25 años sin Niní Marshall: ni las censuras ni las listas negras pudieron con su humor
Este jueves se cumple un cuarto de siglo de la muerte de la genial comediante argentina
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Aprendió inglés y francés en el colegio secundario, el alemán lo sabía por inquietud propia y el italiano “lo sospechaba”. Cantaba, le gustaba el dibujo, y pintaba en “óleo, pastel, acrílico, acuarela, o lo que me pongan delante”. Cada mañana, después de desayunar en la cama, se sentaba en el más absoluto silencio a escribir sketches, remates, diálogos, guiones enteros que luego transformaría en pensamiento y voz de sus personajes. Y pese a una timidez extrema, era capaz de iluminar con su presencia y especialmente con su voz un estudio de radio, un set cinematográfico o un programa de televisión. A pesar de su contextura pequeña, Nini Marshall fue enorme, una comediante brillante que se forjó a sí misma sin deberle nada a nadie más que a su propia inspiración, a su agudeza para observar y luego delinear personajes cotidianos, sencillos pero repletos de matices; que si no venían de origen, se creaban.
“Cándida fue el primero que hice, me inspiré en una señora que trabajaba en casa y por la que yo tenía adoración. Se llamaba Francisca y me defendía de mi mamá cuando me retaba, porque para ella yo no tenía defectos. Le cambié el nombre porque me parecía que el ‘Cándida’ me iba a servir mucho mejor para hacer chistes”.
Cuando Niní todavía era una nena llamada Marina Esther Traveso disfrutaba de una infancia muy feliz junto a su madre y hermanas en una casa que nunca olvidó, ubicada en Defensa 219. En el lugar funciona hoy el Museo de la Ciudad. Marina había nacido en Caballito, pero la muerte repentina de su padre cuando ella tenía dos meses propició la mudanza familiar.
Ya entonces afloraba su veta artística como preludio de lo que vendría, y así se lo contaba la actriz a Claudio España: “Estudiaba solamente lo que me gustaba. Tenía mala nota en matemática, hasta el día de hoy hay cosas que no entiendo. En las horas libres, cuando faltaba algún profesor, divertía a mis amigas imitándolo”. Arengada por su madre, se había dado el gusto de, a los cinco años, bailar en el escenario del Centro Asturiano.
Terminado el secundario, Marina cambió su plan original de estudiar Filosofía y Letras por una vida de ama de casa junto a su flamante marido, el ingeniero ruso Felipe Edelman. Pero su felicidad duró demasiado poco. En el horizonte de la futura estrella no estaba ser “la esposa de”, y el destino se lo hizo saber de la peor manera: casi en simultáneo con la muerte de su madre descubrió que la adicción al juego de su esposo los había dejado en la miseria. A él, a ella, y a su hija Angelita de dos meses.
Un seudónimo por amor y arte
Joan Manuel Serrat le cantaba a los “bienaventurados que están en el fondo del pozo, porque de ahí en adelante solo cabe ir mejorando”, y aunque estos versos seguramente no fueron inspirados en Niní Marshall describen a la perfección el origen de su leyenda.
Luego de pasar unos meses en la casa de su hermana, en Rosario, Marina Traveso decidió volver con su beba a la capital, vivir en una pensión y apechugar la situación a como diera lugar. Luego de un par de trabajos intrascendentes entró en una revista para escribir avisos publicitarios, creaba textos floridos y metafóricos que remataban con la recomendación de comprar un electrodoméstico.
Pero Niní necesitaba ir por más. Y el paso siguiente fue colaborar con la entonces famosísima revista Sintonía escribiendo una columna semanal que firmaba con el seudónimo de Mitzi, nombre que había tomado prestado de un cuñado alemán: “Me reía en forma amable de algunos programas de radio de la época. La columna se llamaba Alfilerazos, y la ilustraba con mi propios dibujos”.
La “cantante internacional” Yvonne D’Arcy fue el personaje con el que la artista debutó en radio, en 1934, luego de ser elegida por un casting. Así Niní pudo demostrar que además de su prosa filosa también podía cantar muy bien, llegó a hacerlo en cinco idiomas diferentes.
