Pájaro de barro: estampa clásica sobre desclasados y solitarios
Libro: Samuel Eichelbaum / Elenco: Lucía Tomas, Daniel Hendler, Marita Ballesteros, Celeste Gerez, Mariano Mazzei, Valentina Veronese, Jesús Catalino y Ernesto Claudio / Música: Gustavo García Mendy / Adaptación y dirección: Ana Alvarado / Teatro: Regio / Duración: 102 minutos / Nuestra opinión: buena
De toda la producción teatral de Samuel Eichelbaum, hay dos obras que son las que más transitan los escenarios porteños: Un guapo del 900 y Pájaro de barro. Hay razones para esta preferencia: son dos textos que exponen la introspección de sus personajes. Clara influencia de Ibsen, sobre todo en el tratamiento de lo femenino, lo que demuestra el interés de observar el comportamiento de aquellas que sufren el castigo de una realidad social que las va desgastando.
De la misma manera que sucede con Ecuménico López, de la primera, y con Felipa Guzmán, protagonista de la segunda, el autor deja en claro que estos personajes tienen el conflicto de haberse encontrado consigo mismo y deciden demostrarlo sin reparar en los resultados.
Toda la historia es el caso de una chinita que conoce el amor de una noche en un galpón y con la misma facilidad con que es seducida por Juan Antonio, rápidamente entra en el olvido de ese hombre atractivo, que tiene por profesión la escultura en barro y por afición seducir chinitas que no le traigan problemas.
Los vaivenes de la vida llevan a la protagonista a la casa del joven donde entra al servicio de la madre, simplemente para estar cerca de ese hombre y poder mirar su rostro. Porque, a consecuencia de aquella noche, Felipa quedó embarazada y tiene la creencia de que, mirándolo, su hijo puede heredar sus rasgos. El nacimiento del bebé acentúa el drama, sobre todo cuando interviene doña Pilar, la madre de Juan Antonio, que reconoce en la criatura características físicas de su hijo y para salvar el honor lo obliga a asumir su responsabilidad y casarse, aunque no sienta amor por Felipa. Este sería el final feliz que cerraría el conflicto. Aquí entra la intención de Eichelbaum de resaltar la figura de Felipa en el momento en que ella exclama con furia dirigiéndose al joven que reclama al hijo: "¡Jamás! ¡Jamás será suyo! Yo digo que no lo es, y nadie en el mundo puede reclamarlo. Es solo mío. No tiene más que madre… Es de la casta de las Guzmanas. ¡Casta de ‘pionas’, bebidas sin sed, gozadas sin amor, que alumbran ‘güérfanos’". Y con esta sentencia contundente, Felipa sella su destino y el de su hijo. Pagará las consecuencias porque está dispuesta a hacerlo con tal de no traicionar sus creencias.
"La producción dramática de Eichelbaum es temáticamente variada –decía Luis Ordaz– y presenta una rica gama de caracteres humanos; sin embargo se puede apreciar que hay una constante: la soledad, que surge de la impotencia de comunicarse y que margina y encierra a los personajes en los vericuetos de su propio ser".
En toda la puesta hay momentos de mucha ternura, pero también otros muy intensos que nos hablan, muy propio del autor, de la cualidad de estos personajes: introspectivos, solitarios, de pocas palabras, sin embargo de profundos sentimientos que solo pretenden reafirmar su posición existencial y la defienden a muerte.
La adaptación de Ana Alvarado respeta la esencia del texto y solo agrega al personaje del presentador que sirve para ubicar las escenas, pero no entorpece las acciones. En la puesta establece un ritmo que se mantiene constante logrando una dinámica acertada.
El vestuario de Lara Sol Gaudini se ajusta a la época y al lugar, y en cuanto a la escenografía de Diego Siliano, el aporte de la tecnología audiovisual engalana la escena con cálidos paisajes y ofrece una resolución muy estética. No sucede lo mismo con la iluminación, donde conos de sombras, por momentos, caen sobre los actores, que contrastan con otros que aparecen bien iluminados.
Lucía Tomas encara acertadamente la simpleza de la protagonista sin caer en la autocompasión, aunque se ve demasiado contenida al exponer la fuerza interior del personaje. Daniel Hendler, por su parte, perfila bien a Juan Antonio, pero no logra expresar toda la carga de cinismo que se desprende de sus palabras. El resto del elenco ofrece trabajos sólidos, desarrollados con matices y contrastes, donde se destaca Marita Ballesteros, como la madre, que ofrece uno de los momentos más emotivos de la obra.
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