Participó en grandes éxitos televisivos como Solamente vos o Sandro de América, pero ahora protagoniza El método Grönholm, en el Paseo La Plaza
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A Marina Bellati no le interesan los unipersonales. Dice que nunca haría uno, que lo suyo es el trabajo en equipo. Tampoco quiere dirigir sino ser dirigida por la mirada de quienes buscan lo profundo, un deseo que acaba de cumplir, otro más, como casi todo en su vida profesional, un fluir sucesivo de alegrías, una intuición afinada para elegir sin traicionarse.
Después de trabajar mucho con Claudio Tolcachir, Mariana Chaud y Daniel Veronese, entre otros, en 2023 está a las órdenes de un artista que admira, Ciro Zorzoli, en El método Grönholm, del catalán Jordi Galceran, que volvió al complejo La Plaza con nuevo elenco. En esta segunda temporada, continúan Rafael Ferro y Julián Cabrera, pero se sumaron Martín Slipak (por Benjamín Vicuña) y Marina Bellati (por Laurita Fernández). La primera versión de la obra –más dramática que la actual, más cercana al juego de la comedia– se había estrenado en 2006, con Gabriel Goity, Martín Seefeld, Alejandra Flechner y Jorge Suárez, dirigidos por Veronese, mientras que del año anterior es la producción argentino-española del cineasta Marcelo Piñeyro.
“Había visto la película pero no la primera versión teatral con el Puma Goity. Recién vi el año pasado esta versión cuando se estrenó y me sorprendió. Creo que está más vigente hoy que entonces porque la hostilidad en el mundo del trabajo se agudizó mucho. La obra habla de la precarización laboral, de la crueldad, de la falta de empatía, de la competencia, hasta del espionaje. La idea de que para conseguir un empleo haya que pisar cabezas creo que es cada vez más actual porque el mercado es cada vez más competitivo y deshumanizado”, dice la actriz, contenta por la convocatoria de Zorzoli (“en su mundo siempre hay algo raro, como corrido, y a mí eso es lo que más me divierte”), por los compañeros (“somos actores que andamos siempre cerca, en el mismo planeta, y eso ya es importante para empezar”) y por el lugar donde actúa (“no importa si van a buscar al actor ‘de la tele’. A mí me gustan las costumbres, eso de pensar ‘vamos a La Plaza a ver qué dan’ como sinónimo de ir al teatro me parece algo amoroso”).
–Es un plan que te cerró por todos lados.
–Sí, el teatro es un montón, un compromiso mental y físico enorme. Cuando lo hago, realmente lo elijo porque si no, no me resulta. Es un tipo de exigencia que no tienen otros lenguajes. El símbolo del teatro es la máscara cuando es lo menos “máscara” que hay. Porque tanto en el cine como en la tele hay miles de trucos. Podés furcear, podés ni estar en el contraplano, se puede inventar todo y mentir muchísimo. Pero en el teatro no hay máscara: somos nosotros con nuestras vidas y cómo llegamos al escenario. Somos nosotros mirándonos a los ojos, esperando la recepción. Todo el tiempo es con el otro, es una red, como si, con muchas comillas, fuéramos nosotros versus el público. Porque hay algo muy nuestro, muy armadito entre nosotros donde no se puede filtrar nada. Y eso no está en los otros lenguajes: me puedo equivocar y repetir una toma, me puedo tentar, se me puede caer algo... y eso hace que también sea más relajado.
–Te formaste con Nora Moseinco, con Ricardo Bartis, hiciste teatro con directores muy reconocidos pero te definís más como una actriz intuitiva que metódica.
–Sí, pero fijate que Nora está puramente centrada en lo lúdico. No hay texto, no hay marcas, no hay límites. Es como un viaje de egresados. Me acuerdo que cuando llegué a lo de Bartís y le dije que había estudiado diez o quince años en lo de Nora me dijo “se te terminó el viaje de egresados acá”. Y le dije: “No, ni loca, no quiero”. No se me terminó nada. Con él aprendí otras cosas, estuvo buenísimo pasar por una escuela tan diferente. Pero lo de Nora era “pare de sufrir”, para nada conectado con lo tortuoso.
