Paganini según Vassiliev
El gran artista ruso montará en La Plata su versión del ballet sobre el célebre virtuoso del violín
¡Feliz cumpleaños, Volodia! Así le dicen cariñosamente al eximio ex bailarín del Bolshoi Vladimir Vassiliev. Y qué maravilloso que hoy festeje aquí sus 61. Ariano, moscovita, está exultante de regresar a este país al que tanto ama y que lo idolatra como uno de los grandes de todas las épocas. Vino por primera vez en 1969. Desde aquel momento -cuando interpretó "Giselle" junto a otra máxima artista, su esposa Ekaterina Maximova- ha sido admirado y puesto como ejemplo del mundo del ballet. Anteayer llegó al aeropuerto, y si bien pisó el suelo de Buenos Aires, fue directo a La Plata, donde montará con la compañía de ese teatro su versión de "Paganini" sobre la obra original de Leonid Lavrovsky y música de Rachmaninov. Será interpretada por el solista del Bolshoi Nicolai Thircoridze.
Todo un lujo para una magnífica y nueva sala, que estrenará el 24 de julio en un programa que incluye "Chopiniana" (verdadero nombre de "Las Sílfides"), "El espectro de la rosa" y el pas de deux de La Sylphide. Con la nueva dirección de Zarko Prebil, el elenco se diversificará en todos los estilos, pero el clásico será una meta rigurosamente observada y depurada.
Pedro Pablo García Cafi, director general y artístico del Teatro Argentino dice, respecto de esta visita: "Estamos trayendo a Vassiliev como parte de un proyecto de recuperación de una compañía de ballet. Además, el nombramiento de Zarko Prebil tiene que ver con este emprendimiento y con la elección del repertorio de este año, de 2002 y 2003. Vassiliev, Prebil, maestros de gran nivel y otras figuras incrementarán la calidad y darán mayor trascendencia a un cuerpo de baile que deseamos impulsar".
La calidez, modestia y amabilidad de Vassiliev conforman una personalidad muy diferente de la que se atribuye a los divos. El habla y se acuerda de las cosas que ocurrieron como cualquiera, cuando su trayectoria ha sido una de las más brillantes de todos los tiempos. Está orgulloso de su echarpe rojo, que quiere lucir, por su vibrante color, en las fotos. Abraza con la fuerza de un oso, da tres besos, como debe ser, a la rusa, y se dispone al diálogo.
Hace siete años que vino a bailar por última vez, cuando interpretó la coreografía "Zorba", de Lorca Massine. No volvió hasta ahora. Unos diez antes había representado, con su mujer como protagonista, su pieza "Aniuta". Fue la despedida de la Argentina de la maravillosa Maximova.
-De aquel momento, cuando bailó "Zorba", a la actualidad, pasó mucha agua bajo el puente. Entre ellas, haber sido director general del teatro Bolshoi, cargo al que tuvo que renunciar este año compulsivamente por presiones "de arriba". ¿Qué cosas buenas recuerda de esa gestión?
-Tantas, tantas cosas. Fueron cinco años Ante todo, los espectáculos, el placer de organizarlos, de verlos sobre el escenario. Las giras que hicimos, pero sobre todo las que había programado con el Ballet del Bolshoi a los Estados Unidos, Inglaterra, Francia, Japón. Estaba todo en marcha y preparado. Pero, lamentablemente, quedó en la nada, porque pasó lo que pasó, y no se concretó algo que hubiera sido grandioso.
-¿Le duele hablar de esto?
-No quisiera ahondar más. Porque el Bolshoi para mí es toda mi vida. Empecé a los ocho años, en 1948, cuando bailé allí por primera vez unas danzas típicas de Rusia y de Ucrania. Al año siguiente, ingresé en la escuela para estudiar ballet clásico. Todo ese tiempo y después, como primer bailarín, estuve allí. Es mi primera casa y la más importante.
