A 17 años de su partida, lo recuerdan sus colegas, quienes no tienen más que palabras de agradecimiento y admiración
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Maestro del humor absurdo, periodista incisivo, afilado observador de la realidad, Adolfo Castelo manejaba la ironía como pocos. Se fue un día como hoy, hace 17 años, el 23 de noviembre de 2004. Tenía 64 años y luchaba contra un cáncer de pulmón desde hacía largos meses. Había nacido el 29 de agosto de 1935, en el Hospital Rivadavia. Fanático hincha de Boca, creció en las calles de Palermo viejo, pateando una pelota de trapo. Peinaba canas ya de joven y el pelo blanco y su voz ronca se transformaron en su sello personal.
Sus primeros trabajos como periodista fueron en las revistas Rico Tipo y Tía Vicenta, en 1957. Dicen que su intención era trabajar como dibujante, pero Landrú -que era el editor- le propuso que escribiera notas de humor político porque sus dibujos dejaban bastante que desear. Le hizo caso. Pasó por la revista Primera Plana y fundó Salimos, en el 1974. Dirigió varios medios gráficos, entre ellos Marcado y Cuatro patas.
A fines de esa década debutó en Radio Libertad con el programa Las ventajitas, junto a Jorge Vaccari y Anselmo Marini. En Radio El Mundo condujo Bolsa de gatos y en Radio Porteña hizo un programa a las 2 de la madrugada, horario inusual hasta ese momento. Fue un pionero en muchas cosas, también en inaugurar la trasnoche radial. En 1977 condujo Claves para bajar de la cama, ciclo en el que nació el inefable personaje Washington Tacuarembó, mago oriental (de la República Oriental del Uruguay) que generaba sombras chinescas para los radioescuchas, dándole así un giro al humor radial. En 1985 hizo Demasiado tarde para lágrimas, en la trasnoche de Radio El Mundo, junto a Alejandro Dolina.
En los años 70 empezó a coquetear con la televisión y condujo Supershow infantil de la mano de Berugo Carámbula y Gachi Ferrari; fue productor de Cantaniño canta un cuento y de Videoshow, programa en el que aparecía de espaldas sin dar señas personales porque contaba chismes políticos supuestamente confidenciales. En 1982 y junto a Raúl Becerra, hicieron el primer noticiero humorístico del país, Semanario Insólito. Fue el antecedente de La noticia rebelde, que condujo años más tarde junto a Carlos Abrevaya, Jorge Guinzburg y Nicolás Repetto. Ambos ciclos cambiaron el humor en televisión. Sus secciones “Pasando revista” y “Papel picado” eran muy esperadas: “Esto empezó porque los medios [gráficos] criticaban a la radio y la televisión, que no podían responder. Entonces lo hice yo”.
Nicolás Repetto lo recuerda para LA NACION: “Adolfo era una persona a la que quise mucho. Gran compañero de trabajo, con mucho humor y alegría. Junto a Adolfo, Raúl, Jorge y Carlos, viví una etapa inolvidable de mi juventud, en La Noticia Rebelde”.
La radio y la tele, dos grandes amores
Castelo también fue parte de Imagen de radio, junto a Juan Alberto Badía; de Club de hombres, de Muestra gratis, de Asociación ilícita, de Gemelos, que hizo con Horacio Cabak, de Medios locos, y de Día D, con Jorge Lanata, entre otros.
La radio nunca dejó de estar presente en su vida: hizo El ventilador junto a Jorge Guinzburg y Carlos Ulanovsky, en Radio América; Turno Tarde, Rompecabezas, Las mañanitas, Fontanashow, Uno por semana, El tiburón blanco, y La venganza será terrible, con Alejandro Dolina, entre otros. Hizo de la ironía y la sátira un estilo periodístico muy particular y dejó su huella en cada medio por el que pasó en sus casi cincuenta años como periodista.
Medios Locos, en Canal 7, fue su último programa de televisión, en 2000. Y cuando falleció estaba trabajando en Radio Mitre con Mira lo que te digo y dirigía la revista TXT. Su última aparición pública fue en el Teatro Colón cuando ganó el premio Clarín Espectáculos como mejor conductor de radio por su programa de Mitre. Cuando subió a agradecer el galardón, se sacó la gorra, mostró las huellas del tratamiento contra su enfermedad y fue ovacionado. “Decir que el premio era también medicina fue la mejor síntesis que encontré. Y la verdad, los estudios posteriores mostraron un gran mejoramiento. Fue eso más los huevos que pongo: me he bancado todo. Aunque no quiero hablar tanto de la enfermedad. Estoy en medio de una pelea feroz”, dijo después.
