A 8 años de la muerte de Alicia Zanca, el recuerdo de su familia y amigos
"Éramos muy compañeras. Éramos todo, madre e hija, amigas, psicóloga y paciente, socias. Estábamos todo el tiempo juntas, compartíamos todo. Yo la acompañaba a su trabajo desde muy chiquitita. Siempre digo que el Teatro San Martín tiene olor a mi infancia porque iba desde que tengo uso de razón, la esperaba en el camarín y después nos íbamos a comer, a veces hasta las 4 de la mañana". Tamara Garzón no puede evitar emocionarse al evocar a su madre, Alicia Zanca, la actriz y directora teatral que murió un día como hoy, a los 57 años.
Zanca había nacido el 23 de abril de 1955. Creció en Barracas y trabajó en un neuropsiquiátrico mientras estudiaba psicología de día y cursaba en el Conservatorio de Arte Dramático, de noche. Fue Agustín Alezzo quien la alentó a subirse a un escenario: en 1972 hizo Las brujas de Salem, dirigida por él, y cuatro años después se sumó al elenco estable del San Martín.
En cine debutó en 1974, con El amor infiel. Trabajó con Palito Ortega en El tío Disparate y Vivir con alegría. Su último film, Condenados, de Carlos Martínez, se estrenó en el 2013. Rodó más de treinta películas, entre ellas Abierto día y noche, de Fernando Ayala, Espérame mucho, de Juan José Jusid, La cruz invertida, de Mario David, Flores robadas en los jardines de Quilmes y Los amores de Laurita, de Antonio Ottone, Los espíritus patrióticos y Arregui, la noticia del día, de María Victoria Menis, Secretos compartidos, de Alberto Lecchi y El mismo amor la misma lluvia, entre muchas otras.
En televisión hizo Lo mejor de nuestra vida… nuestros hijos, Una escalera al cielo, Quiero morir mañana, Alta comedia, Hombres de ley, El día que me quieras, Chiquititas, Verano del ’98, Calientes, Soy tu fan, Se dice amor y tantas ficciones más. Pero Alicia amaba el teatro y a Las brujas de Salem le siguieron muchísimas obras, entre ellas Arlequino, servidor de dos patrones, Boda Blanca, Pigmalión, Los compatriotas, El gran soñador, Bodas de sangre, Pulgarcito, Rápido nocturno, Los pequeños burgueses. La dirigieron prestigiosos directores como Laura Yusem, Villanueva Cosse, Lía Jelín o Alejandra Boero.
Dúctil como pocas, interpretó dramas, comedias, infantiles, musicales, y además, fue una directora teatral que acercó al público joven a disfrutar de los autores clásicos. Pero su luz se extinguió el 23 de julio de 2012, cuando murió víctima de un cáncer de colon.
Teatro, risas y pizza
"Trabajamos juntas en muchas obras y como a ella le encantaba la pizza, íbamos siempre a comer a Guerrín, después del teatro. Nos reíamos mucho y yo le decía que me iba a hacer engordar", rememora Georgina Barbarossa. "Recuerdo que compartimos una temporada juntas en Carlos Paz y las dos alquilamos en Villa del Lago, en la parte alta de la ciudad. Se rompió la ruta y la municipalidad nos puso una lancha para poder llegar al teatro todas las noches. Todo era motivo de risa. Me acuerdo que yo iba en zapatillas y bermudas y ella, que era más petisa, subía a la lancha con tacos altos y capelina, y cada una con sus hijos. También hicimos juntas Princesa Cenicienta y nos fue brutal, hicimos muchas giras. Era muy generosa en escena y muy contenedora de sus actores como directora. Sabía mucho de teatro y disfrutaba de la vida y de las buenas cosas, la rica comida", continúa la actriz, en diálogo con LA NACION.
Una de las últimas apariciones públicas de Zanca, de hecho, se produjo el 2 de julio de 2012, 20 días antes de su muerte, y fue a instancias de su gran amiga: "Cuando me dieron el Premio Podestá le pedí que me lo entregara ella y lo hizo, aunque ya estaba muy enferma. Creo que fue su última salida. Todavía hoy cuando hago giras y voy a algún teatro en el que estuvimos juntas, le hablo y le pregunto: 'Ali, ¿estás acá, por dónde andas?'. Tengo la sensación de que me acompaña, porque los artistas viven en los teatros en los que han trabajado. Los espíritus están donde nos reímos y la pasamos tan bien. Perderla fue un dolor muy grande. Era una gran compañera, bella persona, generosa, muy buena madre, muy divertida. Una amiga entrañable a la que amo y extraño. Una mujer feliz que se fue muy joven. No merecía ese final, ni sufrir tanto. Tiene una hija maravillosa que la cuidó mucho. Y Gustavo es un súper padrazo. Siempre estábamos pensando qué locura se nos ocurría, qué obra hacer juntas", se emociona Barbarossa.