Enseguida llegó una oportunidad superadora, esta vez interpretando a la criada de Pipita Cano, una mujer adinerada que tenía su propio ciclo. De la prueba y error, del acierto y del perfeccionismo nació Cándida.
El trabajo de la actriz llamó la atención del empresario Roberto Llauró, quien la convocó para promocionar su marca de jabones. El contrato le abrió las puertas de Radio El Mundo, donde en 1937 comenzó a tener espacio propio junto a Juan Carlos Thorry.
“Había empezado a trabajar con Cándida con Thorry -recordaba la estrella-, y a él siempre lo esperaba en la puerta para pedirle autógrafos un grupo de chicas muy pintorescas. Me pareció que había algo interesante ahí”. Como había sucedido antes y como también sucedió después, Niní comenzó a imitar cada modismo, cada tono de aquellas admiradoras, y del combo emergió su personaje más famoso: Catita.
A pesar de su evidente talento, el camino no fue fácil. A ella no le gustaban los textos que le daban a leer, y el director de la radio no quería saber nada con que Marshall llevara su propio material, se lo dejó claro en medio de una discusión: “En la radio no hay mujeres escritoras, hay mujeres humoristas”. Pero Niní insistió e insistió hasta que logró ganarle la pulseada. Torció su brazo, y también su destino.
Un poco antes de este episodio, la actriz había encontrado su seudónimo artístico. La todavía Marina se había enamorado y casado con un contador llamado Marcelo Salcedo, de la unión de las primeras sílabas de su nombre y apellido creó “Marsal”. Luego, para diferenciarse de la cantante Irene Marsal, sumó una “H”; y más tarde, un periodista distraído le regaló por error de tipeo una segunda “L”. Así, agregando un apodo del pasado completó el nombre que la convertiría en mito: Niní Marshall.
Fama, éxito y proscripción
“No quería hacer cine por nada del mundo. Tenía cierto prestigio en la radio, y me daba miedo que la imagen que se había hecho el oyente del personaje no fuera la que yo iba a componer. Entonces no quería que se estropeara lo que había conseguido. Manuel Romero, que fue mi descubridor, me mandó a llamar tres veces para que aceptara. Cuando vi la prueba me pareció que no estaba tan mal, y accedí. Igual en cine me veía graciosa, pero muy fea”, recordaba Niní en 1983.
Su primera película se llamó Mujeres que trabajan (1938) y fue también el debut de Catita en la pantalla grande. Aunque la protagonizaban Mecha Ortíz y Tito Lusiardo, la creación de Niní se llevó todas las miradas y las mejores carcajadas. No solo por lo preciso del guion, sino también por situaciones que ella fue creando sobre la marcha, como recordó en esta entrevista con Susana Giménez: “En ese tiempo iba a la filmación en colectivo. Una mañana muy fría estaba muy apurada y me había ido de mi casa sin comer nada. Por suerte teníamos que filmar la escena en que las chicas empleadas se juntaban para desayunar. Entonces dije ‘Esta es la mía’, y empecé con todo disimulo y anuencia del director, a pedirle al mozo que me pusiera un poco más de leche, y un poco más de café: “Hágame la gentileza, ¿no ve que está muy oscuro?”, le decía Catita. Así conseguí tomarme tres tazas de café con leche, que buena falta me hacían, y al director le gustó tanto que la escena quedó”.
Cándida y Catita comenzaron a alternarse entre el cine y la radio. Marshall se había convertido en una figura convocante e ingresado al podio por entonces poco concurrido de mujeres humoristas.
La saga Casamiento en Buenos Aires, Luna de miel en Río y Divorcio en Montevideo; Los celos de Cándida, Orquesta de señoritas o Yo quiero ser bataclana fueron algunos de los títulos que cimentaron el éxito de la intérprete y la colocaron bien alto, entre las favoritas del público. Niní tocaba el cielo con las manos sin saber que el precio de ese triunfo sería demasiado caro...
¿Un pueblo “sin capacidad de discernir”?
