida desprolija. Ya sin fama y casi en el olvido, Julio César Martínez, el hombre detrás del “Facha”, ponía punto final a una vida veloz y riesgosa. Tenía 64 años. Sus restos descansan en el Panteón de la Asociación Argentina de Actores del cementerio de la Chacarita. Con la muerte del “Facha” se cerró un capítulo de la historia de la farándula excesiva.
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