-¿Qué papeles u obras le gustaron o quiso especialmente?
-Tantas... Todas, no puedo elegir. De lo que no me acuerdo es de lo feo, lo malo, eso se borró de mi memoria. Más allá de mi trabajo como bailarín, me gustó muchísimo ser director, para hacer lo necesario y lo mejor para esa compañía. Siempre me entregué por completo. Creo que la respuesta a esa pregunta, sobre mis predilecciones, sólo la responderé antes de morir. Y por ahora, no pienso morirme...
-Yuri Grigorovich fue director y coreógrafo por treinta años del elenco. Luego de situaciones en las que hubo ciertas revueltas, usted lo sucedió. Aun así, él hizo grandes papeles que usted bailó y obras que fueron destacadas. ¿Cuáles elegiría?
-Me agradan algunas. La que estrené, "Espartaco", y también me interesan "El Cascanueces" y "Leyenda de amor".
-¿Cómo surgió la idea de que viniera a La Plata?
-Zarko Prebil, nuevo director de esta compañía, es un gran amigo. Fue con quien hice por primera vez en la Opera de Roma sus coreografías de "Don Quijote" y "Giselle". En realidad, Zarko me solicitó que repusiera aquí mi versión de "Romeo y Julieta". Pero en este período no es posible. La montaré aquí el año próximo. Entonces, esta temporada empiezo con "Paganini", una obra más breve que puede componer un programa mixto, como el que se prevé.
-Respecto de "Romeo y Julieta", que estrenó en Moscú con Maximiliano Guerra en el papel principal, ¿qué tiene de diferente?
-Eso fue en el Teatro Stanislavsky. Luego la monté en Lituania, Riga y otras lugares.Y espero hacerlo en este teatro. Pero sin orquesta es imposible, porque es fundamental: está sobre el escenario, dividido en tres niveles. El director toma un papel protagónico mirando hacia el público, en tanto que los bailarines, Montescos y Capuletos, se entremezclan y danzan en medio de la agrupación orquestal. Está todo unido: música, escenografía, argumento y ballet, lo que la hace muy dinámica. Esa es la diferencia. Y utilicé toda la composición, todas las notas...
-¿Cuántas coreografías hizo?
-Mi memoria no da para tanto. Muchas. Antes de ser director del Bolshoi, monté allí "Macbeth", "Cenicienta", "El lago de los cisnes". También hice bastante para televisión. Hace un año creé para la compañía "Balda", sobre la música de Shostakovich. Es un personaje algo loquito, chiflado, pícaro, que proviene de una fábula de nuestro folklore, escrita por Pushkin. Además de las que dije, "Romeo y Julieta" y "Aniuta".
-Esta última fue la única de sus coreografías que conocimos. Ahora veremos su reedición de "Paganini". Sabemos que él fue un artista genial. La leyenda, inclusive, dice que había hecho un pacto con el diablo. Fokine hizo la primera coreografía. Lavrovsky, en 1962, con otra música, la segunda. Supongo que impuso el mismo virtuosismo que poseía el violinista en el ballet. ¿La suya es muy difícil?
-Le agregué dos variaciones y cambié algunas cosas. Yo bailé la de Lavrovsky, y fue un papel muy difícil para mí. Técnicamente, el virtuosismo es esencial, pero por ejemplo, en "Espartaco", también muy exigente técnicamente, no estaba todo el tiempo en el escenario. En cambio, en "Paganini", el artista no sale jamás de allí. Además de bailar, hay movimientos que imitan la posición de un instrumentista de violín, y todo se encadena. Me inspiró la dramaturgia, la belleza de algo que muestra varios aspectos de quien lo interpreta. Debe entrar en el personaje, transmitirlo desde dentro hacia fuera. Están los momentos de virtuosismo, de pureza y perfección aliados con la maestría de Paganini; luego, se deja llevar lentamente por el legato y también por el adagio.
