Cómo fueron los últimos días de la modelo y conductora, que luchó contra un cáncer y dejó una enorme enseñanza en quienes estuvieron cerca de ella
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“De la única forma de la que puedo hablar sobre ella es apuntando a la figura materna, en cómo me crio. Solo puedo pensarla en cómo me ayudó, hasta que ya no pudo más, a desarrollarme. Ella me inculcó los valores que me rigen a mí: ser buena persona, no ser desconsiderado, mantener cierta humildad debido a que uno nació en una situación de mayor privilegio y lo que, de cierta manera, se recibió de arriba está bueno compartirlo con los demás. También fue una acompañante en los valores espirituales, en guiarme en lo que forma parte del ser humano y de su alma”. Axel Btesh habla con aplomo y tratando de contener la emoción al referirse a su madre, la recordada modelo y conductora de televisión Patricia Miccio, quien, un día como hoy, hace diez años, fallecía mientras batallaba contra el cáncer.
“Mi padre fue quien me inculcó cómo funciona la vida en sí misma, él siempre tenía una palabra que era una bajada a la realidad. Mamá, en cambio, era la que se encargaba de inculcarnos los valores que hacen a los sentimientos del hombre. Sin duda, los dos son personas muy importantes para mí”, sostiene el joven, quien tan solo tenía 15 años cuando su madre murió. Celoso de su intimidad, cuida sus palabras hasta que los recuerdos comienzan a brotarle y va desarmando la coraza en busca de recuperar algo de aquel tiempo de presencialidad física.
Miccio estuvo casada Louis Btesh, con quien tuvo a sus hijos Francis y Axel. Luego de aquel extenso matrimonio, inició una relación con Alberto Vijnovsky, quien la acompañó hasta el final de sus días.
-Todos conocemos a la figura pública, siempre de buen talante. ¿Cómo era el carácter de la Patricia Miccio doméstica?
-No se enojaba mucho, pero siempre quería tener las cosas con cierto orden. Era muy pragmática y prolija. Le gustaba hacer todo, porque, si algo no salía como ella deseaba, no es que se enojaba, pero levantaba el dedo.
-Y ahí ardía Troya...
-Te tenías que esconder debajo de la mesa porque te buscaba. De todos modos, y esto me lo enteré mucho tiempo después, la que nos indicaba las penitencias era mi madre, pero el que impartía la orden era mi viejo. La verdad es que no tenía mal carácter, pero lo que no le gustaba la podía ofuscar.
-¿La ves en videos de archivo o te resulta traumático?
-Hay tres videos que me marcan. Tengo unos VHS de Utilísima, que solía ver con ella. También me gusta ver Todos santos, sobre todo los capítulos dedicados a la visita que le hizo al Papa o a Auschwitz. En ese sentido, haber ido a un colegio judío como la ORT, me hizo conectar con la religión de mi padre, pero, como mi mamá era católica devota, iba a misa todos los domingos, su influencia religiosa la recuperé estudiando en la Universidad Católica.
-Hablaste de tres videos, ¿cuál es el tercero?
-Me da un poco de vergüenza decirlo, pero es la pelea entre Baby Etchecopar y Julio Alsogaray, en un programa que hacía mi vieja con el Negro Oro. Es viral ese video.
-Volviendo a las cuestiones vinculadas a la fe, es interesante tu formación en torno al catolicismo y al judaísmo.
-Es que mamá tenía una mirada muy particular sobre las religiones. Se acercó al catolicismo por mis abuelos y por mis tías, pero tenía una cosmovisión de la fe muy especial. Ella pensaba que todas las religiones pregonaban lo mismo: la unión entre los pares, el amor fraterno, el respeto hacia el otro, no juzgar si no se conoce a la otra persona, la unión familiar, pensaba que las religiones debían juntar a las personas y sembrar la paz. De hecho, iba al templo y se ponía a rezar a su manera. Cuando viajaba, podía entrar a una mezquita y buscaba entender una religión que no era la de ella.
-Tus padres se separaron. ¿Tenías buena relación con Alberto Vijnovsky, la pareja que la acompañó en sus últimos años?
-Impecable. Es un señor, no tengo nada que reclamarle. Estuvo cuatro o cinco años con ella y la acompañó hasta el final. Siempre muy presente. Él ya había formado su familia y, sin embargo, no le molestaba que yo, que era chico, estuviese dando vueltas y siendo, quizás, hasta un poco intenso debido a mi edad. No le puedo reprochar nada.
-¿Tenés vínculo con él?
