Participó de dos éxitos de la TV y a los 65 años encontró en Villa Gesell su refugio: Fernando Spiner, el chico de barrio que llegó
Nació en Barracas, pero creció entre los médanos de la Costa Atlántica; estudió cine en Roma y ya en Buenos Aires lo bajó a la televisión; “La clave fue mi padre”, contó a a LA NACION; qué hace ahora este hombre, que nunca descansa
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“Yo soy del barrio de Tres Esquinas / viejo baluarte de un arrabal / donde florecen como glicinas / las lindas pibas de delantal”, entona el tango de Enrique Cadícamo con buen caudal de voz. Estas palabras le calzan al cineasta Fernando Spiner, nacido exactamente allí hace sesenta y cinco años, en Barracas, más precisamente en el cruce de Montes de Oca y Osvaldo Cruz, donde existió la estación de ferrocarril...
Claro que por esos azares que tiene la vida no pasó tanto tiempo para que los mocasines de aquel porteño criado entre malevos le dieran lugar a los pies descalzos en las arenas de Villa Gesell. “Ahora estoy en Buenos Aires, pero tengo que volver para ver a mi hija que está allá y terminar de rodar Weser, mi próxima película. Se llamará como el barco en el que vino mi bisabuelo escapando de los pogroms de Ucrania en 1884. Llegó solo desde Kiev porque su prometida había escapado meses antes con su familia. Y entonces vino a reencontrarse con ella. Luego de llegar al puerto de Buenos Aires se instalaron en Carlos Casares. Mi abuelita Rebeca nació ahí, yo la conocí y tuve una relación muy amorosa con ella. Su historia dice que se había casado con un Spiner y se fueron para Villa Gesell a principios de los 50″, rememora con profundo sentimiento, el mismo que transmite tanto en su vida como en sus filmes.
Fernando parece inspirarse cuando habla de la Villa Gesell que disfrutó desde niño: “Pasábamos el verano allí desde que nació mi hermano que tiene cinco años más que yo. Por ese entonces era un pueblito hermoso también pero de diez cuadras. A fines de los 60 mis viejos decidieron trasladarse. Papá tenía una farmacia en Barracas y el cambio fue rotundo. Llegaba diciembre, me sacaba los zapatos y me los volvía a poner en marzo. Para mí era una aventura entre calles de arena, un lugar con mucha mística, ligado a la libertad, los hippies, los mochileros...”.
-¿Y cómo llegó de Gesell a estudiar cine en el Centro Sperimentale Di Cinematografía de Cinecittá, Roma, Italia, con maestros como Gianni Amelio, Carlo Di Palma, Furio Scarpelli y Roberto Perpignani?
-A Gesell llegué a los 12 años e hice la secundaria. La clave fue que a mi padre le gustaba mucho el cine. De hecho una de las historias que cuento en La Boya, una de mis películas, revive un poco su historia con el relato de mi madre. Era una persona muy lectora, apasionado del cine, pero en Buenos Aires trabajaba en la farmacia, era su modo de subsistencia. Cuando con mamá la vendieron se puso a estudiar Filosofía y empezó un taller de poesía con Noé Jitrik y otro de pintura con Alberto Delmonte y su vida cambió de manera rotunda. Yo presencié cómo el arte lo hizo florecer; eso está en La Boya que tiene como bandera la idea de la trascendencia a través de la expresión artística. Ese trabajo fue nominado como Mejor Película Documental en 2018 y tuvo también un recorrido muy bueno en festivales como el de Punta del Este.
-Su padre resultó su fuente de inspiración...
-Es cierto, mi viejo fue uno de los que apoyó mucho un cine club que había a principios de los ‘70 en Gesell donde se pasaba cine en 16 milímetros. Además en la Semana Santa existía un encuentro de realizadores de cine en Súper 8. Eso me sirvió de guía. Y empecé a estudiar a través de unos amigos, cuyo padre era distribuidor, los Portela. Supe que daba cursos David José Kohon, un director de la generación del ‘60 con muchas películas y grandes actores. Fui y duró dos clases nada más, porque era la época de las AAA, lo amenazaron de muerte y se fue al exilio. Así que quedó en mí ese germen y luego seguí. Eran épocas en las que estaba solo la escuela del Instituto de Cine...
-Así empezó, ¿pero cómo llegó a Europa?
-Fue con mi primer viaje a los 20 años. Descubrí que existía la Escuela del Centro Experimental de Cinematografía y que se abría un examen de admisión. Me preparé, firmé un corto que fue muy importante, Testigos en cadena, que de manera un poco metafísica habla de la dictadura. Había estudiado italiano y me mandé a Roma solo en el 82. Tuve suerte, me dieron una beca. Era una época donde todavía estaban vivos muchos de los grandes autores del cine italiano haciendo películas. Además, hay una ley en Italia que establece que siempre tiene que haber egresados en los rodajes, así que fue una experiencia hermosa. Me hice muy devoto de ese cine, aún hoy tengo gran contacto con todos los que fueron mis compañeros. Se están por cumplir 40 años de que nos recibimos en 1985. En esa época éramos 50 alumnos, 30 italianos y 20 extranjeros así que tuve compañeros griegos, belgas, polacos...
Ciudad de Pobres Corazones y el hito de Poliladron: “Fue cine en tevé”
-¿Regresa a Buenos Aires a aplicar todo lo que había aprendido?
-Efectivamente, las primeras cosas que hice fueron un cortometraje protagonizado por Luis Alberto Spinetta, nada menos, Balada para un Kaiser Carabela. Fue increíble porque yo era admirador de Almendra, Pescado Rabioso, Invisible, muy fan de él. Luego hicimos Ciudad de pobres corazones con Fito Páez, un video de larga duración. Ambos eran furor por entonces.
