Pancho Dotto: "Nunca me drogué, pero anduve muy fuerte en la vida"
En una sincera entrevista, el famoso representante de modelos cuenta por qué este año decidió parar
PUNTA DEL ESTE .- (De una enviada especial) La escena se repite alterando tal vez algunos de los personajes, pero nunca el protagonista: Pancho Dotto, rodeado de colaboradores, modelos, amigos, fotógrafos que lo siguen como satélites a cada paso. Él, impertérrito, organizando soluciones diversas a problemas innumerables. "¿Qué querés tomar? ¿Querés comer algo?", pregunta a quien se acerque a hablarle. Según cuentan los que más lo conocen su vida transcurrió siempre así, pendiente de todos los detalles. Es lapidario con la imperfección y, paradójicamente, ese es su mayor defecto. "Me llevó muchos años darme cuenta de que tenía que hacer algo por mí. Ahora lo estoy haciendo", dice en una charla sincera con LA NACION el día después de aparecer en Punta del Este. Sí, aparecer. Porque este verano Pancho Dotto había desaparecido del balneario que fue su fortaleza durante 24 años.
Desde 1989, el famoso manager de modelos se instalaba cada verano en una casa junto a una verdadera selección de las chicas más lindas de la Argentina. Comenzó presentándolas en los eventos sociales más convocantes. Luego, diseñó su propio desfile que se realizó cada año como un clásico. A esto le sumó una fiesta en su chacra, que pronto se convirtió en otro infaltable de la temporada esteña. Así fue hasta este verano. Ni rastros de Dotto ni de sus modelos en los eventos. Cuando ya nadie esperaba verlo en la costa uruguaya hizo su aparición, despreocupado y feliz, en el desfile de Custo Barcelona en la playa Montoya Citi. "Estaba en mi chacrita de Entre Ríos cuando me llamó Custo. Me dijo: ‘Hombre, ¿qué pasó que voy a Punta del Este y tu no vas a estar?’" Así que fue por Custo. Y por sí mismo también.
"Es la primera vez que estoy haciendo lo que digo desde hace diez años que quiero hacer: estoy cambiando. Lo de Custo fue un detonante. Ahí decidí venir, pero no me tomé el Buquebús. Vine manejando. ¿Sabés cuánto tardé desde Entre Ríos hasta acá? Doce horas. Fui parando, mirando... Disfruté por primera vez el viaje". Habla y de a poco se va conmoviendo con su propio relato. Reflexiona antes de responder cada pregunta y le imprime una sensibilidad a sus palabras que en el pasado parecían ausentes de su discurso.
Le agradecí a Dios por haber llegado a los 50, porque siempre viví muy intensamente.
"Si leés entrevistas que me hicieron hace diez años, en todas hablaba de un cambio que yo quería hacer. El año pasado me cansé. Siento que la gente perdió el objetivo de estar en paz, de tener tiempo de decir perdoname, gracias. Esas son las cosas que te dan paz". Pausa. Toma un trago de jugo y lanza, casi como una denuncia: "En este mundo hay mucha gente que trabaja o se mueve para apropiarse del trabajo del otro, o del talento del otro, porque no tienen ni la capacidad de trabajar ni el talento. Esas personas llevan a las modelos a un mundo de fantasías que no existe".
-En varias entrevistas cuestionaste que Valeria Mazza haya dejado de elegirte como representante. ¿Te referís a ella ahora también?
Valeria dijo hace poco que resiste archivo. Bueno, yo tengo archivos para retrucar eso. Ella decía que yo era como su padre, y ahora no se acuerda de mí. Cuando habla de su vida siempre empieza: "Con Alejandro hicimos..."
-Todavía te duele...
Me dolió mucho, por supuesto. Pero ahora lo veo con naturalidad. Guillermina Valdés ahora dice que empezó en una agencia en los Estados Unidos. A Guillermina la conocí en Villa Gesell. Vivió en un departamento mío, la traje a Punta del Este y lo conoció a [Sebastián] Ortega gracias a eso. Ahora sale en la tapa de Gente. Arranca hablando de su vida y yo me mato de risa y digo, qué le pasó. Me da pena porque se olvidaron de su identidad.
