Paranoicos y con causa
I.Sat estrenará esta noche la serie británica sobre un grupo de fans de un cómic perseguidos por una conspiración global
Vivimos rodeados de teorías conspirativas: cualquier noticia a la que no se puede dar rápidamente un sentido definitivo y convincente dispara especulaciones que arman redes con otros eventos inconexos para crear una explicación acabada de cómo funcionaría en verdad el mundo. Es fácil entender su atractivo: a todos nos gusta pensar que somos capaces de ver más allá de la apariencia de las cosas, que la trama de mentiras urdida por los actores habituales (el gobierno, las corporaciones, la CIA, el Mossad, los Illuminati, alienígenas camaleónicos o, mejor, una alianza de todos ellos) no puede con nuestra invulnerable sagacidad.
Desde luego, el hecho de que las teorías conspirativas sean permanentemente desacreditadas no quiere decir que no existan las conspiraciones, pero éstas suelen ser menos una trama de dominación global y más una coalición espuria y puntual de agentes estatales y privados para robar dinero o poder que decepcionan a sus teóricos porque no tienen la capacidad de explicar todo lo que carece de sentido.Slavoj Zizek lo sintetiza bien: "En nuestra era, cuando todos los relatos globales -«la lucha de la democracia liberal contra el totalitarismo», por ejemplo- ya no son posibles en la política o en la ideología, o ni siquiera en la literatura o en el cine, la narrativa paranoica de la teoría conspirativa parece la única forma de alcanzar una suerte de mapa cognitivo global". Es decir, las teorías conspirativas vendrían a ser una versión empobrecida de los grandes relatos que daban forma al mundo y que nos permitían ubicar nuestro lugar dentro de la totalidad social.
Utopía, la miniserie de seis episodios que desde esta noche, a las 22, pone en el aire I.Sat, se nutre de este estado de cosas. Su arco narrativo es, paradójicamente, muy lineal, casi un vector: cuatro nerds, devotos de una historieta llamada The Utopia Experiments, que, para sus exégetas, predijo hechos del mundo real, empiezan a ser perseguidos por una organización ubicua y todopoderosa (llamada The Network) cuando cae en sus manos una segunda parte inédita de aquel cómic, que tendría pistas ocultas sobre una conspiración global y el nombre del líder de la organización.
El grueso de la serie se va en la fuga de los protagonistas, liderados por la misteriosa Jessica Hyde (Fiona O'Shaughnessy), alguien aparentemente vinculado a la conspiración desde su nacimiento, y su caza por parte de Arby (Neil Maskell), un asesino despiadado y carente de emociones. Mientras sucede esto, se nos transfiere con cuentagotas más información acerca de la conjura que atraviesa a todos.
La serie tiene dos rasgos notorios: el más perturbador es su violencia. En buena parte de los episodios hay una escena de tortura -o, al menos, la amenaza de ella- que involucra a alguien atado a una silla a punto de ser separado de partes de su organismo. En el episodio que causó más controversia se muestra un tiroteo en una escuela, un poco porque sí, porque es un tema doloroso y tabú que garantiza el escándalo cuando se lo trivializa, como sucede aquí, dado que sólo está puesto para incomodar (cosa que logra). El otro rasgo característico es el deslumbrante uso del color y la composición en cada plano. Los colores excesivos, saturados, irreales y las composiciones simétricas, de una geometría precisa, remiten a la viñeta de una historieta exquisita. No hay otras series que luzcan como ésta.
Dado que los eventos son un poco reiterativos -los protagonistas escapan y Arby los persigue, y mata a alguien de modo brutal en el proceso- porque la serie se niega a entregar su secreto hasta avanzada la trama, la violencia y la promesa de nuevas revelaciones son lo que nos mantiene atados a nuestra silla. Y también la noción generalizada de que la conspiración global es posible. Los ejes del complot (aumento de enfermedades degenerativas, comida deliberadamente contaminada con agentes neurotóxicos) abrevan en miedos reales y los potencian. La serie, en definitiva, es tan inquietante porque resuena en la paranoia que dispara un mundo sin certezas que nos predispone a aceptar que hoy la conspiración puede ser la forma que toma lo que antes se llamaba política.
El final puede dejar insatisfechos a los voceros de las conspiraciones, dado que no todas las piezas se encastran en un rompecabezas perfecto que explica todo. Pero eso también tiene explicación: hay una segunda parte en camino.