Padre de Carla y Daniela, (quien falleció en 2011) ambas periodistas, Castelo también fue declarado Ciudadano ilustre de la ciudad de Buenos Aires en 2004.
Alguna vez le propusieron definirse a sí mismo, y entonces dijo: “Soy hijo de inmigrantes, es inevitable que sea melancólico. Tus viejos te transmiten esa nostalgia, esa angustia del que llega a un nuevo mundo. A los diez años, solía caminar por la cornisa de una casa que todavía existe, en Bulnes y Charcas. Eran tres pisos y me movía al borde del vacío, remontaba barriletes. Estaba loco. Quería enfrentar una forma de vivir vacía, triste. Con los años, mis viejos cambiaron, pero las marcas quedan. Eso marcó mi laburo: amo la improvisación, el riesgo, la cornisa. Todo me costó muchísimo. Conseguí lo que conseguí por un esfuerzo fuera de lo común. Soy un hijo de la pelea y además tengo que poner mucha cabeza y mucho huevo. Todo en mi vida tuvo un costo que hubiera preferido que fuera un poco más tierno, más blando. Una dosis de humor ayuda a quitar el dolor.
Y sobre su humor, pensaba: “Siempre manejé el humor absurdo, que es el que me divierte. La sátira y la ironía. Me defino como un ironista. Me adjudiqué ese título porque es de la manera en que vivo. Hay dos caminos claros para mí: la creatividad o el ridículo”.
Cuando falleció, Mario Pergolini lo despidió con una nota en la revista Rolling Stone que decía: “Voy a extrañar muchas cosas tuyas. Las puteadas acompañadas de un ‘te lo digo de onda, tus comentarios en la cancha de Boca, frases como aquella que me dijiste un día: ‘No digas cosas idiotas, incluso si a los idiotas les gusta’, solo porque fui a un programa de chismes a aclarar no se qué boludez. Solo sé que nos produjo dolor que te fueras así, de esta forma. Sé que es la mejor forma, lo sé, pero de ahí a que me guste... Chau, Castelo. Voy a recordarte en las noches compartidas con Dolina cuando recién empezaba en Continental y me dejabas atender el teléfono aunque ya tenía mi programa. Me decías que se aprendía de abajo hacia arriba y tenías razón. Los hombres y mujeres decentes te van a extrañar. Te admiré siempre, me gustaba mirarme en tu espejo e imaginarme a mí mismo así, ya un poco más grande que ahora, con el pelo blanco, con inteligencia, con raptos de humor y con bastante malicia”.
En una producción para la Revista de LA NACION, Castelo reconoció que se hizo fanático de Boca por influencia directa de su hermano mayor. “Como suele ocurrir con los hermanos mayores, que te llevan adonde querés.. y adonde no querés también. Tuve conciencia bostera desde los 12 años, con períodos de mucha locura en los que no me perdía ni un partido, se jugara donde se jugara, en el país o en el mundo. Y otras en las que, sin saber muy bien por qué, dejaba de ir. Igual, siempre estaba al tanto de los resultados. Gozaba, sufría, me emocionaba y me enojaba. Y si Boca perdía, la bronca me duraba veinticuatro horas y un poco más si me verdugueaban”, reconocía entre risas.
Amigos que lo admiraban
El periodista Carlos Ulanovsky también guarda muchos recuerdos de Castelo y algunos los compartió con LA NACION: “Nos conocimos en los años 70, en la revista Mercado, en donde Adolfo colaboró y yo merodeé y en aquel momento la cosa no pasó más allá de la presentación. Lo siguiente que recuerdo, ya en los 80, es que alguien me comentó que Adolfo se había quedado viudo. Y yo estaba en la etapa de imaginarme a mí y a todos mis seres queridos como inmortales y a una desgracia semejante no le di la importancia suficiente. Tal vez pueda entenderlo recién ahora, luego de que a mí también me tocaron golpes semejantes. En 1983 trabajaba en la sección Opinión de Clarín, pero también hacía notas en Espectáculos e hice una crítica negativa a Semanario insólito porque realmente no me había gustado. Tal vez fui injusto con un programa que empezó cuando todavía estaban los militares en el poder y que tuvo mucha estirpe de pionero, de anticipado a su tiempo, y tal vez no lo entendí del todo. Pero se ve que algo de lo que vi me dio bronca y lo manifesté por escrito. Mi mujer, Marta Merkin, se encontró con Becerra y Castelo para hacerles una nota para una revista que se llamaba Feriado Nacional. Acababa de aparecer mi crítica y ellos, sin conocer nuestro parentesco, manifestaron su enojo por lo que la nota decía y me criticaron severamente. Marta, que era muy graciosa y a la que le encantaban esta clase de enredos (probablemente solo para después poder contarlos) esperó subir al auto, poner primera y recién ahí pegarles el grito revelándoles que yo era su marido. Con el tiempo todos nos reímos de esa historia. Hoy solo queda Becerra de testigo para corroborarla”.
