Personaje. ¿Quién es Graciela Tenenbaum, la “madre castradora” que hace desternillar de risa en el escenario?
Famosa por sus trabajos en cine y televisión, descuella en Mi madre, mi novia y yo, el boom teatral en el que comparte escena con Sebastián Presta y Victoria Almeida, dirigidos por Diego Reinhold
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En el corazón del llamado circuito comercial o empresarial, ése donde todas las variables deben ajustarse al factor riesgo, una obra sin estrellas “ultraluminarias” brilla a todo color por pura química teatral: una autora nacional, Mechi Bove; un director, Diego Reinhold, que sabe batir calidad y entretenimiento; y un elenco afilado para el encantamiento de la comedia, un género que sólo fluye en condiciones de sincronicidad, exactamente lo que sucede en Mi madre, mi novia y yo entre Sebastián Presta, Victoria Almeida y el alma de la fiesta, Graciela Tenenbaum, una actriz con muchísimo camino recorrido a quien esta vez le toca un protagónico al que se abraza con pasión las seis funciones semanales en el Paseo La Plaza.
“Con letra sabida, no hay mal actor, pero después cada uno le pone su impronta. A mí me gusta buscarle el alma a los personajes”, dice la Tenenbaum (con ene antes de la be) que nada tiene que ver ni con el periodista Ernesto ni la escritora Tamara ni René, ex Titanes en el ring. Ella es Graciela, actriz muy querida en el medio y muy respetada por sacarle el jugo a cada papel por más supuestamente chiquito que parezca. Ejemplos en televisión: Máxima en Valientes, la mucama que tenía un romance con Alejandro “Huevo” Müller (por lo que fue nominada a los Martín Fierro); Mirna en Soy tu hombre, la asistente de Michelle (Claudia Fontán) de quien se enamoraba; Mirta en Los exitosos Pells; Raquel en Cien días para enamorarse; en varios episodios de Mujeres asesinas, entre muchas otras ficciones hasta la serie mexicana Diario de un gigoló, ahora en Netflix.
“Mucha televisión, mucho cine y mucho teatro y me pude adaptar a todo. La televisión es muy rápida, es vertiginoso el ritmo, de un día para el otro tenés que saber la letra. El teatro es algo vivo, comunión con el público, los sentís respirar. Y el cine es maravilloso, son largas horas de espera, quizás estás todo un día para filmar una escena que repetís un montón de veces. Tenés que adaptarte, no todos pueden sin agotarse, pero me gusta tanto que pude”, dice riéndose a carcajadas.
En Mi madre, mi novia y yo, Graciela es Victoria, una madre agobiante, muy posesiva, que vive con Fernando (Presta), su único hijo de más de 40 en su casa en Lomas de Zamora. Para Nochebuena, el hijo ha invitado a su novia, Leticia (Almeida) con quien proyecta armar una familia y mudarse, peligro que la mamá intentará ahuyentar con sus avasallantes métodos.
A la salida de las funciones, muchas personas le preguntan “ah, ¿vos sos la madre?” porque interpreta a una mujer mayor que ella, un efecto que le divierte: “Me encanta que pase eso porque lo que elijo siempre es poder componer, el desafío actoral, si tengo que estar con un diente negro no me importa, después, a la salida soy yo, Graciela Tenenbaum”.
–¿Existe todavía ese tipo de vínculos entre madres e hijos?
–Sí, son relaciones simbióticas que permanecen más de lo que pensamos. Muchos se me acercan y me cuentan que convivieron con sus madres hasta los 45 o que tienen una suegra así o “yo soy como vos”. Es una mujer posesiva pero que puede comprenderse, la podés entender porque le pasaron cosas muy duras en el pasado y se aferró al hijo.
–Son tres intérpretes muy diferentes, con recorridos muy variados. ¿Cómo se acoplaron?
–Llegué a este papel por un amigo mío, Ignacio Paglieri, que le mostró cosas que yo había hecho a Sebastián Presta y él quiso que estuviera. Es cierto que somos muy distintos y eso lo hace muy rico, hay mucha alquimia entre nosotros. Al principio, cada uno propuso lo suyo, yo soy muy de proponer, y Diego Reinhold, a quien ya conocía, tomó muchas cosas. Y se va armando, te vas tirando la pelota uno al otro. Diego es un director brillante, sumamente obsesivo, y tiene el timing de la comedia que es de partitura, tiene que tener ritmo. A veces se la menosprecia pero es muy difícil de hacer, la gente no se ríe de cualquier cosa.
