Palabras con música propia
En mi adolescencia, una anécdota atribuida a Mallarmé y Debussy, elocuente de cierta pedantería no exclusiva de la literatura, cancelaba cualquier discusión acerca del tema de la letra y la música. Después de oído el ballet o la transcripción a piano de L'après midi de un faune, Mallarmé, el autor de esa penumbra angular de la poesía, le habría dicho al muy impresionista e impresionado compositor: "¿Para qué le puso música si yo ya se la había puesto?" Lo mismo podría preguntar Shakespeare a una larga lista. Una de las cuestiones que el lector de éste puede comprobar es su vínculo extraordinario con la palabra.
Fue la sucesión de escenas, sin embargo, la que permitió algunos de los traslados catastróficos. El del Macbeth de Verdi, por ejemplo, al que Richard Strauss llamó Drehorgelmusik, "música de organito", aunque el compositor mismo la tuviera en alta estima. Hasta que Arrigo Boito cambió los tratamientos -traducción y adaptación-, la obra de Shakespeare no se adecuó a la ópera italiana (en Otello y Falstaff). Sin embargo, a quienes medramos en gradas inferiores, lo defectuoso y lo insuficiente es lo que nos atrae de las alianzas imperfectas.
Un italiano, menos visible y vigente que Verdi, puede ayudarnos. Galvano Della Volpe tiene una inaccesible posición tomada. Con gran poder de elucidación, establece en su Crítica del gusto que la mayoría de las analogías que se ejercitan a partir de la asimilación de distintas disciplinas suelen ser falaces. Nada de ut pictura poesis, eso de que la poesía es como la pintura; nada de músicas verbales azarosas. Esta cuestión visceral de la crítica se adecua especialmente a aquellos que acarrean, como pedía Mallarmé, su música propia, vale decir a aquellos para quienes la composición es un arte de extrema elaboración (aunque sea improvisada), observación que, antes de volverse técnica, provoca una delectación esperanzada. Un tanto melancólica también, como las de las recitadoras y la profesoras de declamación de antaño.
En Shakespeare la sostiene, como ya se ha dicho, el aspecto formal. Sus cualidades podrían quedar confinadas al belletrisme, pero el aspecto filosófico de su artillería conceptual no debe separarse. Shakespeare supo ilustrar y encarnar dilapidaciones -solícitas, locales, locuaces- como el eufuismo de Lyly (Love's Labour's Lost) y, por otro lado, la meditación o el soliloquio encumbradamente intelectual (Hamlet, Lear, Othello).
A ambos se llega, cierto, gracias a la representación nocturna e inopinadamente acústica del pensamiento: las palabras, de las que fue transitorio, iluminado dueño. Sonidos combinados en una gradual persecución de la perfección y la dicha.
El autor es escritor y crítico
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