Personaje. Agustín Rittano, un actor tan requerido por el cine como por el teatro
Este puntano es el protagonista de Las ciencias naturales, en el Teatro San Martín, pero también recibió elogios por sus trabajos en films como Argentina, 1985 y El suplente
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“A veces como actor uno se pone pesado y pregunta al director ‘por qué esto y aquello’ hasta que, al final, se siente que se debe responder con un impulso, con una fuerza de actuación. Y, aunque parezca imposible, uno se manda y la hace”. A Agustín Rittano no le faltan pericia ni arrebato para ser un gran actor pero es uno de los mejores porque no le cierra las puertas a la magia de lo inesperado. “Estaba muy resfriado para estrenar, pensaba que no iba a poder. A la cuarta función ya estaba agotado, no podía con la voz, no podía dar el tono, estaba conectado sensiblemente pero no técnicamente porque no me daba el cuerpo. Sin embargo, en esa función el aplauso fue apabullante, la gente estaba encendida. Salimos como ocho veces a saludar. Ahí recordé una anécdota que contaba Liv Ullmann en su libro Senderos. Estaba haciendo Señorita Julia y se sentía rota, destruida porque, creo, Ingmar Bergman la había dejado, no podía actuar. Y ese día que estaba desconcentrada, en otra órbita, recibió el mejor aplauso de su vida, esas cosas insólitas que pasan en la actuación. A veces uno está tan concentrado en sí mismo, en el ‘tengo que hacer esto o provocar lo otro’ y después, eso de desarma”, dice el protagonista de Las ciencias naturales, de Mariano Tenconi Blanco, autor y director con el que ya había trabajado en Todo tendría sentido si no existiera la muerte (2017).
Después de Las cautivas, esta segunda obra del proyecto “La saga europea” (exploración de cruces entre Latinoamérica y Europa en el siglo XIX a través de la literatura) se presenta en la sala Casacuberta del teatro San Martín con un elenco de actores y actrices notables como Ariel Pérez de María, Marcos Ferrante, Juan Isola, Gabriela Ditisheim y Andrea Nussembaum, más la activa participación en escena del músico Ian Shifres. Y Rittano, en el papel del científico alemán Rudolph Weiss, viaja a América del Sur para probar el origen del ser humano en la Argentina –teoría sostenida por Florentino Ameghino, autor de El origen del hombre en el Plata, 1880–, travesía en la que termina firmando un pacto, a lo Fausto, con el demonio capocómico que personifica Isola. “La obra es una especie de show donde hay de todo, hasta un recital, es una combinación de elementos, a veces demasiado exótica, como lanzarse al vacío protegido por esos textos que son tan angulosos”, dice el actor que detenta una particular característica laboral.
Con sólo repasar las numerosas obras en las que trabajó, surge que la gran mayoría de sus trabajos han sido en el teatro público. Desde su primera vez en el Complejo Teatral de Buenos Aires, en 2008, con el biodrama Deus ex machina, de Santiago Gobernori, continúa una larga lista que incluye, entre otras, a Marat-Sade, de Peter Weiss y Viaje de un largo día hacia la noche, de Eugene O’Neill, ambas dirigidas por Villanueva Cosse; Querido Ibsen: Soy Nora, de Griselda Gambaro y dirección de Silvio Lang; Cuando vuelva a casa voy a ser otro, de Mariano Pensotti; y las tragedias shakesperianas Macbeth, por Javier Daulte y Hamlet, por Rubén Szuchmacher. A su vez, en el Teatro Nacional Cervantes, fue parte de Sacco y Vanzetti, de Mauricio Kartun y dirección de Mariano Dossena; el clásico discepoliano Mateo, dirigido por Guillermo Cacace; Testimonios para invocar a un viajante, de Patricio Ruiz y dirección de Maruja Bustamante, y siguen los nombres.