A los míticos 33 años, Graciela se miró al espejo y tomó una decisión. Prefería el fracaso a la frustración de no haberse animado. Había pasado por Bellas Artes y Fonoaudiología pero no sucedía lo que buscaba. Trabajó en oficinas, bancos, marketing, la embajada de los Estados Unidos y la actuación permanecía como el espacio tiempo alternativo. Hasta que apostó por el todo:
“Hay que correr riesgos, ésa es la vida. Necesitaba más tiempo para casting, para llamados de un día para el otro. Y me decidí a dedicarme a lo que quería. Sentí confianza y ganas, los sueños parecen una utopía pero está ligado a la felicidad, no hay que dejar de hacer lo que uno quiere, hay que apostar a los sueños, hay que hacerlo. A partir de ese momento, comencé a vivir de la actuación y hasta ayudar a mis padres que dudaban sobre de qué iba a vivir”, dice la actriz formada con Lito Cruz, Augusto Fernándes, David Di Nápoli, Gachi Leibovich y Cristina Aguayo, entre otros.
–¿Cuál fue tu primer trabajo en esa nueva etapa?
–Lo primero que me salió fue Drácula, dirigida por Pepe Cibrián Campoy. Me gusta cantar pero soy intérprete, puedo interiorizar y expresar lo que digo pero no tengo esos registros agudos para el musical. Pepe es sumamente exigente y se fijaba en las coreografías, enseñaba y al otro día se fijaba que yo lo sabía, lo había aprendido. Es que soy muy trabajadora, le doy y le doy. En Drácula estuve desde el estreno, después nos fuimos de gira y, a los tres años, volvimos al Luna Park y me salieron otras cosas, ya no estuve. Actué como Pueblo, como la Posadera y fui el tercer reemplazo de Nani, que encarnaba Laura Silva. Después con Pepe estuve en Aquí no podemos hacerlo (en el teatro Nacional Cervantes, 1994). Muchas de mis amigas me quedaron de aquella época con Pepe, como Alejandra y Lucrecia Rago, y Fernanda Cuyás que está en España.
–¿Tus padres te vieron actuar?
–¡Sí! Mi padre falleció hace seis años y mi mamá –que reconoce: “yo le puse muchos palos en la rueda a Graciela”– está chocha, me dice: “qué suerte que escuchaste tu corazón”. Tengo una hermana, con quien nos llevamos 21 meses y no tiene nada que ver con esta profesión, que también disfruta mucho de lo que hago. Ahora no estoy en pareja, lo estuve durante muchos años, y vendrá si tiene que venir. No es algo preocupante para mí, tal vez antes sí cuando pensaba en la maternidad, pero ya no, pienso en mi profesión, en superarme, en crecer, y estoy feliz.
–¿El protagonismo, la mayor exposición, tardó en llegar? ¿Qué pensás sobre eso?
–Siempre me sentí protagonista de lo que me tocaba, del papel que tenía. Están los elegidos de siempre y los productores deciden sobre la base de lo que consideran que va a tener más rating o lo que sea, esto pasa. Yo laburo mucho con el corazón, el personaje que sea aunque sea chiquito y eso hace que pegue y crezca y te vuelvan a llamar. De a poco fui ganando lugares y soy muy querida en el medio. Es cierto que la tele tiende a estereotiparte porque les es más fácil llamarte para lo probado y lo que saben que les vas a rendir. Yo le pedí a Adrián Suar (Polka, eltrece) otros papeles, como en Mujeres asesinas, y si hacia la mucama o “la amiga de”, trataba de cambiar, de buscarles otra cosa, proponía cosas y aceptaban, por ejemplo el estar enamorada de la Gunda (Claudia Fontán) en Solamente vos fue una propuesta mía.
–Entre tantas experiencias laborales, ¿pasaste mal momentos?