“Y lo siguiente fue la etapa que arrancó con El ventilador. Jorge Guinzburg fue el que tuvo la idea y nos respaldó en todo para que pasáramos dos años maravillosos, en donde ganamos admiraciones diversas, buenas críticas, varios premios y muy buen dinero. Guinzburg nos reunió con la idea formal de hacer, entre todos, un buen programa de radio, pero detrás de eso todos entendimos velozmente que su propuesta era lúdica, como reconocernos y encontrarnos en un club de amigos. Superada la obligación, nos gratificábamos en una actividad que a la vez nos daba placer y orgullo, por estar y por participar. Allí lo conocí más y admiré a Adolfo. No sé si fuimos grandes amigos, pero sí puedo asegurar que aprecié su inteligencia, sus ideas tan creativas, sus ideales, su cultura (la de los libros y la de la calle), su infinita gracia y ese don fantástico que, de un segundo para el otro, le permitía transformar cualquier tema en una reflexión interesante”.
Y agregó: “Guardo para mí reuniones inolvidables, larguísimas, intensas o banales, en el restaurante de los Von Quintiero en Las Cañitas o en algún café cercano a su casa. Mientras estuvimos haciendo El ventilador su presencia era fundamental para el estilo del programa. Me refiero a su manera de generar humor, casi mágica, tan natural porque no necesitaba de chistes para hacer reír. Pero también eran un tema sus ausencias y, más precisamente, sus llegadas tarde. Era lógico, a un noctámbulo como él le resultaba difícil arrancar temprano, en un programa que salía a las 9, pero empezaba a prepararse un buen rato antes. Lo formidable eran las excusas que ponía, diferentes en cada ocasión y prueba cabal de su creatividad. Ese vínculo siguió hasta su muerte, que todavía uno no puede ni consentir, ni admitir, ni creer. Él era (podía ser), alternativamente, un padre contenedor, súper canchero y consejero o un niño golpeado, desamparado, necesitado de todo, demandante por una falta de reconocimiento que creía no le había sido otorgado. Muchas veces hablamos de ese costado carente y yo le ofrecía una versión diferente. No sé si eso lo reparó o le alcanzó. Probablemente no. Lo que más le agradezco fue su enorme generosidad”.
Jorge Lanata, colega y amigo de Castelo, compartió con LANACION una poesía que le escribió y leyó en su velorio, en la Legislatura porteña y que refleja todo su sentir: “El abuelo: ¿Y ahora con quién/va a coquetear la Noche?/Viaja el Abuelo entre una lluvia/de teléfonos de chicas,/ideas escritas en servilletas,/pasajes abiertos a Italia,/recortes de diario con los bordes mordidos/y, sobre todo, entre mucha tozudez/tozudez cabrona, gallega, genio efervescente/y maneras suaves/manos de asesino, o poeta/sonrisa de croupier./El dandy quebrado que buscaba paz/murió en la guerra/peleando hasta que los nudillos le sangraron/pelear, peleó/peleó y peleó/peleó contra el cáncer y la estupidez, contra los burócratas y los pobres de espíritu, contra los tiesos, peleó./Peleó también/contra sí mismo/contra esa melaza de melancolía que nunca se pudo despegar./Ansias de qué./Saudades de qué cosa./Lo que estaba por venir nunca llegaba./La Noche, en su flirteo, juraba promesas vanas/melancolía de lo que nunca iba a pasar./Ahora el Abuelo camina descuidado por el Paraíso/como quien camina mirando vidrieras./Supo, de pronto, todo lo que nosotros ignoramos/Supo si la respuesta es simple,/si el dolor termina/Él supo que desde allá nos puede ver/a nosotros, los ciegos(Los que le tendremos que explicar a la Noche que hoy no viene./Ojalá se muriera la Muerte”.
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