Pablo Cedrón: una vida apasionante, un actor extraordinario
Murió un gran intérprete que vistió a sus personajes del cine, del teatro y de la TV con la fascinación del misterio y el humor
Parecía un hombre de otro tiempo. Desde su generosa cabellera peinada con raya al medio, las cejas pobladas y las facciones bien marcadas podía transmitir la imagen de un duro y recio hombre del suburbio en los primeros tiempos del tango. O la de un habitante de la Argentina rural de siglos pasados, cercana a los magníficos personajes que encarnó en Aballay, el hombre sin miedo (su gran protagónico en el cine, casi escondido detrás de una frondosa barba) y El movimiento, espléndida y casi desconocida película de Benjamín Naishtat en la que encarnó a un caudillo del siglo XIX al que le sobraba carácter, pero casi no tenía quien lo siguiera.
Pablo Cedrón , que falleció ayer a los 59 años en un sanatorio de esta capital luego de padecer una larga enfermedad, fue un actor extraordinario, que tenía la rara capacidad natural de envolver a cada uno de sus personajes en la fascinación del misterio.
Verlo actuar (sobre todo en el cine) era toda una invitación a descubrir varias capas ocultas de temperamentos y estados de ánimo, que iban desde la arrogancia hasta la compasión. "Tiene una presencia y una potencia física que son raras de encontrar", confesó Naishtat a LA NACION en marzo de 2016, vísperas del estreno de El movimiento. También allí contó que en la elaboración del guión ya imaginaba a Cedrón como el personaje central de la película.
Tal vez ese pequeño corpus de películas históricas (toda una rareza en el cine argentino reciente) pueda empezar a definir en retrospectiva la identidad artística de Cedrón y su legado, que además del cine se extendió con los mismos méritos al teatro y a la televisión. En esas películas instaladas en el pasado de nuestro país, Cedrón parecía mimetizarse con el paisaje. Tanto Naishtat como Fernando Spiner (el director que lo convocó para protagonizar Aballay) destacaron sobre todo su atípica condición de notable jinete. "Tenía un vínculo muy especial con los caballos", llegó a reconocer Spiner.
No era la única característica de un hombre de múltiples talentos que había aprendido a lo largo de una vida llena de zozobras, mudanzas y aventuras que lo más importante para seguir adelante es saber adaptarse a los imprevistos. "No trabajo construyendo esquemas psicológicos de los personajes. Respondo más a las intuiciones. Prefiero que me pasen cosas tan inesperadas como las que le pasan al propio personaje", explicó a LA NACION hace algo más de un año. Estaba hablando de su papel en Historia de un clan, la gran miniserie televisiva de Luis Ortega. A Cedrón le tocó encarnar allí a uno de los integrantes, tal vez el que más piedad inspiraba, de la siniestra banda de Arquímedes Puccio.
Había nacido en Mar del Plata, el 7 de enero de 1958. Pertenecía a una familia de genuina y plena identidad artística. Creció en un hogar integrado, según propia confesión, por "bichos raros, gente de clase obrera, pero muy culta". Su padre fue un pintor y escultor con el que casi nunca se llevó bien. Uno de sus tíos es el Tata Cedrón, reconocida figura del tango, y otro, Jorge, uno de los mejores exponentes del cine político de los años 70 (Operación masacre), exiliado y asesinado en Francia. Con una película de Jorge Cedrón, El habilitado (1971), el pequeño Pablo inició su recorrido artístico. Y, como gran parte de su familia, también fue obligado a exiliarse cuando los militares se apoderaron del poder en 1976.
En Francia hizo de todo para sobrevivir. Desde pequeños papeles en publicidades y telenovelas hasta trabajos de carpintería y de herrería. "Fabriqué gomina, fabriqué matracas, di clases de francés, me dediqué a la gastronomía", evocó una vez. Luego de su regreso a la Argentina, también encaró otros oficios en largas pausas forzadas por la falta de oportunidades artísticas: fue guía de Parques Nacionales en Santa Cruz, empleado en un aserradero de Chubut. Hasta se vistió de Papá Noel para una tienda.
Mientras tanto, se ganó de a poco un lugar y el reconocimiento del público. Sobre todo gracias a sus personajes del ciclo cómico Cha Cha Cha y al más popular de ellos, el sexólogo paraguayo Nelson Gómez, al que Nicolás Repetto le dio más tarde un lugar preferencial en Nico. Lo abandonó en pleno éxito, temeroso del encasillamiento. "Me llamaban para cosas humillantes y obviamente me negaba. Preferí dedicarme a pintar departamentos", le contó a Alejandro Lingenti en una entrevista publicada en estas páginas.
Había empezado a pisar fuerte en el cine a partir de 2000, cuando escribió y protagonizó Felicidades, del malogrado Lucho Bender. Más tarde brilló en El aura, junto a otro cineasta prematuramente desaparecido, Fabián Bielinsky, y en películas de paisajes y personajes secos y ásperos (El viento, Boca de pozo, El invierno, Cabeza de tigre, El otro hermano). En TV frecuentó como actor de reparto, a veces con espíritu de comedia y a veces con aire de elegante seductor (el mismo que llegó a pasear en algunos avisos publicitarios), varias ficciones de éxito: Carola Casini, Campeones, Malandras, Mujeres asesinas, Sos mi vida, Malparida, Lalola, Farsantes. Y tuvo una muy destacada trayectoria teatral. Ayer, entre la congoja sin consuelo de todos sus colegas, Osvaldo Laport lo despidió del mejor modo: "Era un perseguidor de oportunidades justas".