-Y le llegó la oportunidad en TV con Bajamar, la costa del silencio, Poliladron, Zona de riesgo, Cosecharás tu siembra, por los que recibió el Premio Konex como mejor director de TV de la década, ¿se lo había imaginado?
-La verdad que no, pero me fue muy bien. Fue una gran experiencia la de empezar a aplicar cuestiones relacionadas al cine a los nuevos formatos como el video. Primero con dos músicos de tanta jerarquía. Y luego empecé a meter algunas ideas del cine aplicadas a la televisión. Allí tuve la suerte de conocer grandes actores, dirigir a Jorge Marrale, Osvaldo Laport, Luisa Kuliok, Leonardo Sbaraglia, el debut de Julieta Díaz, Carlos Santamaría y otros tantos, todos muy buenos y varios con más experiencia que yo. Fue un gran campo de prueba para mí. Sigo recordando nombre de otros geniales como Lorenzo Quinteros, Lito Cruz, Cristina Banegas, los debuts de Inés Estévez y Diego Peretti... No sabés lo que me significó también llegar a trabajar en el cine como asistente de dirección de Eduardo Mignogna y con un gran pensador como Alberto Ure, director de teatro, dramaturgo de excepción.
-¿Cómo fue la experiencia de Poliladron?
-Otro suceso donde tuve la posibilidad de aplicar toda la experiencia que venía trayendo del cine ya en la TV en una producción independiente. Creo que lo que le aporté al proyecto fue la idea de un director de arte, uno de fotografía, locaciones reales, un editor y un sonidista de cine con tiempo de postproducción. Todo sumado a un relato cinematográfico que venía probando en trabajos anteriores y que acá pude llevarlos adelante con efectos especiales incluidos. Fue cine en tevé. Después empecé a preparar Bajamar...
-¿Se bajó por algún motivo especial de Poliladron?
-Mirá, pasó tanto tiempo que ya ni me acuerdo. Yo no me peleé con nadie. Siempre viví experiencias muy límites con muchas personas del cine y la televisión. Son industrias culturales donde se mezcla lo artístico con lo industrial, y siempre es muy fácil que puedan surgir conflictos.
-Y retornó a Gesell...
-Para hacer una serie de documentales en homenaje a los pioneros de Villa Gesell junto a mi gran amigo y socio de La Boya, Aníbal Zaldívar, que fue un registro histórico del pueblo. Pude conocerlos a todos. Tuvimos la posibilidad de entrevistarlos y ese trabajo quedó para siempre. Se puede ver en el en el Museo de la Villa.
-Su película Aballay, el hombre sin miedo, basada en el cuento de Antonio Di Benedetto, también fue multipremiada.
-Me generó mucha emoción. Me llevó veinte años hacerla hasta que la pude concretar. La iba postergando, pero se dio gracias a un premio del Bicentenario del Instituto Nacional de Cine que gané en 2008. Gran protagónico de Pablo Cedrón y sublime actuación de Claudio Rissi, que lo lanzó como tremendo villano. Un gran elenco con Luis Ziembrowski, El Puma Goity, Nazareno Casero, Horacio Fontova, Moro Anghileri, Aníbal Guiser (El Mono que Piensa), Lautaro Delgado... Tuvo muy buena recepción, representó a la Argentina en los Premios Oscar en 2011. También ganamos Premios Sur, Cóndores de Plata... Una peli muy argentina en un género que retomó la tradición gauchesca, como lo hiciera Lucas Demare con Pampa Bárbara y Leonardo Favio con Juan Moreira.
Una familia de locos... por el arte
-Me comentó antes de empezar la charla que su hija también heredó la pasión por el cine...
-Parece que sí. Natalia en este momento está viviendo en Gesell. Hace música de películas, por ejemplo la de La Boya, Inmortal, Cadáver exquisito y para televisión de Los siete locos y los lanzallamas, adaptación de las novelas de Roberto Arlt que hizo Ricardo Piglia. También tiene su banda, pero ahora está haciendo la música para un director argentino que vive en Los Ángeles. Es una enamorada del mar como yo. Mi hermano, que es médico, también vive en Gesell con toda su familia. Allí murieron mis padres... Y todavía no te conté que en Gesell tuve mi primer trabajo relacionado con el mundo de la imagen como fotógrafo de playa para la casa de fotografía “La almeja miope”.
-Hábleme también de su mujer, reconocida actriz.
-Así es, Sofía Viruboff, trabajó mucho en cine, es la protagonista de La Sonámbula, también está en Bajamar, trabajó con María Luisa Bemberg en Miss Mary y en muchas películas como La ciudad de tu destino final, The Stranger, Los amores de Kafka, hizo varias en Francia...
-Como hombre del medio, ¿cuál es su opinión acerca de la polémica que se generó respecto a la decisión del gobierno de paralizar la actividad del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (INCAA)?
-Que yo no hubiera podido hacer ninguna de mis películas que hice sin su apoyo. Es un ente muy democrático porque los proyectos se presentan y los selecciona un comité de gente de cine que rota permanentemente. Los presupuestos y sus posibilidades de financiación se evalúan de manera muy responsable y lo invertido se debe rendir de manera muy fehaciente y responsable. Además, no hay que olvidar que es una industria que le da trabajo muchísima gente.
-¿Espera con ansiedad que llegue el verano para volver a la ciudad que lo adoptó?
-La verdad que, como estoy filmando Weser ,voy y vengo. Pero el verano para mí representa una tradición. Con mi amigo Aníbal Zaldívar tenemos un ritual que consiste en ir nadando hasta una boya que ponemos mar adentro a unos 500 metros de la costa, como en nuestra película... No lo puedo evitar, cuando se acerca el buen tiempo empiezo a pensar con ansiedad en el placer de nadar en el mar...
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