Páez y Sabina se pelean y se aman
Reunión: las buenas canciones prevalecen en "Enemigos íntimos", el disco que juntó a los dos músicos por primera vez.
Al escuchar "Enemigos íntimos", que hoy llega a las disquerías porteñas, es fácil imaginar las peleas de alcoba (o de estudio, para ser más preciso) en las que se cruzaron Fito Páez y Joaquín Sabina durante la grabación. Dos músicos de fuerte carácter, con carreras solistas exitosas, y cierta fama de dictadores y obsesivos en lo que a sus proyectos personales se refiere.
Entonces, a lo largo del disco, cada uno intenta imponer su estilo, su gusto. Al igual que en las comidas lo hacen la sal y la pimienta, condimentos que los mismos artistas eligieron (y no por casualidad) para ilustrar la portada.
Por ello, el álbum resulta un compilado de buenas canciones, pero que no agregan nada nuevo a la historia musical de los artistas. Tanto Páez como Sabina suenan más Páez y Sabina que nunca.
Si existe un punto en común entre estas dos potencias de la música de habla hispana, es sin dudas su condición de excelentes contadores de historias ciudadanas. Transcurran en Buenos Aires o en Madrid, las letras de las canciones están repletas de personajes y lugares, comunes a sus vidas personales.
A todo esto, hay que sumarle la compañía de Guillermo Vadalá en bajo, Pete Thomas en batería, Ulises Butrón en guitarra, Nico Cota en percusión, y las eventuales participaciones de invitados de lujo como Andrés Calamaro, Hugo Fattoruso, Carlos García López, Fabiana Cantilo, Gabriel Carámbula, y la "orquesta euforista de la ciudad de Buenos Aires" (integrada por los músicos que grabaron con Páez el disco "Euforia") entre otros.
A pesar de que trece de las catorce canciones están firmadas conjuntamente, no es trabajoso darse cuenta quién ganó en la disputa de estilos en cada uno de los temas.
Canciones íntimas
El primero en dar un paso al frente, y por lo tanto abrir las puertas del disco, es Páez, con una sucesión de polaroids cotidianas en "La vida moderna". Un Páez auténtico que desnuda lo que vendrá.
Acto seguido, Sabina toma el rol protagónico en "Lázaro", un rap lánguido y lento, que hasta se podría comparar con el aggiornado gangsta rap de músicos como Coolio.
Y entonces sí, se produce el primer encuentro de voces en "Llueve sobre mojado" (corte de difusión y tema del cual realizaron el video en una imaginaria zona roja en Buenos Aires), con las Blacanblus en los coros.
De allí en más, el argentino y el español se reparten melodías en "Tengo una muñeca que regala besos" (con refrescantes aires brasileños), "Si volvieran los dragones" (que cierra con una interminable lista reivindicativa que incluye a Marco Polo, Don Quijote, Nostradamus, Sgt. Pepper, Sierra Maestra, Goyeneche y Camarón de la Isla), y "Cecilia" (otra de amor para la actriz y mujer de Páez, y van...).
Con "Delirium tremens" llega el rock & roll simple pero efectivo, con vientos que suenan a big band.
Como no podía faltar, también están los tributos a las grandes capitales de los dos países que los vieron nacer y triunfar. En "Yo me bajo en Atocha" y "Buenos Aires" (este último resulta de lo mejor del disco, donde brilla la guitarra del "Negro" García López), Páez y Sabina compiten en demostrar las virtudes madrileñas y bonaerenses.
Para "Más guapa que cualquiera", se suma Calamaro y cartón lleno. Melancolía, mujeres y un sabor a noche de bares.
A esta altura del álbum, "Flores en su entierro" y "¿Hasta cuándo?" no traen ninguna novedad a la historia ya contada hasta aquí, pero siguen la línea armónica del álbum.
Antes del final, "La canción de los (buenos) borrachos" tiene como condimento extra a un coro formado por amigos de la sociedad Páez-Sabina, integrado por Juan Carlos Baglietto, el dibujante Rep, el productor español Carlos Narea y el escritor argentino Rodrigo Fresán entre otros. Una canción para levantar los vasos y brindar entre hombres.
Por último, el tema que da nombre al disco es el encargado de cerrar esta producción a ritmo rockero, y con una de las tantas melodías que Páez se robó a sí mismo. "Joaquín no sabe cantar, yo sí que soy un cantante", asegura en la letra el argentino, para luego ofrecerle el micrófono a su compañero español: "Pero en rimas consonantes, si me extrañas, mándame un fax", retruca Sabina. Peleas íntimas que hacen de este álbum, un show al estilo de las grandes contiendas de box mundial.
Los últimos acordes del disco se mezclan con aplausos. Es el fin y los dos músicos se los merecen. La pelea (o el álbum, para ser más preciso) terminó, y ambos quedaron de pie con sus brazos levantados.
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