El golpe militar de 1943 trajo una etapa oscura para la Argentina y también para aquellos artistas que no le caían bien al régimen. Para el nuevo gobierno, el problema con Niní Marshall era Catita, personaje que para ellos tergiversaba “el correcto idioma e influye sobre el pueblo que no tiene capacidad de discernir”. Indignada por el acto de censura al que estaba siendo sometida, la actriz decidió correrlos hacia el lado para el que disparaban: y apenas tuvo la oportunidad le hizo sufrir a su personaje radial un ataque de catalepsia, del que volvió hablando con un vocabulario florido y rebuscado. El recurso duró poco porque el desafío se entendió como una burla (que de hecho lo era) y la cúpula militar comenzó a poner especial atención en el trabajo de Niní.
Un comité de censores le pedía a la artista los guiones antes del programa, ella se los entregaba pero cambiándoles previamente las palabras que sabía “que no iban a pasar”. Después, al aire decía lo que quería; total, si se daban cuenta se disculpaba, sosteniéndoles la mirada y diciéndoles: “Fue un furcio”.
Con la llegada del peronismo, el presente de Marshall se complicó aún más. Algunos hablaron de un interés de Juan Duarte en reunirse con ella que no fue correspondido, otros que a Eva Perón le habían llegado rumores de que en privado Niní la imitaba, y eso no le gustaba nada. Lo cierto es que los proyectos cinematográficos comenzaron a mermar, y la estrella entró en una suerte de “lista negra” que le dificultó seguir trabajando con el ritmo de sus mejores años. Angustiada, dolida y cansada, en 1950 tomó la decisión de irse a México, país que le devolvió el estrellato que le negaba la Argentina.
Marcelo Salcedo no pudo acomodar su vida profesional al nuevo presente de su esposa y sobrevino su segunda separación. Lejos de su patria, nuevamente sola con su hija, pasaron cinco años hasta que Niní Marshall se convenció de que era el momento de volver.
Y se nos fue redepente
“Me escondo detrás de los personajes, al natural no puedo decir ni dos palabras. A cara limpia sufro mucho”. A su regreso, la artista se refugió en el teatro mientras luchaba contra la veda que no le permitía hacer cine. Cuando finalmente consiguió volver al set nada fue igual. El público de mediados de los 50 no era el mismo que el de una década atrás, y ni Catita es una dama (1956) ni Cleopatra era Cándida (1964) cosecharon el éxito de los films precedentes. En el plano personal, Niní apostó por tercera vez al amor con el productor Carmelo Santiago, aunque esta unión tampoco fue para toda la vida. Después de 16 años, rumores de infidelidad de él terminaron con la relación.
Para la década del 60, el camino profesional de Niní Marshall se había vuelto incierto. Pero lo que no pudieron el cine y la radio, lo lograron el teatro y la televisión, paradójicamente los dos formatos que menos le atraían. Primero fue Sábados circulares, donde demostró que mantenía su talento intacto, a pesar de molestarle el vértigo televisivo para su obsesión de guionista. Y en los 70, gracias a la insistencia del productor Lino Patalano, que estuvo seis meses tratando de convencerla, presentó el maravilloso espectáculo Y se nos fue redepente durante más de 1500 noches. Esta obra fue un resumen perfecto de humor negro, género que la divertía mucho en la intimidad. “Cuando nosotros la convencimos -recordaba Patalano para el documental Soy del pueblo- ella me dijo: ‘Tengo algo escrito, que lo hice en el 40, lo que pasa es que no se puede hacer hoy porque es muy fuerte. Entonces le dijimos: ‘Niní, usted fue la precursora del humor negro en el teatro, incluso antes que los franceses. Ella tenía la filosofía que aun de la peor tragedia llega el momento en el que uno tiene que reírse”.
Será que no pasó el tiempo suficiente. O tal vez por una vez se equivocó y no todas las tragedias decantan en sonrisas. Porque desde que Niní Marshall nos dejó huérfanos de su humor, el 18 de marzo de 1996, a los 93 años, las tardes de cine y las noches de teatro fueron, son y serán un poco menos felices.
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