–En todas tus experiencias teatrales, desde el off, el teatro San Martín, la calle Corrientes, ¿dónde hubo un quiebre, un cambio en tu carrera?
–Tuve mucha suerte. Tengo presente que caí siempre en grupos muy cálidos y con mucho amor. Por ejemplo, con el elenco de El padre (2016), que integraron Pepe Soriano y Carola Reyna, tenemos un grupo muy activo, muy buena gente. Pepe se me moría en los brazos. Ese final me lo voy a guardar siempre y había que conectar eso cada noche. Por eso, para hacer algo de miércoles a domingos tiene que ser muy especial. Lo mismo con Tolcachir, con Mercedes Morán que es de mis íntimas amigas, o Verónica Llinás. Siempre me llevo “souvenires de personas” de los trabajos. El teatro es de los compañeros. Porque con el director, por supuesto, se trabaja muchísimo al principio y se pacta todo, pero después es con tus compañeros. Siempre lo pasé bien, elijo mucho y ahí sí me funciona la intuición. Qué sé yo: si me acerco a una propuesta y el director me parece raro, o le hago una pregunta y no me satisface lo que dice, o no me agarra el chiste, a mí me duele la panza.
–Y le hacés caso...
–Absolutamente: a lo que más escucho es a mi panza. Y por ahora no me equivoqué.
–¿Cuándo cobraste tu primer sueldo como actriz?
–Creo que en Los Roldán (Telefe, 2004) con Flor de la V, que fue muy generosa conmigo. Entré por cinco capítulos. Era una monja, ella iba a un monasterio, hasta que un día me puse a cantar un tema que ella hacía y lo canté en lírico, atrás, mientras barrían. Me escuchó, terminamos haciendo un videoclip y me quedé un montón de capítulos, nos hicimos amigas. No recuerdo para nada qué hice con eso porque soy un desastre con la guita.
–¿Fue en aquel momento que sentiste “soy actriz, trabajo de actriz”? ¿Te pasó algo así?
–Anteriormente hablábamos de lo que dice la obra, del capitalismo y el mercado. ¿Necesitás que te paguen para legitimar si sos o no actriz? Esa idea me rebela un poco. En las muestras de Nora, a los 16 años, para mi tía y mi abuela yo era una actriz del carajo. Y pagábamos nosotros por hacerlas. No sé si un escritor que edita y publica es más escritor que uno que lo hace en su casa.
–Claro, pero una cosa es trabajar en un kiosco porque necesitás ganarte la vida y otra cuando empezás a ganártela con aquello que amás.
–Lo que pasa ahí es que me invade una inmensa gratitud y me siento muy privilegiada, pero no más o menos legitimada.
–¿Y en el teatro cuándo fue esa primera vez que te pasó algo comparable a Los Roldán?
–En Todos eran mis hijos (de Arthur Miller, 2010) con Lito Cruz y Ana María Picchio. Era bárbara, la hicimos durante mucho tiempo. De Lito tengo recuerdos para toda la vida, también. Tuve ahí compañeros maravillosos.
–¿Cómo fue ese ingreso en un elenco con gente con mucha experiencia detrás?
–Ya estaba haciendo tele desde hacía bastante, conocía lo que era trabajar con actores famosos. La verdad es que nunca me intimidé mucho. Siempre tuve mucho respeto por la profesión, por el trabajo. Creo que todos somos trabajadores, lo mismo con los técnicos y no es una pose. Siempre tuve mucha idea del trabajo en equipo, por eso nunca podría hacer un unipersonal aunque haya un equipo detrás. Necesito trabajar con los otros.
–Hiciste pie sin problemas en ese cruce entre el off, lo comercial y el audiovisual, pudiste resolverlo rápidamente...
–También pasó que tuve “algo” en todos mis primeros trabajos. En Todos eran mis hijos me gané el ACE revelación; por mi primera película, Betibú, con Mercedes Morán, gané el Premio Sur. Es decir, arranqué con algo muy angelado, que después también podría ser una condena. No quise hacer la carrera de “¿y ahora qué más voy a hacer?”. No soy muy ambiciosa en ese sentido. Todo se me fue dando. El trabajo siempre me generó trabajo. En general, creo que el movimiento genera movimiento.