-No. Al principio, fue un shock porque yo vivía mucho en casa de mi madre con él y, de pronto, pasé a no verlo más. A los dos años del fallecimiento, y pensándolo mucho, me di cuenta que la relación que teníamos pasaba por mi madre. Sentí que no había que forzar nada y que, quizás, a él le podía abrir una herida. Tengo el mejor concepto y, si hoy lo viera, me podría quedar hablando media hora sin problemas, siempre está presente.
-Cuando tu madre fallece, vos transitabas la adolescencia, un momento de mucha necesidad del rol materno.
-Era un tiempo de transición, así que fue una montaña rusa de picos y bajos. Se sintió esa ausencia en momentos claves como fue el fin del secundario, uno siempre tiene la fantasía que la madre lo vea con el título en la mano. Lo mismo cuando me recibí en la facultad. Siento que los padres siempre esperan ver cómo sus hijos los superan, fue por eso que, luego de su funeral, fui al colegio. Mamá aparece en diversas situaciones de la vida cotidiana, pienso ¿qué me diría acá?, ¿me putearía, me felicitaría?
"Mamá aparece en diversas situaciones de la vida cotidiana, pienso ¿qué me diría acá?, ¿me putearía, me felicitaría?"
-¿Qué tenés y qué modificaste de ella?
-¿Qué tengo de mi madre? Me gusta conocer gente y ser cordial con el otro. Creo que ser buena persona y educado son características de ella que me inculcó a mí. Valoraba mucho la educación, así que hacer una carrera universitaria es una forma de seguir sus consejos.
-¿En qué no te parecés?
-Mamá tenía un tacho lleno de revistas nacionales e importadas, era muy cholula, y le gustaba leerlas para ver si la mencionaban. En cambio, hoy en día prefiero alejarme de todo eso, ni siquiera subo una foto en Instagram. Es que me quedó el recuerdo de tener siempre a mi mamá rodeada de cámaras y yo sentía una especie de invasión, me escondía detrás de ella.
-Uno la veía como una mujer muy afable, de cierta perfección, si tal cosa existiera.
-Yo creo que la perfección son las virtudes, errores y defectos que nos hacen humanos. Cuando se daba un tropezón, le costaba reconocer que el error había sido su responsabilidad y trataba de buscar una justificación, a veces medio tirada de los pelos. No era negación, sino que se enroscaba con el propio error. Insistía y se volvía a chocar con la misma pared.
-Buscaba la perfección.
-No diría que era perfeccioncita, sino detallista. Si hacía un regalo, lo acompañaba de una carta escrita de su puño y letra. Será por eso que, si había algo que no salía como ella quería, se ponía un poco nerviosa.
-En público, tenía un tono muy moderado, ¿gritaba?
-No, el que gritaba era mi padre. Ella, en cambio, hacía algo que era mucho peor.
-…
-De pronto, si me había portado mal, ella me decía: “No te voy a hablar por un día”. Y no me hablaba. Estábamos en la cena y mi padre decía: “No te quiere hablar, no puedo hacer nada”.
-¿Qué le decías?
-”Hablame, por favor, perdóname”. Yo creo que era mucho más pedagógico eso que cualquier otro castigo o un grito. Aunque recuerdo que me gritó en un shopping cuando me fui a jugar a los fichines y ella se asustó mucho, porque me había escondido por media hora pensando que era una joda graciosa. Se enojó mal, me tiró del pelo, típico de madre.
-¿Qué trabajos recordaba con más cariño?
- Le encantaba levantarse e irse a trabajar, le gustaba mucho estar en televisión. Los programas que más feliz la hicieron fueron Utilísima, Cotidiano con el Negro Oro y Todos santos.
El final
-¿Cuánto tiempo estuvo enferma tu mamá?
-Podemos marcar dos instancias. La primera fue cuando, en el 2000/2001, le encuentran un pequeño bulto debajo del pecho. En ese momento, a mis seis años, no tenía tanta dimensión del problema, de lo que sucedía a mi alrededor, aunque siempre hay una percepción. De todos modos, mi padre y mis tías me cuentan que, estando ella acostada en la cama luego de una quimio, yo le acercaba una almohada y se la ponía debajo de los pies, porque percibía que estaba mal. De todos modos, mamá trataba de disimularlo para hacérmelo más ameno a mí. Me saco el sombrero ante eso. Ante las adversidades, estando ella mal, siempre trataba de hacerlo más llevadero para el otro.
-De esa primera declaración de la enfermedad se recuperó muy bien.
-Sí, incluso comenzó a involucrarse en campañas de prevención del cáncer de mama, colaboró con la Casa Ronald como embajadora, ayudó en las inundaciones de Santa Fe despachando camiones con agua y alimentos, y se reunía con el padre de Santa Ana, que fue quien la veló. Siempre fue una mujer muy solidaria, pero luego de la enfermedad todo eso se potenció, sentía la obligación de ayudar a la gente. Es como que había vuelto a la vida muy sensible, el dolor ajeno lo sentía el triple. Había empezado a vivir al ciento por ciento.
