El 7 de noviembre de 1989, los papás de Dalma y Gianinna celebraron su amor en una verdadera “fiesta inolvidable”; en diálogo con LA NACIÓN, Alejandro Pont Lezica, el DJ elegido por los novios, y la entonces conductora infantil contaron detalles de la gran noche
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Pasadas las 21 del 7 de noviembre de 1989, Claudia Villafañe entró a la Iglesia del Santísimo Sacramento con un vestido blanco de Elsa Serrano: 800 cristales, 1500 piedras preciosas, cinco kilos de canutillos y una extensa cola engalanaban a la novia, lejos había quedado el pantalón amarillo que diez años atrás había llamado la atención de su vecino, Diego Maradona. En el altar, él la esperaba para dar el “sí, quiero” y coronar su amor. Para ese entonces, ellos ya eran papás de Dalma de dos años y medio, y de Gianinna, de seis meses. Dos horas y nueve cuadras después, volvieron a hacer un ingreso triunfal, ahora ya oficialmente como marido y mujer, al son del “Aleluya”. La cita fue en el mítico Luna Park, que aquella noche albergó a 1200 invitados.
Una Susana Giménez ya diva, Sergio Denis, Fito Páez, Carlos Bilardo, los ex Campeones del Mundo de 1986, Guillermo Coppola, Hugo Sofovich y los compañeros de Diego en el Napoli -estos últimos viajaron en un vuelo privado proveniente desde Italia para poder estar presentes- fueron algunos de los testigos de la gran noche en la que no faltaron excentricidades como una “cascada” sobre las gradas del estadio, un anillo de oro y diamantes y una torta más alta que los novios.
Que nunca falte la música... ni la comida
Alejandro Pont Lezica es DJ y hace 35 años vivió una de las noches más mágicas de su carrera cuando fue el encargado de ponerle ritmo a la fiesta. En diálogo con LA NACIÓN, contó que con el ídolo ya se conocían desde la época en la que Maradona jugaba en Argentinos Juniors: “Venía a Pigalle (disco de Recoleta) y después coincidimos en Las Leñas, yo estaba poniendo música y vino él con su familia por la Copa del Mundo de Sky y ahí contó que se casaba y me pidió que pusiera música”. Pasados sus días de descanso en la Patagonia, el futbolista regresó a Italia y él comenzó a reunirse con los organizadores de la boda.
Los novios no pusieron condiciones. “Era libre para elegir los temas, ellos se querían divertir, hubo mucha música de esa época, pop italiano, también había que tener en cuenta que había una mezcla de invitados muy especial, mucha gente joven que se quería divertir, además había un lugar aparte para los chicos, estaba todo pensado”. Una de las primeras cosas que escucharon los invitados, apenas se abrió el imponente salón con las 120 mesas redondas y la gran pista de baile en el medio, fue la música de 2001, odisea en el espacio. Cerca de la medianoche el “Aleluya” para darle ingreso a los novios y de inmediato el tradicional vals, que comenzaron a bailar sobre una plataforma en medio del salón, para que nadie los perdiera de vista.
Ni Valeria Lynch, ni los Pimpinela, la encargada del show en vivo fue una banda que hacía covers bailables de nombre Manhattan y animaron algunos momentos de la celebración. El DJ la recuerda como una fiesta divertida, en donde Pelusa era uno más: “Cuando uno hace una fiesta así, si hay afecto sale maravillosa y fue una celebración del amor, era todo genuino”.
“Lo saludé a Diego y nos abrazamos. Le agradecí estar ahí, fue uno de los momentos más lindos y fue sentir que le devolvía algo de lo que él nos había dado a todos. Poner música en el casamiento fue un regalo de la vida. Me volvía caminando por Corrientes con Jorge Cabello, mi ayudante, y repasaba los momentos, a él bailando con Susana. Lo vivimos con alegría y después nos encontramos con comentarios de la gente que nos preguntaba cómo había sido”, recuerda sobre el final de la noche, ya de mañana.
La comida y la bebida son otras de las piezas fundamentales de cualquier fiesta y acorde con el resto, en este punto Diego y Claudia también tiraron la casa por la ventana como dice el refrán. Los invitados pudieron disfrutar de la alta cocina de esa época como canapés de caviar, salmón ahumado, trucha y palmitos, jamón crudo, langostinos y quesos, lechón, pavita y centolla, que lo acompañaron con 400 litros de vino blanco, 500 de tinto, 900 de espumante y 3000 de gaseosas, además de una mesa dulce entre tandas de baile.
Sin embargo, el mayor delirio fue la torta de ocho pisos que medía un metro setenta, ¡más alta que los novios!, y que para cortarla para la foto tuvieron que subir a una tarima. En dicha ceremonia, tampoco faltó el ritual de las cintitas con los anillos, esta vez se podría decir que todas las mujeres estaban de suerte, ya que de las cien cintas, 99 tenían anillos de oro y una especial con cintillo de oro y diamantes, que lo sacó Cali, una de las hermanas del Diez.