Los sueños están para cumplirlos
Jorge Suárez compartió sets y escenarios en varias oportunidades con Zanca, y aún hoy la recuerda conmovido. "Alicia era una amiga, una persona en la que yo confiaba y ella en mí y, como artista, me dio mucha fuerza cuando la conocí. En 1998 nos tocó hacer Rápido nocturno, de Mauricio Kartun, con Ulises Dumont y dirección de Laura Yusem, en el San Martín, y fue una experiencia extraordinaria, una compañera increíble. Fue una mujer adelantada para su época, con un pensamiento feminista sano, puro. Tenía una enorme creatividad, pujanza, mucho amor y ternura para dar".
"No sé si su alma estaba para vivir hasta viejita porque era una mujer muy sensible y a su vez, de una fuerza descomunal. Además de haber hecho una carrera extraordinaria como actriz, en los últimos años de su vida se dedicó a dirigir y lo hizo con mucho éxito, con mucha aceptación de los actores y del público. La voy a recordar siempre porque la vi hasta el último día de su vida, que la abracé fuerte. La recuerdo con mucho amor, con mucha alegría y también con nostalgia. Nos divertimos y nos reímos mucho juntos", asegura.
Durante muchos años, Zanca deseó dirigir teatro pero no estaba convencida de poder hacerlo bien. Se animó en el 2002, nada menos que con El zoo de cristal, de Tennessee Williams, en el Teatro San Martín. Luego dirigió muchas obras más, como Romeo y Julieta y Sueño de una noche de verano, de William Shakespeare, Pedir demasiado y De profesión maternal, de Griselda Gambaro, varias temporadas de Chicas católicas, de Casey Kurti, El jardín de los cerezos, de Antón Chejov, Alicia en el país de las maravillas, de Lewis Carroll, y La casita de mis viejos, de Mauricio Kartun.
Laura Novoa, que compartió con Zanca ese gran éxito que fue la puesta de El zoo de cristal, la evoca: "Era mi madrina artística. La conozco desde chica, cuando venía a la casa de mis padres. Cuando hice Los chicos quieren entrar en teatro, en 1989, la invité a que dirija y en ese momento no se animó. Siempre quisimos trabajar juntas y no se nos daba. Años después, buscando una obra para hacer, encontramos El zoo de cristal. Le volví a insistir y esa vez aceptó".
"Ensayamos durante casi un año y estrenamos en el San Martín. Yo había comprado algunas entradas para el día del estreno, para que no estuviéramos solas. Y cuando llegué estaba repleto, había una fila larga y pensé que era de alguna mueblería que estaba haciendo descuentos. Y era al revés: la fila salía de la boletería del teatro y daba vuelta a la manzana y se habían agotado las entradas. Fue un suceso increíble. También trabajamos juntas en Romeo y Julieta, con un éxito impresionante en el Reggio. Su calidad de persona y la profundidad con la que trabajábamos la hacía indispensable, única, maravillosa. Siempre la adoré y teníamos una relación que iba mucho más allá del teatro. Hicimos cosas fantásticas juntas", explica la actriz.
Lo importante es la familia
Tamara Garzón nació en 1991, apenas un año y tres meses después de los mellizos Juan y Mariano. También actriz, como sus padres, recuerda con mucha emoción a su mamá: "Tengo tantas cosas para decir de ella. La acompañaba siempre al teatro y también en las giras, en el motor home, cantando, riendo. Viajábamos mucho solas y en familia, veíamos películas, íbamos al teatro juntas, nos descostillábamos de la risa cuando veíamos cosas malas y disfrutábamos mucho de las buenas", dice.
"Durante toda su enfermedad fui como su anexo, la cuidé mucho, mucho, por todo el amor que ella me dio. Me enseñó la incondicionalidad en el amor. Me decía que yo era la mejor compañera que se podía tener, y gracias a eso mi novio hoy me dice lo mismo [risas]. Es un amor muy profundo al que le rindo honores todos los días. Mi casa es como un homenaje a mi mamá, tengo muchas fotos suyas, uso mucha ropa de ella también", destaca. "Era una persona extremadamente pasional e intensa, con todo lo bueno y lo malo, y yo sufro las dos cosas porque me siento muy parecida a ella. Quizá no era la madre más ortodoxa del mundo ni la más disciplinada o tradicional, pero es el modelo de madre que quiero seguir".
