El jueves 10, en el cementerio Memorial, en Pilar, la Reina tomó la palabra en nombre de su familia y cantó dos canciones a modo de homenaje
"Cuando me enteré que estaba mal y tenía que venirme salí a nadar. Coqui era un gran nadador y fue quien me enseñó a mí. Entonces se me vinieron a la mente imágenes de cuando era chica, cuando papá me sostenía a flote con su mano y dejaba que yo hiciera mis brazadas. Así fue como padre, siempre apoyándonos pero jamás limitándonos. Nos dio amor y afecto y nos enseñó que la familia y los amigos eran lo más importante en la vida”. Con estas palabras, el pasado jueves 10, Máxima de Holanda inició el sentido discurso que dio durante el entierro de su padre, Jorge Zorreguieta (89), que dos días antes había muerto después de batallar durante veinte años contra un linfoma no Hodgkin que se complicó con una infección pulmonar. Fueron palabras sentidas, salidas del corazón no sólo de una reina, sino de una hija que tuvo una relación entrañable con su padre.
En el cementerio Memorial, en Pilar, la escuchaban de manera atenta su mamá, María del Carmen Cerruti (72), su marido, el rey Guillermo Alejandro de Holanda (50), sus hijas, Amalia (13), Alexia (12) y Arianne (10), sus hermanos menores, Martín (45), Juan (34) e Inés (32), y sus hermanas mayores, María (60), Ángeles (59) y Dolores(52) –fruto del primer matrimonio de su padre con la filósofa Marta López Gil–. También los amigos más cercanos, que llegaron en tres turnos –a las 12, las 14 y las 16–, según las precisas indicaciones que recibieron.
Con una entereza admirable, la Reina se permitió pasar de los recuerdos más personales a las confesiones más divertidas, como hizo al admitir que todos habían heredado de su progenitor su torpeza y distracción. También destacó que –con mamá, o Mamina–, fueron un ejemplo de amor, compañerismo y complicidad y le agradeció a su madre –“en nombre de todos”– el haberle dedicado su vida. “Papá nos enseñó muchas cosas a sus siete hijos. A algunos nos enseñó a nadar, a otros a andar en bicicleta, a mí a manejar. También nos enseñó a encontrar alegría en la música, a ser diplomáticos y conciliadores. Se sentía muy orgulloso de cada uno de sus siete hijos y de sus seis nietos. Chau, viejo, buen viaje”, cerró.
Martín, su hermano que con más fuerza abrazó la pasión que Coqui les transmitió por la Patagonia –vive hace años en Villa La Angostura y muchos de sus recuerdos más lindos, tal como le contó a ¡Hola! tiempo atrás, tienen que ver con los picnics familiares que armaban a la vera de algún río o las salidas a pescar con mosca–, se acercó a ella y pidió que repartieran la letra de “My Way”, la canción preferida de su papá, y de “What a Wonderful World”. “Casi todos las conocemos, así que están invitados a cantar”, dijo el “Zorro”, como le dicen sus íntimos, y se decantó con un dueto junto a Máxima en el que dos amigos los acompañaron con las guitarras. “A papá le gustaba tanto la música que este es el mejor homenaje que podíamos hacerle. Un pedacito de nosotros se va con él y un pedacito de él se queda con nosotros. ¡Cómo le gustaría estar acá cantando”, concluyó ante el aplauso general.
Así cerraron la ronda de homenajes que había arrancado con las palabras de Diego Ibarbia, vicepresidente de la Fundación Vasco Argentina Juan de Garay, cuya presidencia ocupó Jorge durante veintidós años y adonde, para sorpresa del mundo, iba en colectivo aun después de convertirse en el “padre de la Reina”. También compartió sus vivencias el empresario David Lacroze, que remarcó cómo la amistad que mantuvieron durante cuarenta años hizo que sus dos familias quedaran “entrañablemente unidas”. Lacroze habló de la gran pasión que Coqui sentía por el sector agropecuario, de su paso por la Sociedad Rural Argentina o Carbap, entre otras, y de la “calidez y cordialidad extraordinaria que conservó hasta último momento”.