–Me gusta el buen trato y entender qué quieren. Alguna vez me dijeron que era muy sensible y tenía que aprender… En Verano del 98 era la madre de Romina Ricci y Celeste Cid y, no daré nombres, alguien me dijo eso pero una se va haciendo fuerte para decir lo que piensa y respetarse.
–¿Y con los compañeros?
–Una no se hace amiga de toda la gente, venís a trabajar. Siempre están los creídos o los que tienen ese lugar porque se los dan los productores. Me pagan por trabajar, si hago amigos, maravilloso, pero si no, mis amigos están afuera. Por eso siempre traté de buscar un lugar sano, dar lo mejor como actriz sin envidias, sin competencias.
–¿Qué hiciste durante la pandemia?
–Di clases, me animé por Zoom a cursos de humor con grupos muy heterogéneos, docentes, directoras de escuela, peluqueros, médicos, abogadas, de 30 a 80 años y de distintos lugares del país, para superar el miedo al ridículo, dejar volar la imaginación sin importar si lo estás haciendo bien o mal. No pude seguir al comenzar a trabajar con ensayos y grabaciones, combinar horarios se complicaba. Lo hice con muchísimo amor y cuando pueda, voy a volver a hacerlo. Fui muy feliz con estas clases durante la pandemia, fue un logro psíquico que me permitió sentirme bien y serle útil a otras personas. Me di cuenta de que tenía mi casa, tenía para comer, no era la guerra. Por supuesto que hubo gente que lo pasó mal y perdió mucho pero yo pude rescatar eso.
No pudo realizar las últimas cuatro funciones del año pasado por un accidente: se cayó en la calle y se lastimó mucho, le enyesaron un brazo y se rompió dos dientes. Después de Reyes, ya repuesta y pasado el receso por las Fiestas, la obra volvió para quedarse hasta el domingo 23 de abril y continuar con una gira. “Disfruto este momento, antes era más ambiciosa y buscaba más pero después lo sufro porque hay más presión. Tampoco hay ficción nacional en la televisión, todo es para plataformas. Para Diario de un gigoló, en México, aprendí a hablar en neutro, que no es fácil pero si queremos trabajar, los actores nos vamos rebuscando. Aprovecho y soy feliz con esto que me pasa ahora. Sabíamos que iba a andar bien por las funciones de preestreno y, sobre todo, porque se reían los técnicos, igual que en la tele: si ellos se ríen, vamos bien. Y el boca a boca funcionó”, dice.
–¿Con qué soñás?
–Mi primer sueño fue lograr vivir de la profesión. Quiero seguir haciéndolo. Pienso mucho en el presente porque no podemos predecir el futuro, es lo más sano, baja el nivel de estrés, es aprendizaje. Busco trabajar con compañeros con los que haya química, compromiso, entrega, para mí eso es chapeau, me importa eso, no los nombres porque la protagonista es la historia a contar y lo que hacemos todos para contarla. Hay muchos que me dicen: “Graciela, estás para el unipersonal”, pero es más un deseo de los otros que mío. Aunque escribí algo dedicado a mi papá que en algún momento haré, no continué porque salen otros trabajos y a eso hay que ponerle mucha energía.
PARA AGENDAR
Mi madre, mi novia y yo, de Mechi Bove y dirección de Diego Reinhold. En Paseo La Plaza (Corrientes 1660). Funciones: miércoles, jueves y domingos, a las 20; viernes, a las 21; y sábados, a las 19.30 y 21.30. Desde $ 4.800.
Los trabajos más destacados de Graciela Tenenbaum
El mismo amor, la misma lluvia (película de 1999), dirigida por Juan José Campanella.
El sodero de mi vida (2001-02), por Canal 13.
Durmiendo con mi jefe (2003), por Canal 13.
Mujeres asesinas (2006-07), por Canal 13.
Televisión por la identidad (2007), por Telefé (encarnó a Teresa Falco, la apropiadora de Juan Cabandié).
Valientes (2009-10), por Canal 13.
Solamente vos (2013), por Canal 13.
Cien días para enamorarse (2018), por Telefé.
Diario de un gigoló (2022), por Netflix.
El hombre elefante (2013), dirigida por Daniel Suárez Marzal, en el teatro Astros.
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