Se convirtió en Gilda, grabó un documental sobre su vida, se mudó de barrio y llevó la cumbia a Rusia. Oreiro revisa un año consagratorio
En su sala de Palermo Viejo, después del ensayo con la banda y antes de ir a buscar a su hijo Atahualpa al jardín, Natalia Oreiro se sienta a revisar el año.
Dieciocho años después de su debut en cine (Un argentino en Nueva York), Oreiro se consagró en 2016 con Gilda, no me arrepiento de este amor. En la película de Lorena Muñoz –que al cierre de esta edición arañaba el millón de espectadores–, Natalia se cargó en cuerpo y alma la tensión de esa rara cenicienta que fue Miriam Bianchi, una maestra jardinera de Villa Devoto que libró una batalla íntima entre el deseo y el menosprecio para salir convertida en abanderada de la movida tropical.
Hay una gran escena en la película, cuando Gilda canta “Paisaje” en la audición. ¿Tuviste que grabar varias tomas para lograr esa intimidad?
Fue lo primero que se filmó. Yo no estaba muy de acuerdo, la verdad, porque era una toma de sonido directo y yo todavía con los nervios del comienzo. Sabía que en las escenas de show iba a dar parecida, porque estudié mucho su voz, sus yeites, y sabía que con trabajo, maquillaje y vestuario lo iba a conseguir. Pero lo que más me ocupaba era transmitir esa mirada que tenía Miriam en su vida diaria, algo entre melancólico y lleno de fe. ¿Cómo hago para que la gente vea a Gilda y no me vea a mí? Y creo que en esa escena se ve a una Gilda muy angelada, sí, pero todavía lejos de la transformación. Era un desafío, pero usé los nervios a favor de la escena.
¿De quién fue la idea de incluir “Sólo Dios sabe”, el tema de los Beach Boys en la adaptación de García/Aznar?
De Lorena; es una de sus canciones favoritas. Fue una licencia poética y quedó muy bien. Sirve para mostrar cómo Gilda hereda la pasión musical del padre [interpretado por Daniel Melingo]. Y en la versión de los títulos que canto yo, Ricardo [Mollo] toca la guitarra.
Casi no se nota, pero Ricardo también aparece. Te dice “bien piba, eh”...
Jaja, sí, con una peluca. Alguno me preguntó si era Omar, su hermano.
Este año ganaste un Martín Fierro por Entre caníbales (2015), que no tuvo el éxito esperado. ¿Qué impresión te dejó a vos?
Creo que Juan (José Campanella) fue muy valiente al encarar la temática de la violencia machista en un canal familiar. Estuve en las dos marchas del Ni Una Menos, y el hecho de interpretar a una víctima de violencia de género para mí implicó una carga emocional muy pesada. Si me preguntás, claramente me siento más cómoda haciendo comedia: salgo ligera, me divierte hacer reír. En este tipo de papeles tengo que profundizar en la oscuridad, me angustian, toda mi vida pasa a estar un poco teñida de eso. Pero también me enriquecen mucho.
En junio presentaste en Rusia un documental sobre tu vida, Nasha Natasha (Nuestra Natalia), que muestra el fenómeno social en el que te convertiste allá. ¿Cómo surgió el proyecto?
La verdad que no creo que ningún aspecto de mi vida sea interesante, pero surgió a través de Martín [Sastre, director del documental], que me acompañó durante mi gira por Rusia de 2014, siguiendo la ruta del Transiberiano. Terminó convirtiéndose en una película que tiene que ver con mi infancia, mi origen, aparecen mis padres, mi hermana, mi hijo, Ricardo. Cuando surgió la propuesta mi entorno dijo “¿por qué no?”. Bueno, allá ustedes. La cuestión es que apenas llego a Moscú para presentarlo en el Festival de Cine, me ofrecen conducir la ceremonia de apertura... ¡al día siguiente! Una locura, es el segundo festival de cine más antiguo del mundo. El director Nikita Mikhalkov me lo propone, yo le digo: “pero hablo muy poquito ruso”, y él: “No, con lo que vos sabés alcanza”. Me pasa eso con Rusia: si a ellos les parece bien, yo me animo. Siento que me adoptaron y me quieren como si fuera de allá.
¿Tenés consumos favoritos cuando vas?
Soy adicta al chocolate, y siempre me reciben con un montón de chocolate. Y obviamente el vodka ruso es buenísimo.
Este año se mudaron de Palermo Viejo a Zona Norte. Hacía mucho tiempo que vivías en este barrio. ¿Cómo fue el cambio?
Sí, desde el 98. Nos habíamos mudado en un momento en que Palermo era un lugar más bohemio. Y se convirtió en un shopping, sobre todo de noche y los fines de semana: gente, gente, gente, ruido, mugre… Demasiado. Por la edad de Ata [4 años] entendíamos que era mejor que hiciera el preescolar en un lugar donde vaya a quedarse. Además me gusta mucho salir a andar en bicicleta, plantar… Pero extraño un montón, eh.
Vayamos a dos momentos de contraste del año. Uno, cuando en octubre llevaste la película de Gilda a la cárcel de Ezeiza...
Había ido el año pasado a presentar Infancia clandestina, pero ésta fue la primera vez que se presentaba en una cárcel una película en cartel. Fue muy emocionante, había chicas con las que ya había estado. Cuando estás privado de tu libertad, la parte de los hijos es tremenda, y ellas se identificaron mucho con ese eje de la película. Y ni hablar de la escena en la que canto en la cárcel.
En el otro extremo, cantaste en la cumbre empresarial en Mar del Plata, y le hiciste bailar cumbia a Cristiano Rattazzi, el presidente de Fiat.
En realidad yo no fui a la cumbre; era un evento privado de un banco, en el marco de ese encuentro. Salí a cantar y se me vinieron todos encima. No me lo esperaba, la verdad, pero te digo que la pasé bien, eh, fue un público muy fervoroso. Se ve que relajaron un poco después de tanto negocio.
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