“Se dio de casualidad eso de que los directores me llamen eventualmente para trabajar en los espacios públicos. Por ejemplo: en Buenos Aires, debuté con Szuchmacher en El siglo de oro del peronismo (Elkafka, 2004) y pasó muchísimo tiempo hasta que me llamó para Hamlet. ¿Cómo le voy a decir que no, si es el que me bautizó prácticamente? Cuando me llamó mi admirada Helena Tritek para La reunificación de las dos coreas (de Jöel Pommerat), fue porque antes me había visto en ensayos de Querido Ibsen, soy Nora y me dedicó un libro –me da vergüenza decirlo– con un ‘sos mi Krogstad preferido’. Para el personaje de Marat quedé por audiciones y, después, Villanueva Cosse volvió a llamarme para la de O’Neill, obra que no había visto en teatro pero sí la película con Katharine Hepburn, de 1962. Me partió la cabeza y andaba para todos lados con el VHS. Y después me llegaron cosas exóticas, como Tenconi, Bartís o Maruja, que son propuestas extremas que tienen otras dificultades para la actuación y te tenés que meter”, dice con un dejo, ya muy lejano, de tonada no porteña.
Cerca de Merlo, San Luis, en una pequeña localidad llamada Tilisarao, nació y creció Rittano, único varón y el menor de tres hijos de una mamá pastelera y un papá con negocio de vinos que murió cuando él tenía doce años. Entre esos olores y las charlas de las mujeres que lo rodeaban, entre películas de la tele y recetas dulces, en ese mundo pueblerino y matriarcal que por siempre recordará a Manuel Puig, se crió el futuro actor hasta que, terminada la secundaria, partió hacia Córdoba a estudiar Comunicación social.
“Era tremendamente tímido. Por eso me anoté en la escuela de teatro de la Universidad Nacional de Córdoba donde estuve un año. Y me vine a Buenos Aires por un impulso, para seguir en la UBA. Pero, en paralelo, me inscribí en el Conservatorio de arte dramático. No tenía tiempo para estudiar y necesitaba trabajar. Usaba rastas, hacía publicidades o eventos donde había que actuar un poco y con eso me mantenía. Quería actuar pero que nadie me viera. Cuando te ponés la máscara, la timidez no existe. Terminé dejando la carrera de periodismo –a veces me arrepiento– y seguí con el Conservatorio. Al terminar, un profesor me dijo que vaya al Sportivo. Y fui”, cuenta.
Al año y medio, el director y alma del Sportivo teatral, Ricardo Bartís, lo invitó a participar de “una experiencia”: once actores en un espacio chico para investigar el universo de Florencio Sánchez de lo que resultó De mal en peor, en escena desde 2005 a 2007. “Esa obra me marcó, porque me encanta el universo de Florencio Sánchez y porque Bartís me incentivó mucho a actuar, a que encontrara mi poética, a que siguiera mis instintos. Porque cuando venís de un pueblo y llegás a Buenos Aires, querés fundirte para ser aceptado, querés ser uno más de la urbe, subirte a esa hipervelocidad, esa locura y ese vértigo. Y él me insistía: ‘andá a lo que te pasa, andá a tu poética y lo que aparezca va a estar bien, va a ser tuyo’. Buenos Aires me costó mucho, al año me quería volver pero me quedé por orgullo o porque me decían que era bueno en lo que hacía. Pero estaba solo, sin amigos. Ahora tengo un montón de amigos que no son actores, por suerte; y muchos amigos que sí, son actores”.
De ese universo propio, surgieron obras que escribió y también dirigió, La oveja abandonada (teatro Anfitrión, en 2011) y Un puma todo dorado (Excéntrico de la 18, de 2016 a 2018), dos de una trilogía de animales que promete completar: “A la dramaturgia me largué impunemente. Igual que dirigir, que me fascina. Me encantan los diálogos, como si los escuchara. Tengo la inspiración de mi pueblo, de mi mamá, de esas charlas eternas que no iban a ningún lado, que se perdían en digresiones infinitas. Mis obras tienen que ver con ese mundo, ese vacío existencial, la falta de apuro, la eternidad para hacer todo, como que las horas se empantanan, en contraste con la velocidad de Buenos Aires donde nunca hay tiempo”.
