El árbol de sangre: pasión y obsesión, con el sello de Medem
El árbol de sangre (españa-argentina/2018) / Dirección y guion: Julio Medem / Fotografía: Kiko de la Rica / Edición: Elena Ruiz / Elenco: Úrsula Corberó, Álvaro Cervantes, Najwa Nimri, Daniel Grao, Joaquín Furriel / Disponible en: Netflix / Nuestra opinión: muy buena
No son tantos los cineastas contemporáneos con la imaginacion y la osadía de Julio Medem. Si hay algo que debe reconocérsele a este director vasco es la firme obstinación para responder a sus convicciones e instintos. El árbol de la sangre, recién estrenada en Netflix y con Joaquín Furriel en el elenco, es probablemente su película más barroca y desmesurada, lo que en su caso no es decir poco. También es un film muy personal, cargado de pasión y de ideas, una especie de summa cinematográfica en la que aparecen todas sus obsesiones y marcas de estilo: relaciones cruzadas entre los personajes, paradojas, fugas espaciotemporales, la presencia de la naturaleza como una fuerza viva y determinante, la ebullición de una sexualidad exuberante y la realidad construida a partir de una narrativa que combina fantasía y poesía visual.
El disparador de la intrincada historia de la película es la reunión de una pareja de amantes, Rebeca (Úrsula Corberó) y Marc (Álvaro Cervantes), que se proponen escribir juntos una novela que reconstruya sus propias historias familiares y explique de ese modo la motivación por la cual están juntos.
El asunto es que esa reconstrucción no es simple o anecdótica, e incluye una variedad de sucesos verdaderamente lisérgica: peligrosos soldados de la mafia rusa, terroristas, una cantante punk esquizofrénica, traficantes de órganos, un indolente gigoló, toros bravíos... La fauna que presenta el film es lo suficientemente heterogénea como para ponerlo al borde del desmadre, pero Medem es un narrador inteligente y sobre todo convencido de la necesidad y la eficacia de todo lo que se propone.
El único límite que se puso esta vez fue el de la política. Director de un discutido documental sobre la conocida problemática del País Vasco que cosechó entusiastas adherentes y furiosos detractores (La pelota vasca, la piel contra la piedra, de 2003), el cineasta nacido en San Sebastián remarcó que su idea era hablar de la raíz de España, pero intentando que la ideología no se filtre en el discurso. "Decir que no vas a hablar de política ya es una decisión política", sintetizó, apelando a una de sus típicas argucias.
Lo cierto es que una época en la que la producción de cine parece mayormente atada a patrones homogéneos, y más bien chatos, un artista como Medem, aun con sus extravagancias y sus desbordes, luce como una anomalía digna de celebración.
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