CRONOLOGÍA DEL ÚLTIMO ADIÓS
A las 11, una hora antes de lo que estaba previsto, María del Carmen llegó al cementerio a bordo de un Mercedes-Benz negro. La acompañaban sus hijos Martín (44), Juan (que había llegado desde Viena, donde vive, el martes del desenlace fatal con su mujer, Andrea Wolf) e Inés. Máxima y su familia aparecieron a las 12, a bordo de una camioneta Hyundai polarizada a la que seguían otras tres de seguridad. El Rey, que lucía una barba incipiente que dejaba claro lo inesperado que había sido el desenlace –cuando se enteraron que la situación era crítica Máxima, él y sus hijas estaban de vacaciones en Grecia–, había aterrizado en Aeroparque a primera hora de la mañana con sus hijas, en un vuelo privado. Después de cambiarse en el departamento de Barrio Norte (de unos íntimos amigos)–que Máxima ocupó durante su estadía “estratégicamente cerca de la casa de su mamá y de Fundaleu, donde estuvo internado su papá y lo trataba el doctor Miguel A. Pavlovsky, director médico científico de la entidad–, se unieron al resto de la familia. Eso sí: el chofer no dejó la camioneta en el estacionamiento, sino que los llevó hasta la puerta de la casa donde se reunieron, más alejada de las miradas curiosas.
Debajo de un gazebo, ofrecieron un catering que incluyó empanadas, masas secas, bebidas y café. Adentro de la casa, en dos livings en los que habían ubicado las imponentes coronas florales que llegaron entre las que se destacaba la que mandó la suegra de Máxima, la princesa Beatriz, fueron rotando los invitados, que escucharon unas palabras que dijo Inés Ordoñez, amiga de la familia. Estaban Federico Braun y su mujer, María Freixas, Federico Nicholson, Marcos Uranga, Martín Blaquier y María Marta Rivero Haedo, Eva Soldati, Patricio Peralta Ramos, Camilo Aldao, Francisco Soldati (íntimo de Máxima desde chicos), Martín Cabrales, Roberto Lanusse, los diseñadores Benito Fernández y Graciela Naum, el embajador de Holanda, Martín de la Beij, Azul García Uriburu, Jorge Anzorreguy con su mujer, Silvia Moliné O’Connor, y Alfonso Prat Gay y su novia, Delfina Rodríguez Beccar, entre otros. Si bien algunos especulaban con que el presidente Mauricio Macri y su mujer, Juliana Awada, podrían acercarse a saludar a la Reina, no lo hicieron –la llamaron por teléfono y sacaron un aviso fúnebre de despedida–, quizás porque priorizaron el carácter íntimo de la situación.
UN AMOR “REAL”
Casados desde hace quince años, una de las cosas que más llamó la atención fue el trato de los Reyes entre ellos y con sus hijas: Guillermo Alejandro estuvo pendiente de Máxima y al momento del entierro se mantuvo parado detrás de ella –estaba sentada en primera fila con su madre, su hermana menor, Inés, y su hermana mayor, María, entre otros– tomándole cariñosamente el hombro con su mano. Y no ahorraron en abrazos y besos a sus hijas, que estaban desconsoladas. “Son una familia unida”, reconoció una invitada –para poder acceder al velorio y posterior entierro había que estar en una lista que chequeaban tres chicas en la entrada–, aunque prefirió no identificarse.
También sorprendió el perfecto español que hablan las princesitas, a las que se las vio desenvolverse con total naturalidad entre los amigos y parientes criollos de su familia materna. Y lo pendiente que estaban de su abuela. Sin ir más lejos, Amalia, la mayor y heredera del trono, prácticamente no le soltó la mano en toda la tarde.
Terminado el entierro, los Orange y los Zorreguieta se perdieron con rumbo desconocido. Al día siguiente, a primera hora de la mañana, los Reyes y sus hijas salieron del departamento de Barrio Norte en la misma camioneta Hyundai que usaron el día anterior y se dirigieron a Aeroparque, donde tomaron un vuelo privado para volver a casa. Según se espera, en los próximos días María del Carmen podría unirse a ellos. Todos sus hijos están pendientes de ella y de cómo ayudarla a adaptarse a esta nueva vida, sin el gran amor de su vida. Inés, que es la única que vive en Buenos Aires, seguramente será su gran aliada. Lo mismo que Marcela Cerruti, tía y madrina de Máxima, que desde el primer día de internación –en total fueron siete– se mostró incondicional. El resto de sus hijos ya le avisaron que la esperan en Villa La Angostura, en Viena o en Holanda cuando quiera.