–En la serie de Sandro interpretaste a una de sus mujeres; en la de Maradona, a la enfermera que lo atiende en la clínica: ¿de dónde salen esos personajes tan distanciados de tu propia vida?
–Me encantan, es lo que más me gusta. Cuanto más lejos, el salto es mayor, el desafío es gigante. Lo de Sandro fue bárbaro. Es uno de mis proyectos favoritos. Fue muy especial trabajar con Adrián Caetano y con Marco Antonio Caponi, que hizo un Sandro del carajo. Soy muy fan de Sandro, soy una nena, tengo el póster en casa y un tatuaje con las rosas gigantes.
–¿Lo heredaste de tu mamá?
–No, para nada. Lo abracé yo, es mi ídolo popular. Tengo un texto de él que dice: “Yo sólo soy Roberto Sánchez, un tipo común que se disfraza de Sandro como podría disfrazarme de Batman”. Me mata porque hay algo de eso que a mí también me pasa. Yo entro y salgo de los personajes sin quedar.
–¿Y la de Maradona?
–Era un personaje chico pero estaba en ocho de los diez capítulos y los leí todos. Está muy bien la serie, me gustó. Es una pena que no se haya podido continuar.
–¿Recibiste algún tipo de comentario del lado de Claudia Villafañe, algo sobre tu personaje?
–No, nada. Compartimos con Claudia una vez un evento y conversamos; es muy divina y muy cálida, pero nada. No sé si la habrá visto.
–¿Extrañás las tiras de Pol–ka (Malparida, Los únicos, Solamente vos, Noche y día)?
–Me crié ahí, estuve seis años e hice amigos entrañables, vínculos muy lindos. Lo pasé muy bien y fue un gimnasio, una academia de doce horas todos los días. Cada año un personaje diferente en una tira diferente. Y es muy difícil pasear a un personaje durante un año por las más diversas situaciones, tengo mucho oficio.
–En este camino en que, como dijiste, las cosas se te fueron dando, ¿gestaste algún proyecto, elegiste un texto, equipo?
–No me pasó tanto. Sí me acerqué a ciertos proyectos. Por ejemplo, cuando supe que se iba a hacer lo de Maradona, quiénes lo escribían y cómo iba a ser, quise estar ahí. Siempre quiero estar cerca de Wino (el director audiovisual Ariel Winograd), me encanta todo lo que hace y nos vamos contando. Con mis compañeros de la obra Teatro para pájaros, de Veronese, decidimos que la volveremos a hacer cada diez años. Ya fueron dos veces, no sé ahora cuándo toca. Es una obra que me fascina y que amo profundamente, me enseñó cosas de la vida. Me encuentro diciendo textos de esa obra. Es algo muy mágico.
–¿La dirección está en tus planes?
–No, ni la dirección ni la docencia. Si bien puedo proponer y resolver, y sé muy bien que muchas veces me convocan por esa eficacia, me encanta entregarme para llegar a otras capas, acceder a una profundidad que, con trabajo y un director minucioso, pueden enriquecer mucho más mi propuesta, mi primera lectura sobre un personaje. No soy insegura pero no puedo transmitir a otros por dónde ir.
–¿Sos creyente?
–No, pero creo en mi abuela, la mamá de mi mamá. Es la única con la que me comunico en otro plano, converso, le pido cosas. Siempre estuve muy cerca de ella. Una persona maravillosa. Se murió a los 92. Estudiaba inglés, francés, se tomaba colectivos. La llamabas y tenía una agenda apretadísima. Tenía amigos muy jóvenes, se casó grande, fue mamá a los cuarenta en aquella época. Mi vieja nació en 1955. Cada vez que tengo la necesidad de hablar con algo de otro orden, es con ella. Se llamaba Dora pero le decíamos Buli.
–¿Cómo era tu familia?
