Para memoriosos
Celio Antípater, sucesor de Alejandro Magno en el gobierno de Macedonia, cuatro siglos antes de Cristo, suele ser reconocido como autor de una clasificación de grandes obras de la arquitectura y la estatuaria, que la posteridad llamó las Siete Maravillas del Mundo. Sólo una, las pirámides de Egipto, resistió el paso del tiempo. Las otras eran el mausoleo de Halicarnaso, el templo de Diana (en Efeso), la estatua de Júpiter (realizada por Fidias), el Coloso de Rodas, el Faro de Alejandría y, la séptima, un conjunto edilicio erigido en la Mesopotamia asiática (hoy, Irak) al que elementos naturales prestaban magnificencia. Algunos historiadores antiguos señalaron que el templo de Salomón, en Jerusalén, debió figurar como octava maravilla o bien reemplazar al faro de Alejandría en esa selección.
La leyenda atribuye a Semíramis, mitológica reina de Asiria, la idea de construir el mencionado conjunto edilicio, a orillas del río Eufrates, luego una de las grandes urbes asiáticas durante el reinado de Nabucodonosor II, seis siglos antes de Cristo. La fábula dice que Semíramis, abandonada en un bosque por sus padres y criada por palomas, fue una mujer de hechizante belleza y refinada crueldad, y que durante su reinado demostró inquebrantable valor en batallas que proporcionaron a su país el dominio de Egipto, Arabia, Libia y Persia.
Aunque la historia acredita esas conquistas a Shammuramat, soberana asiria del siglo IX antes de Cristo, la fama de Semíramis inspiró a no pocos poetas, narradores y dramaturgos: Pedro Calderón de la Barca (1600-1681) escribió sobre ella la comedia La hija del aire, y Voltaire (1694-1778) concibió una pieza teatral en la que se basó un músico italiano para componer la ópera Semiramide, estrenada en Venecia en 1823. ¿Quién era ese músico? ¿Cuál era aquella ciudad de la Mesopotamia asiática y qué atributos estéticos impulsaron a Celio Antípater a incluirlos entre las Siete Maravillas? Las respuestas, abajo.
Gioacchino Rossini (1792-1868) compuso 39 óperas, entre ellas Semiramide, basada en La princesa de Babilonia (1769), de Voltaire, seudónimo de François Marie Arouet. Fue, en realidad, la segunda obra de ese género sobre el mismo personaje: la primera, Semiramis, del alemán Christoph Gluck, se había estrenado en Viena en 1748. La leyenda considera a la mitológica reina asiria como fundadora de Babilonia y de sus jardines colgantes.
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