LOS DÍAS DE LA REINA
Máxima retomará su agenda oficial el próximo 24. Hasta entonces, Villa Eikenhorst, el paraíso rodeado de verde donde viven, muy cerca de La Haya, será el refugio más preciado para procesar sus sentimientos, llorar con los suyos y fortalecerse para cumplir con sus obligaciones como reina de los Países Bajos. Por un tiempo, aquel llamado que la sorprendió avisándole que el final estaba cerca sonará una y mil veces. Seguramente, recordará con emoción el último viaje que compartieron en mayo pasado, tras las celebraciones por los 50 años de Guillermo Alejandro. Durante cuatro días, ella, su marido, sus hijas, la princesa Beatriz y los Zorreguieta en pleno visitaron Salzburgo, la zona de los lagos y quedaron fascinados con el pueblo tirolés de Hallstatt.
Hay mucho para procesar… Es que la última internación parecía una más de las tantas que Jorge Zorreguieta tuvo a lo largo de veinte años para someterse al tratamiento de quimioterapia con el que trataba su linfoma. Tanto es así que apenas siete días antes de morir, había entrado caminando a Fundaleu de la mano de su mujer. Y apenas un mes antes, se lo había visto en la gala de la Fundación Zaldívar, en el Alvear Palace Hotel. Dicen quienes cruzaron a la reina de Holanda durante aquellos días de internación e incertidumbre, que los gestos delicados, los “por favor”, los “gracias” y hasta las sonrisas a pesar del dolor (tanto de ella como del resto de su familia) marcaron su paso por el edificio de la calle Uriburu. También que apenas comía alguna ensalada con huevo y una bebida light a las cinco de la tarde. Máxima prácticamente no se movió del lado de su papá: sólo hizo alguna visita a una de sus íntimas amigas en zona norte. Quiso abrazarlo hasta último momento.
El discurso de la reina
“Si papá estuviera acá estaría encantado de tomar la palabra. Como él siempre decía: si hay más de tres o cuatro personas me veo obligado a tomar la palabra. Pero él no puede y me toca hablar en nombre de la familia. Cuando me enteré que estaba mal y tenía que venirme salí a nadar. Para quien no sepa, Coqui era un gran nadador y fue quien me enseñó a nadar. Entonces se me vinieron a la mente imágenes de cuando era chica, cuando papá me sostenía a flote con su mano y dejaba que yo hiciera mis brazadas. Papá fue un gran padre, siempre apoyándonos, sosteniéndonos, pero jamás limitándonos. Nos dio alas, nos dio confianza y nos dio incondicionalidad, pero sobre todas las cosas nos dio amor, cariño y afecto, su palabra de cabecera. Para papá lo más importante en su vida eran los afectos, la familia y los amigos y por eso estaría muy feliz de verlos acá celebrando ese afecto que él se ganó a lo largo de los años. Queremos agradecer a todos los que lo acompañaron, sobre todo a los que lo hicieron hasta último momento. Papá nos enseñó muchas cosas a sus siete hijos. A algunos nos enseñó a nadar, a andar en bicicleta, a navegar, a manejar, en mi caso ese fue un proceso bastante desastroso. También nos enseñó a encontrar alegría en la música, a valorar la familia y la amistad, a ser diplomáticos y sobre todo conciliadores. Nos educó siempre con su gran sentido común y su maravilloso sentido del humor. Ese sentido del humor también lo necesitamos, ya que de él también heredamos su torpeza y distracción. Algo que todavía nos pone en situaciones bastante incómodas. Vasos, botellas de vino, dedos, dientes, todo lo hemos roto. Una vez papá en una misma noche interrumpió un concierto porque se le incendiaba el pantalón y más tarde le tiró la fuente llena de sopa arriba del vestido a la dueña de casa. Esto para decir que quizás nunca podremos igualarlo en su torpeza y en muchas otras cosas. Por supuesto, no hizo todo esto solo, su trabajo, su familia, sus amistades. Siempre tuvo ese motor imparable a su lado, mamá, Mamina. Los dos formaron una pareja que son un ejemplo inigualable de amor y compromiso, complicidad, respeto e increíble dedicación. Mamá, tu dedicación, amor y entrega hicieron que papá llegara hasta este momento. Le dedicaste tu vida y eso lo valoramos y agradecemos infinitamente. Papá, Coqui, te queremos mucho y estamos muy orgullosos de vos. Te agradecemos todo lo que nos has dado, tu sonrisa pícara, tu cariño, tu apoyo incondicional, el orgullo que sentías por cada uno de tus siete hijos y seis nietos y por tu gran alegría de vivir. Chau, viejo, buen viaje”.
- Texto: Lucila Olivera y Sofía Kotler
- Fotos: Tadeo Jones, Juan Ignacio Roncoroni, Pedro Orquera, Fernando Massobrio /La Nación, Getty Images, Reuters, EFE, Grosby Group y Zummapress
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