Paula Shocron: "Mi atención ahora está puesta en abrir puertas"
La pianista rosarina presenta su disco Anfitrión y cuenta por qué cree que es necesario dialogar entre las distintas artes
Con 35 años y 14 discos grabados a su nombre, y como colíder de otros músicos, la rosarina Paula Shocron es una de las más sólidas exponentes del jazz en la Argentina. Reconcentrada, intensamente apasionada, verla tocar el piano es un espectáculo en sí mismo. No le es algo caído del cielo, sino fruto de ingentes horas de trabajo las cuales, en una década, le han permitido transitar por una variedad de estilos que hoy confluyen en Anfitrión, su último disco, que presentará hoy, a las 21.30, en Virasoro, Guatemala 4328.
Anfitrión, que acaba de salir, no aparece bajo tu nombre, sino como SDL Trío. ¿Por qué?
-Son las siglas de mi apellido, el del baterista Pablo Díaz y el del contrabajista Germán Lamonega. Me pareció lógico porque es el fruto de una iniciativa de los tres. Desde hace mucho nos juntamos a improvisar y es lo que queríamos reflejar, por eso es un disco que, salvo un tema que compuso Pablo Díaz, incluye exclusivamente música improvisada.
-¿Y por qué estos tres músicos?
-Creo que tiene que ver con que los tres realizamos un viaje conjunto que nos permitió conocer a artistas que nos inspiraron y eso le dio algo así como un cierre al tipo de trabajo que se presenta en este disco.
-¿En qué consistió ese cierre?
-En homenajear a determinados músicos e incluir a algunos artistas en la creación del disco. Por ejemplo, el poeta Steve Dalachinsky aportó textos y el fotógrafo Peter Gannushkin, la hermosa fotografía de tapa. La idea era abrirnos a otras ramas artísticas que es en lo que he venido trabajando este último tiempo y que comparten los músicos con quienes toco.
-Al mirar tu trayectoria se ve que trabajaste siempre en razón de algo específico: de una impronta muy de Monk pasaste a una etapa de composiciones propias y a coliderar formaciones con Marcelo Guttfraind y Pablo Puntoriero. Después, a escribir para un ensamble grande y, en paralelo, a rendirle tributo a Andrew Hill. Más tarde, a estudiar a compositores y pianistas del hard-bop. Ahora estás en una desestructuración cercana al free jazz. Cada etapa te tomó varios años...
-Y ésta también, pero por ausencia de grabaciones, no quedó tan registrada como otras. Mis experiencias con la improvisación colectiva fueron en simultáneo con otros trabajos, en un contexto más de puertas adentro; nos juntábamos en privado con la saxofonista Ada Rave, con el contrabajista Carlos Álvarez o con el cornetista Enrique Norris. Ya llevo más de diez años buscando en esta dirección.
-¿Y a qué lugar querrías llegar con lo que estás haciendo?
-Estoy empezando a sentir que quizá no sea necesario llegar a un solo lugar. Por eso mi atención ahora está puesta en abrir puertas. Querría que la música fuera cada vez más inclusiva, que no se limitara a un estilo, que no calzara en una etiqueta. Somos un montón de perspectivas todas juntas. Si sacamos las casillas, todas esas perspectivas pueden convivir e interactuar. Eso enriquece a cualquier artista y al arte en general.
-¿Ahí entran otras artes?
-Claro. Sin ir más lejos, ahí está la voz humana, y con ella llegan las palabras solas, desestructuradas, que luego pueden estructurarse en un poema, en un fragmento de prosa. Y también el movimiento, que se convierte en danza.
-Ya habías trabajado con la voz cuando acompañaste a las cantantes Barbie Martínez y a Florencia Otero, con quien grabaron un disco dedicado a Joni Mitchell.
-Sí, y estamos trabajando en otro, en el que las composiciones son casi todas de Florencia, y yo me ocupé de casi todos los arreglos. Incluirá dos poemas de E. E. Cummings a los cuales se les puso música.
-¿Qué determinó que estas actividades laterales se convirtieran ahora en centrales?
-No sé. Sucedió. Un día empecé a probar mi voz y hoy es parte de mi música. Luego, los instrumentos de percusión siempre ocuparon un lugar importante en mi idea de la música, empezando por el piano.
-¿Y la danza?
-Luego de la labor con el gran ensemble, algunos músicos quedaron y, paralelamente, empezamos a trabajar con Laura Monge, una bailarina de quien fui alumna. Empezamos a tratar de descubrir los factores comunes entre movimiento y música. Las razones son muchas. Debería ir más atrás y contarte que, de chica, tuve muchos problemas con el piano y mi forma de solucionarlos fue a través del aikido. Ahí entendí qué pasaba físicamente con el instrumento. El uso del cuerpo como instrumento principal del músico siempre me pareció fundamental y, cuando empecé a enseñar, sentí que tenía que transmitírselo a mis alumnos.
-¿Qué es el Proyecto Imuda?
-Es la formalización de todas esas instancias previas que, a partir de 2012, empezaron a asumir la consistencia de un proyecto abocado a la creación espontánea, la comunicación y la asociación entre artistas procedentes de diversas disciplinas. No se trata de un grupo fijo, sino de artistas provenientes de mundos diferentes asociados puntualmente para un único evento, que nunca es el mismo como tampoco lo son los participantes.
-Vuelvo atrás. ¿Qué pasó para que de trabajar sobre estructuras hayas decidido la desestructuración total?
-Preferiría decirlo de otra manera. Acá ya no importa qué hay y qué falta. Lo que importa es trabajar ese estado tan necesario para la creación artística. Es una búsqueda permanente que no tiene fin. Se trata de estar en lo que estás haciendo.
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