–Mi papá se fue cuando yo tenía un año. Está enfermo, vive pero no tengo mucho contacto. Son cosas muy duras que me atraviesan en la vida. Quedamos con mi madre y mi hermana mayor. Después mamá formó pareja con Henry, que tiene una hija y es una hermana más. Y ellos tuvieron un hijo, que es mi hermano menor, al que le llevo trece años. Vivíamos en una casaquinta en Torcuato, que no era como ahora, en medio de fábricas, la Panamericana tenía un solo carril. Eran bastante hippies, era el Far West, había tiroteos, teníamos que tirarnos al piso a las diez de la noche; entraron muchas veces a robar. No teníamos teléfono, no teníamos tele, tampoco recibí ninguna vacuna, mi primera vacuna fue la AstraZeneca.
–Pero eso era una decisión de tus padres...
–Sí, qué se yo, no eran vegetarianos ni íbamos al homeópata, pero en la parrilla siempre había un fuego encendido y un médico amigo me hacía los certificados para el colegio. No soy para nada “antivacunas”, vivimos en una sociedad y me parece una posición egoísta y poco empática.
–No era una cuestión ideológica entonces lo de tu casa.
–Un poco y un poco. No teníamos guita tampoco, así que no había muchas posibilidades de consumo. Tenía una enorme contradicción porque iba a colegios privados. Mi abuela, por ejemplo, descolgaba un cuadro que tenía, lo vendía y pagaba dos años de colegio para mí y mi hermana. Era de una familia patricia venida a menos, le había quedado “alguito” e invertía en nuestra educación. Yo hubiera preferido ir a una escuela pública de Torcuato porque de eso no me quedó nada, excepto el manejo del inglés. Mis compañeras vivían en San Isidro, tenían casa con ascensor, los padres usaban trajes y se iban de vacaciones a Disney.
–¿Cuándo se van de Torcuato?
–A mis quince. De Torcuato nos fuimos por un hecho trágico. Estábamos de vacaciones y había unos caseros en la casa. El casero asesinó a la casera, un femicidio, cuando no salía en ninguna parte. Fue en 1995 o 1996. Dormimos un tiempo en lo de mi abuela y después nos fuimos a Capital. Nunca más volvimos a esa casa.
–¿Cuánto te importa la opinión de los demás?
–Me importa la opinión de muy pocos, no necesito la aprobación de extraños. Me parece re loco necesitar eso. No es una pose, amo al público, vivo de esto, quiero que vengan a ver la obra, que la disfruten, que conversen en sus casas, no soy desagradecida. Pero, después, quiero estar con la gente que conozco, hacer lo mío y desaparecer. Incluso no me gusta el aplauso en el teatro, lo padezco, siempre propongo irnos directo pero nadie me lo toma; me dicen que es la catarsis que el público necesita. Yo quisiera apagón y a mi casa.
–¿Qué esperás para las actrices de todas las edades y estilos en este presente con tantos cambios de paradigmas?
–Hay una presión inmensa sobre las actrices, hay una exacerbación del valor de la juventud, ni hablar de la belleza hegemónica, eso sigue estando. Tiene que haber historias de mujeres no hegemónicas cuyo tema no sea “que no son hegemónicas”. Alguien que viva las mismas cosas que nos pasan a todas. Lo mismo con la elección sexual. Las historias de amor homosexuales se tratan de que son homosexuales. Es cada vez menos, por supuesto. Pero en el mainstream eso es así. Filmamos en pandemia Supernova (Amazon Prime video), la serie de Ana Katz. Es un placer trabajar con ella, es mi favorita. Supernova habla de personas, humanidades, muy de vuelta de ciertos temas. Por eso me interesa la protagonista, que es una chica que no es hegemónica y la serie no va de eso.
–Por ahora, en La Plaza, el público todavía se ríe cuando en el escenario se usa “el inclusivo”.
–Sí, sí, hay cosas que todavía no se terminan de mover. Pero bueno, se están conmoviendo, después se moverán. Es una reacción. Peor sería que no pasara nada. Primero hay que conmover para después mover. Para mí siempre está bien nombrar, decir, nombrar. Vuelvo a lo del dolor de panza, mi termómetro. Si me hace doler la panza, hay que cuestionar.
PARA AGENDAR
El método Gronholm, de Jordi Galceran y dirigido por Ciro Zorzoli. Miércoles y jueves, a las 20.15; viernes, a las 20.30; sábados, a las 20 y a las 21.45; y domingos, a las 19.45. En el Paseo La Plaza, Corrientes 1660. Desde $ 4300.
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