-Usted tuvo la gratificación de trabajar con Lavrovsky, un coreógrafo fundamental en la historia del ballet porque creó, junto a Prokofiev, la primera "Romeo y Julieta". Esa música fue específicamente realizada para este tema y ambos produjeron un milagro.
-Cierto. No he visto nada igual ni mejor. Cuando Leonid Lavrovsky montó la obra en el Bolshoi, fue un hecho histórico. Todo el mundo debería ver esa obra hecha por la compañía, porque es ejemplar. Sus decorados y vestuario tienen una magnificencia acorde con lo que es la época y la esencia del argumento está plasmada de manera sublime. John Cranko, Kenneth MacMillan y tantos otros hicieron sus versiones basados en ella, pero la de Lavrovsky es única. Cuando fuimos a Inglaterra y a Estados Unidos tuvimos un éxito enorme, glorioso, después de 50 años de la creación de la pieza. Es inmortal. Considero a esta obra y "Paganini" sus mayores creaciones. Además, Lavrovsky era un gran pedagogo, inculcaba disciplina, fuerza. Daba sus clases y uno sentía que estaba ante una figura monumental.
-¿Con qué coreógrafo le resultó más difícil trabajar?
-Con ninguno. Porque cuando uno está trabajando con el creador, debe pensar como él, imaginar las cosas y sentir como él lo hace. Es más, yo agregaba algo de lo mío, de lo que pensaba a lo que ellos me decían, y entre los dos llegábamos a una comunión.
-¿Y cómo es usted como coreógrafo?
-Detesto a la gente que se queda esperando que le diga lo que debe hacer. Que se queda mirando y simplemente hace una copia, como robots. Esos no son artistas. Hay pocos. Esa es la tragedia.
-¿Qué hará en el futuro?
-Mucho. Coreografías, la régie de la ópera "Carmen" en el Nuevo Teatro, de Moscú, pintar, hacer poesía. Pero también debo ir a Japón, donde monté mi versión de "Don Quijote". Luego, a Roma, por el concurso de ballet. Y a Francia, a Alemania y a otros lugares donde tengo trabajo. Aunque siempre vuelvo a Rusia. No me quedo lejos demasiado tiempo.
-¿Y va a exponer algún día sus cuadros y revelar sus poesías?
-Lo hice sólo una vez, en la celebración del jubileo de mi carrera.
-Pero esas cosas las hace por gusto, porque le hace bien...
-Pintar, sí. Escribir, no, porque lo hago en los momentos en los que no estoy bien, quizá cuando estoy un poco bajo de fuerzas, un poquito deprimido, cuando estoy enfermo. O si estoy con furia o con tristeza. Cuando me va mal...
-Haciendo un pequeño balance, ¿cuál fue un período pleno, feliz en su vida?
-Cuando me siento con fuerzas, con ánimo, con ganas de emprender lo que deseo. Antes y ahora. Así es como me siento hoy. Esto me hace muy feliz. Y cuando trabajo. Puedo estar un mes descansando. Hace ocho años que me voy a mi dacha, frente al Volga, para despejarme, olvidarme de todo, pintar, escribir, leer, permitirme el reposo. O al departamento en Roma, frente al Coliseo. Pero luego no aguanto. Mi vida me parece inútil si no trabajo.
-En resumen, ha tenido una vida buena.
-El proceso, sí. El resultado, no. Porque nunca he estado conforme con lo que hice. Siempre encuentro algo que no me agrada y de mí, hay poco que me gusta, inclusive físicamente. Siempre me digo que pude haberlo hecho mejor. Pero no somos perfectos, por eso tengo esa idea que me inquieta y que me hace protestar de lo que soy en realidad.
-Sigue con su bufanda roja. Ese color, ¿es su favorito?
-Me gustan todas las comidas, todos los colores, los sabores, las texturas fuertes. Por algo es que mi pintor preferido es Van Gogh.