Tamara continúa: "Siempre fue una persona muy libre, una mujer muy feminista, mucho antes de esta nueva ola feminista. Siempre hizo lo que quiso, enseñándonos a nosotros que está bien hacer lo que uno quiere sin sacrificar nada. Me compartió sus pasiones y por eso soy hoy una persona tan apasionada. Pasamos una vida muy hermosa juntas. En su último tiempo le di todo y gracias a eso siento que no quedó nada sin resolver entre nosotras. Podría decir que no la extraño porque ella es parte mía. Nos fundimos, siempre estuvimos fundidas, pero en el último tiempo de su vida más todavía y agradezco mucho que haya sido así. Aprendí con su muerte que las personas que nos dejan enseñanzas tan fuertes viven lo que tienen que vivir, pero en realidad viven en nosotros constantemente, en cada cosa que nos dejaron".
Barbarossa recuerda que Alicia y ella estuvieron embarazadas al mismo tiempo y transitaron alegrías y tristezas. "Éramos muy amigas y coincidimos en nuestros embarazos: el de ella venía fenómeno y el mío muy mal, complicado, y tuve que hacer reposo varias veces. Ninguna de las dos hizo tratamiento y las dos sabíamos que esperábamos gemelos y varones. En ese momento estábamos desesperadas porque no había canjes comno ahora, y no teníamos un mango. Cuando me tocaba hacer reposo, Alicia venía a casa a tomar mate y traía facturas y charlábamos mucho. Nos prometimos que la primera que diera a luz, llamaría a la otra. Cuando nacieron mis hijos tuve que quedarme varios días en la clínica porque eran muy chiquitos. No había celulares y yo quería llamar a Alicia porque no tenía noticias suyas y nadie me decía nada. Un día volví a casa, pude llamarla y entonces me enteré que sus hijos habían nacido con síndrome de down. Automáticamente empecé a hacer terapia y a tomar flores de bach porque tenía una culpa horrible. A los pocos meses vino a casa con los chicos y la amistad continuó siempre. Muchas veces hablamos sobre la culpa que yo sentía y ella, que era un amor, me repetía que no sintiera culpa porque había tenido dos ángeles".
Todos sus amigos coinciden en decir que Alicia fue una gran madre e iba con sus hijos a todas partes, los integró a su trabajo y les contagió el amor por su profesión: tanto Tamara como Juan y Mariano son actores, y en varias oportunidades se dio el lujo de compartir escenario con ellos.
Gustavo Garzón, expareja y padre de sus tres hijos, resume su relación con Alicia en un conmovedor texto de la obra 200 golpes de jamón serrano. "Con Alicia nos conocimos haciendo un teleteatro. Ella era la protagonista y yo tenía un papel secundario. Al poco tiempo de estar juntos nos dimos cuenta que no teníamos mucho que ver el uno con el otro pero ya habíamos comprado una casa y teníamos tres hijos. Luego de nacer Tamara nos separamos, y recién años después logramos aceptarnos con nuestras diferencias y llegamos a querernos mucho", recuerda.
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"Estuve muy cerca de Alicia durante su enfermedad. El cáncer de ella, a diferencia del mío, era terminal pero ella nunca lo supo: le montamos un teatro junto con nuestra hija Tamara, su empleada doméstica y un par de amigas. Para alegrarle sus últimos días de vida, se me ocurrió una idea. El sueño de Alicia era dirigir la obra La gaviota, de Antón Chejov, en el San Martín, donde trabajó muchísimos años. Fui a pedirle al director que le ofreciera la dirección de esa obra y se mostró muy conmovido y me dijo que sí. Me fui con la sensación de que eso iba a ocurrir pero pasaban los días y no la llamaba así que le pedí a un amigo, que es muy buen imitador, que se hiciera pasar por el director del San Martin y le hiciera el ofrecimiento. Yo estaba en la clínica junto a ella cuando recibió el llamado de mi amigo", cuenta Garzón.
El actor revela también la íntima relación de Alicia con sus hijos Juan y Mariano. "Cuando falleció Alicia les dije a los mellizos que su mamá estaba en cierto lugar y me pidieron ir a verla. Con el tiempo, ir al cementerio una vez por mes se transformó en un hábito. Gracias a ellos aprendí a relacionarme con la muerte de otra manera. En el cementerio la sienten viva, le llevan una flor, le hablan, le cuentan lo que hacen, las actividades que tienen, lo que saben que a ella le gustaría, le mandan saludos de todo el mundo y al final le cantan una canción. Al principio me costaba un poco ir pero ahora lo hago con alegría porque es un momento vital y es una forma que me enseñaron ellos de encontrarse con los seres queridos que ya no están, sin melancolía y sin angustias, sino de una manera casi festiva. Ir a visitar a Alicia es un planazo para los tres, cuando podemos".
"La extrañamos mucho a mamá", dice Juan. "Siempre vamos al cementerio y vamos a volver cuando termine la cuarentena", acota Mariano. Y ambos coinciden: "Era buena, era linda, dirigía muchas obras, actuaba con todo el mundo. La queremos mucho. Y la extrañamos".
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