En esa parsimonia densa e impregnada de sensaciones, el personaje central es su mamá, Emma, la pastelera. Acerca de ella, Rittano escribió una obra que no llegó a estrenarse. El disparador fue el pedido de Maruja Bustamante para el ciclo Familias del Cultural Rojas (del que salió, entre otras, Imprenteros de Lorena Vega). Los ensayos habían empezado pero la pandemia desvaneció el empuje. Pero quiso retomarlo, no ya para el teatro sino para el cine, como documental. “Mamá, vas a ir a la pantalla grande”, le dijo. Y la idea, que al principio no la convencía, le empezó a gustar y la puso orgullosa. “¿Cómo va?”, les preguntaba a su hijo y a una de sus nietas que estudió cine en Córdoba y la filmó durante muchas horas. Pero Emma se enfermó, el tiempo pasó muy rápido y no alcanzó para que supiera más sobre el proyecto.
“Iba a ser una especie de homenaje, no contado tal cual sino tomando ese mundo para hacerlo universal. Ahora paré un poco. Pero como estoy copado con el cine y quiero dirigir mi película antes de partir a otras realidades, pienso seguir esta semilla sobre mi mamá y hacer el documental. Es un ser tan hermoso, tan complejo y con tantas capas… Yo nunca cociné nada de todo lo que hacía mi mamá. Hasta que, con el aburrimiento de la pandemia, descubrí el instinto. De repente sabía cuándo un huevo se pasaba o cómo se hacía una torta. Tenía esa magia. Aunque nunca me había interesado aprender, algo había quedado de la observación, quedó en la estructura psíquica. Y me resultó fácil empezar con la cocina”, dice Rittano.
Un actor requerido por el cine
El deseo de filmar apareció asociado a la memoria de su madre y no por trabajar en películas como El estudiante, Argentina, 1985 (ambas de Santiago Mitre), El suplente (de Diego Lerman), Tóxico (de Ariel Martínez Herrera), Aterrados (de Demián Rugna) o El prófugo (de Natalia Meta). Reconoce que siempre fue “un bicho de teatro” y que el cine le atraía como espectador. Pero ahora, mucho más interesado en el lenguaje audiovisual, querría mantener un equilibrio laboral entre ambas actividades. Este año estará ocupado con Las ciencias naturales hasta fines de abril; después, dos obras con Maruja Bustamante también en salas públicas: Chacha San Pietro, para agosto en el San Martín; y Potencia Gutiérrez, en el Cervantes, en noviembre. Y entre todo esto, El fuego propio, una película de Sebastián Caullier, sobre una historia de amor gay.
El jueves 2 de marzo, el estreno para prensa de la obra de Tenconi Blanco coincidió con la noticia de la muerte de María Onetto. En el saludo final, Rittano dedicó la función a la gran actriz, con quien había trabajado en Pequeño estado de gracia, de Enrique Papatino y dirección de Hugo Urquijo, en 2017: “Nos llevábamos bien, no era su amigo pero había un respeto mutuo, de buena onda. Pospandemia, participamos del ciclo Monólogos de la peste y tuvimos largas charlas en los camarines. Quedé impactadísimo cuando me enteré, estaba en el camarín y destruido. Le dije al director, a Mariano, cómo hacíamos para hacer humor, para hacer un chiste, cuando tenía ganas de llorar”, dijo el actor que esa noche actuó y fue, como cada vez, aplaudido.
PARA AGENDAR
Las ciencias naturales, de Mariano Tenconi Blanco. Jueves a domingo, a las 20. En teatro San Martín (Corrientes 1530). Desde $ 2300. Los jueves $ 1300.
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