Una fiesta ATP
Maradona y Villafañe estuvieron en todos los detalles y quisieron que sus invitados estuvieran cómodos, teniendo a sus hijos cerca, pero sin tener que estar pendientes. Es por eso por lo que en el Luna Park había un salón alternativo para los más chicos. Allí había juegos, sillitas y mesas acordes a la edad de los pequeños y hasta camas. Los nenes estaban al cuidado de maestras y también tuvieron su fiesta y su show, a cargo de Flavia Palmiero.
La actriz y conductora recuerda en diálogo con LA NACIÓN “Estaba haciendo La ola verde en canal Once y venía de hacer temporada en el Maipo y Coppola me convoca y me propone que cante en el casamiento porque Dalma era fanática mía y había un sector para los hijos de los invitados, un escenario con mis bailarinas, por primera vez fui sin los muñecos y fue espectacular”.
“Termino de hacer el show y nos pasamos a la gran fiesta que fue un sueño, increíble”, destaca y recuerda que a partir de ese momento mantuvo una buena relación con toda la familia, que al año siguiente fue a verla al Ópera y que en más de una oportunidad, ella animó los cumpleaños de las hermanas. Para resumir: “Era un salón enorme y una fiesta también para Dalma y Gianinna en el casamiento de sus padres”.
Un lugar de cuento y un vestido imponente
Ubicado en la calle Bouchard, además de ring de box, el Luna se había convertido en capilla ardiente para despedir los restos de Carlos Gardel, en auditorio para recibir a Juan Pablo II y habían cantado sobre el escenario figuras internacionales como Liza Minnelli o Frank Sinatra. Sin embargo, era impensado que se usara como salón para un casamiento. Pero una vez más, Maradona se lo propuso y lo logró. El lugar estaba irreconocible y se debió a la proeza de los escenógrafos Alejandro Bagnati y Miguel Ernesto Caldentey, los elegidos de Tito Lecture, gerente del microestadio.
Según cuentan Guido Carelli Lynch y Juan Manuel Bordón en uno de los capítulos de su libro Luna Park, los artistas tuvieron solo 36 horas para reconvertir el lugar, lo que incluía: más de cuatro mil plantas, una enorme cascada que tapaba parte de la tribuna hecha con acrílicos y efectos lumínicos, telas que aparentaban mármol, 120 mesas circulares y una principal para los novios y su familia elevada a un metro y medio del piso, además de un enorme escenario, alfombras para el piso, una araña con doce mil lamparitas. Además del equipo técnico, en el lugar trabajaron 150 mozos y 80 secretarias o azafatas que todas vestidas iguales se ocupaban de orientar y ubicar a los invitados.
“Hicieron un trabajo espectacular. Nadie, ni siquiera Tito Lecture, se podía dar cuenta de que eso era el Luna Park”, dijo el astro unos días después. Trece años más tarde, los escenógrafos fueron los encargados de ambientar la Bombonera para los 15 de Dalma.
El lugar de ensueño se completaba con Villafañe luciendo de punta en blanco cual Cenicienta. A diferencia de lo que ocurre ahora, en ese entonces, las novias usaban un solo vestido para toda la noche, pero al que sin dudas no le faltaba nada. La elegida de Villafañe fue Elsa Serrano, que diseñó un modelo hecho con treinta metros de organza, ocho de encaje y treinta de satén, 800 cristales, 1500 piedras preciosas y cinco kilos de canutillos bordados a mano. El look total white se completaba con una tiara de diamantes y perlas engarzadas en oro blanco. Hace un tiempo confesó, en diálogo con Lizy Tagliani, que aún conserva el fastuoso diseño que pesa ocho kilos y que lo tiene envuelto en papel azul para que no se ponga amarillo.
Un antes y un después
La fiesta terminó pasadas las siete de la mañana del día siguiente, pero se siguió hablando de ella durante mucho tiempo. Alejandro Pont Lezica pasó música en innumerable cantidad de eventos antes y después de aquel día, pero asegura que esa fue una celebración “que rompió esquemas” y que fue “fundacional”: “Puso en la cabeza de la gente que este tipo de fiestas podían ser espectaculares”.
Además, hubo algunas cosas novedosas que por esos años no se estilaban en la Argentina. Por ejemplo, la comida se dividió en varios momentos para que se intercalara con el baile. Hasta ese entonces se solía hacer la cena completa y además se incorporó la siempre esperada mesa dulce. Por otro lado, el DJ destaca el cotillón, que excedió el momento del carnaval carioca: “Hubo muchas cosas especiales, sombreros y collares no muy comunes”.
Maradona y Villafañe atravesaron muchas idas y vueltas en su relación, pasaron momentos de mucha felicidad en su matrimonio y otros muy duros, como cuando él estuvo al borde de la muerte en Punta del Este en 2000. En 2003 oficializaron su separación: él estuvo en pareja con Verónica Ojeda con quien fue papá de Dieguito Fernando y con Rocío Oliva; y ella comenzó una relación con Jorge Taiana, pero siempre quedará en la memoria de los argentinos aquel 7 de noviembre de 1989 cuando se conoció la verdadera definición de “la fiesta inolvidable”.
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