El 2012, los mayas y el cambio de vida
"Vamos a esperar que aclare", cuenta que decía su papá cuando la ruta estaba muy congestionada, y se paraba en la banquina. La paciencia y la prudencia van de la mano, como dice aquel refrán que le adjudican a Napoleón, "Vísteme despacio que estoy apurado". Sabias palabras que Pancho no podía comprender entonces y que ahora se resignifican en su cabeza.
"Yo creo que el ser humano está en un cambio importante. Y justo coincidió, en mi caso, que fue en el 2012. Yo creo que algo místico pasó en muchas personas".
-¿Hubo algo en particular que te haya hecho parar?
Uno de los clics más grandes fue la muerte de Blanquita, la hija de Pampita. Aunque ya no trabaje conmigo, es mi familia, después de diez años de trabajar juntos, con tanta intensidad. Cuando dieron la noticia de que estaba internada, pensé que no estaba tan mal porque siempre en los medios agrandan las cosas. Pero ese viernes a la noche me desesperé. Quise alquilar un avión privado para viajar. Me golpeó mucho.
Después, la muerte de Pablito Santamarina [N. de la R.: el esposo de Cecilia Züberbuhler falleció en julio del 2012 ] , un hombre muy sano, muy bueno. Me lo encontraba siempre en situaciones frívolas, pero nosotros nos abrazábamos como si fuéramos primos, y hablábamos de otras cosas.
-¿Qué reflexiones te dispararon esas situaciones?
En primer lugar, que el ser humano está más preocupado por lo estético, por verse bien que por pensar si va a llegar a la muerte contento por lo que ha hecho. Hay sociedades que viven la vida creyendo en Dios, en las etapas de la vida, que hay una que es inexorablemente la muerte, y van madurando y dándole valor al tiempo para llegar pleno al momento de la muerte. Y no tienen que estar pidiéndole a Dios un día mas de vida porque ya saldaron sus cosas.
La voz empieza a quebrársele de a poco. El tema de la "lista de pendientes" parece preocuparlo profundamente. Recuerda que vio morir a uno de sus más íntimos amigos, que se dejó operar cuando ya no tenía esperanzas porque quería un tiempo más de vida para "resolver sus asuntos". Pancho se quiebra, y entonces ese hombre estructurado y perfeccionista se convierte en el más sensible de todos. Ese que es capaz de mirar en su interior y hacer una autocrítica.
-¿Tenés cuentas pendientes?
Yo sé que no me he dado tiempo ni siquiera para acompañar a una persona cercana en sus últimos días. Para mí lo más importante siempre fue el laburo. En el 95, ya estaba cansado de muchas cosas de mi trabajo, entré en la Clínica Adventista y el pastor me sugirió hacer una lista con lo que quería cambiar. A fines de ese año, el pastor me mandó una carta. Era mi lista. No había cumplido nada. Y desde entonces, hasta ahora, nunca cambié. Cuando cumplí 50, los festejé con mi hermano menor, mi madre y el pastor. Salimos a caminar, y hablamos de mi vida, de esta de la que quiero despegarme. Le agradecí a Dios por haber llegado a los 50, porque siempre viví muy intensamente. Nunca me drogué, pero anduve muy fuerte en la vida. Nunca paré. Nunca. Me quería convencer de que todo eso que hacía me llenaba. Yo no soy un boludo, me considero una persona pensante. Sé que he perdido el tiempo en cuidar a la gente en vez de cuidarme a mí.
-¿Por qué no formaste una familia?
Estuve con mujeres maravillosas pero no supe cuidarlas. Recuerdo cuando estaba de novio con Elizabeth Márquez. Ella estaba enamorada de un adicto al trabajo. Después de tres años y medio juntos, estábamos acá, en Punta del Este, y decidió irse. Yo no podía creer. Ella estaba haciendo algo que yo debería hacer, que era protegerse, porque vida hay una sola. Lo único que tenemos es este momento. Lo que pasó ayer es una anécdota y lo que va a pasar después nadie sabe. Somos dueños del ahora.
-¿Pensás retirarte de tu trabajo?
Para nada. La libertad es interna. Yo estuve encerrado en lo mío sin darme cuenta. No podía salir. Estaba encerrado. Ahora voy a hacer algo por mí, pero voy a seguir descubriendo chicas.
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