-¿Cuándo vuelve a aparecer el diagnóstico?
-Se hizo unos estudios en diciembre de 2010, ahí fue cuando le dijeron que era muy tarde y, creo que le confirmaron que se había hecho una metástasis. Si mal no recuerdo, el segundo cáncer también fue de mama y se le había hecho metástasis al estómago y a todo el sistema digestivo. No había mucho para hacer. Le dijeron que no se podía hacer nada, calculo que le habrán anticipado unos seis meses de vida. Cada vez se fue poniendo peor, a mí me iban ocultando algunas cosas, era un chico de quince años. Pero si a mis seis años me daba cuenta de lo que pasaba, a los quince mucho más.
-¿Cómo fueron esos meses?
-Las amigas venían mucho más seguido a casa, la familia cada vez se juntaba más seguido a comer. Ese fue otro cambio abrupto luego de su muerte, porque ella era el núcleo de la familia materna, la que organizaba las reuniones, la que todos los domingos esperaba a la familia y hasta que no se fuera el último, luego de la última taza de café, no se iba a dormir. Era el vínculo entre todos. Y si no comíamos en una casa, ella reservaba la mesa en el restaurante. Lo mismo hacía en José Ignacio, se ocupaba de poner la mesa con mucha prolijidad.
-¿Cuándo tomás conciencia de la finitud de tu madre?
-Recuerdo que le dije a mi tía Cecilia: “Mamá se está muriendo”. Y ella me respondió con un sí. Le pegaba a un armario que teníamos en un pasillo y mi tía me frenó: “Calmate, porque ahora vos tenés que estar bien para tu mamá”. Ahí hice un giro de 180 grados, no te puedo decir que maduré, pero me di un golpe seco de realidad. Le puse huevos a la situación, eso no quita que haya llorado mucho, como cualquier hijo que pierde a su madre. Pero tuve buenos grupos de amigos, me ayudaron un montón, compartíamos muchos valores, una situación así es muy difícil sobrellevarla solo. Cuando mamá fallece, la familia hizo un parate, se acabaron las comidas de los domingos, costó volver a armarnos.
-¿Te acordás la última charla con Patricia, en la cual ella te pudo responder?
-Es difícil esa pregunta… No recuerdo lo último que me dijo, aunque sí recuerdo lo último que le dije, pero no me siento cómodo repitiéndolo. Si te puedo decir que pasé su último verano con ella en Uruguay. Recuerdo que me había esforzado un montón para poder dar todas las materias en diciembre del 2010. Es más, creo que me perdonaron algún puntito en un examen de Ciencias Sociales para no llevármela a marzo y poder estar con mi madre.
-¿Cómo transcurrió ese verano?
-La veía bien, pero, a la vez, muy preocupada. Vaya a saber qué le pasaba por la cabeza, sabiendo que se acercaba el final y que no quería perder tiempo.
-¿Ella era plenamente consciente de esa finitud?
-Supongo que sí, pero nunca tuve una charla para preguntarle eso, me hubiera encantado tener una conversación en profundidad con mi madre para entender qué sentía. Pienso que a una persona que está en una etapa terminal, le sirve mucho sacarlo, verbalizarlo. Supongo que eso lo hace más natural. De hecho, veo a la muerte como algo pasajero, como algo que va a pasar porque todos somos finitos. No hay que tenerle miedo, sino verla como a un amigo. Creo que mi mamá sabía que era terminal su cuadro, no fue una sorpresa.
-El recuerdo, siempre presente.
-Uno tiene que quedarse con los recuerdos lindos de quien ya no está y terminar el proceso de luto por la muerte de un ser querido, sino se arrastra una piedra en el zapato que no te permite avanzar y desarrollarte como persona. La recordaré siempre, tengo una foto de ella en mi mesa de luz, me levanto todos los días viéndola. Y estoy tranquilo porque, sea quien sea el que esté ahí arriba, sé que la tiene a ella. Mi vieja me está mirando, tengo una muy buena guía espiritual.
-¿Cómo fueron sus últimas horas?
-A mí no me blanqueaban todo porque era chico. En el verano estaba muy activa, salíamos a comer, jugábamos a la canasta porque era muy fanática mi madre. Solo el último mes estuvo en silla de ruedas. La última semana ya no respondía, aunque me decían que me escuchaba.
-Si tuvieras que recordar una enseñanza, entre muchas, ¿cuál sería?
-Siempre me decía: “Cada vez que te veas invadido por la oscuridad o atravesando un problema, tratá de encontrar el lado bueno de las cosas”.
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