Outlander, entre la resignación y el deseo de seguir adelante
Los protagonistas siguen su vida separados por siglos de distancia; atención hay spoilers
Aunque los fanáticos de Outlander tuvieron que esperar tanto para el estreno de la nueva temporada que inventaron el apodo “Droughtlander” (de drought - sequía) para reflejar su descontento, tendrán que pasar varios capítulos más para que el dúo de Jamie (Sam Heughan) y Claire (Caitriona Balfe) se reúna. Pero de nuevo, esto ya lo sabíamos desde el comienzo de esta temporada. Recapitulando, los dos amantes se vieron separados post-batalla de Culloden, que concluyó con resultados fatídicos para los escoceses -tal cual Claire había anticipado-, quedando uno en el siglo XVIII y la otra de vuelta en el siglo XX.
Si creían que iban a poder suspirar aliviados, “Surrender”, el segundo capítulo de esta tercera temporada, entrega más lágrimas y angustia. Antes de sumergirnos en un repaso, advertimos a los distraídos que siguieron leyendo hasta acá que... ¡hay varios spoilers a continuación!
El eje narrativo central de este capítulo se divide de nuevo en dos, y nos toca observar por un lado cómo le está yendo a Jamie, devuelto bastante maltrecho al final del primer capítulo a su querido hogar Lallybroch. Allí, vemos que la vida ha continuado, y nos reencontramos con personajes queridos como Jenny (la hermana de Jamie), nuevamente embarazada, pero no por eso con menos carácter o autosuficiencia, su marido y sus hijos, entre los cuales se encuentra Fergus (el genial Romann Berrux), ya adoptado por la familia. Que la vida haya continuado no significa que Jamie haya podido hacerlo, y de hecho, vemos un fantasma de lo que era. Viviendo en una cueva en medio el bosque, con un look irreconocible con barba y pelo largo incluido (que ya ha sido blanco de bromas en la web) y cazando como salvaje, el nuevo Jamie camina apesadumbrado, no emite palabra hasta bien empezado el capítulo, y cree ver a Claire en cada mujer morocha que se encuentra de espaldas. O casi toda.
Mientras tanto, los británicos continúan acechando Lallybroch en busca de un fugitivo traidor jacobita conocido como ‘Red Jamie’ (se supone que pasaron dos años desde la batalla de Culloden, pero lo siguen buscando). Así, parece haberse generado una rutina en la que cada tantos meses un oficial diferente viene en busca de Jamie, ante la negativa de su familia respecto de su paradero se lleva al esposo lisiado de Jenny, para luego soltarlo después de algunas semanas sin novedades. Mientras tanto, Jamie realiza visitas clandestinas esporádicas a la casa, cuida de su hermana y les lleva comida o arregla cosas. Quizás lo que empeore las cosas todavía más, es que él sepa que Claire no está en verdad muerta (sólo en otra dimensión espacio-temporal), pero que no pueda hablarlo con nadie. Lo cierto es que todo parece más o menos tranquilo, con Jamie en su solitaria y miserable vida, hasta que los chicos hacen de las suyas robando una pistola y alertando a los “casacas rojas”, que registran la casa haciendo que Jenny tenga que fingir haber perdido al bebé. Luego, se desata una imparable serie de eventos poco afortunados que culminarán con la entrega de Jamie.
“Surrender” hace referencia al estado de resignación y aparente derrota emocional en la que vive sumido Jamie tras perder al amor de su vida, y que no parece increparse ante nada (ni los reclamos de su hermana de que “vuelva a la vida” ni los embates del pobre Fergus, quien lo llama cobarde). O al menos esto es hasta que Fergus es seguido por dos oficiales ingleses, los burle y éstos le corten una mano (¡sí, una mano!), en una escena inesperadamente truculenta. Esto parece volver un poco en sí a Jamie, quien recupera cierto orgullo y sentido de la justicia, y que también se da cuenta que permaneciendo allí pone en peligro a su familia. Entonces urde nuevo plan: hacer que su hermana lo entregue, cobre la recompensa y se desligue de la sospecha de estar ayudándolo para siempre, dejando a todos a salvo. Plan que por supuesto se lleva a cabo para volver a ubicar a Jamie en el rol de héroe al que nos tiene acostumbrados -y nos gusta tanto-, no sin lágrimas de su hermana, quien alcanza a gritarle “Nunca te voy a perdonar esto”, con un doble sentido que hiela el alma. Esperamos que esto no sea lo último que veamos de la gran Jenny.
De regreso en Boston Claire (Caitriona Balfe) y Frank (Tobias Menzies) también luchan por mantener cierto tipo de normalidad, que sabemos, en el fondo, también es bastante disfuncional. Claire, al igual que Jamie, vive atormentada por el fantasma del amor que tuvo con este, aunque quizás un poco más diluido por las obligaciones diarias de la nueva maternidad (y el confort y distracciones modernas). Mientras la pequeña Brianna crece así como sus rulos rojos, vemos a Claire teniendo pesadillas, levantarse llorando, creer que ve a Jamie tendido al lado y demás. Pero también, los fans han tenido -con mucho pesar- que verla compartiendo el lecho con Frank e intentando componer las cosas. Dicen que el cuerpo es debilidad, y Claire no logra controlarlo. De este modo, la pareja vuelve a compartir intimidad, y todo parece regresar a como era antes de los viajes en el tiempo, con paseos en el parque con cochecito, desayunos compartidos y cenas con amigos... hasta que Frank le exige a Claire que lo mire cuando mantienen relaciones (Claire cerraba los ojos), y el castillo de naipes que ambos habían construido se desmorona de inmediato.
En simultáneo, el capítulo dedica una porción interesante de tiempo a indagar qué le sucede a Claire con su vida, más allá de la pérdida de su gran amor, algo que se agradece tanto narrativa como conceptualmente, además de darle alternancia a la serie (si no sería escena tras escena de lamentos de los amantes). Outlander ha sido considerada un serie feminista tanto por su tratamiento del sexo y la sexualidad femenina en TV, como por su personaje central, Claire, una mujer que siempre parece saber cómo responder al machismo imperante en cada época sea la Escocia del 1700 o la corte francesa. Esta temporada no es la excepción, y así se toca el sexismo imperante en los 50, tanto en los ámbitos profesionales como familiares, de la mano de la idea de posguerra de que la mujer debía regresa al hogar, y la posterior fetichización de la ama de casa.
Entonces, Claire, quien siempre ha sido una mujer independiente que se entrenó como enfermera para la Segunda Guerra Mundial y sirvió en el frente, y cuyos conocimientos le sirvieron luego para ser una “curandera” y “dama blanca” en el siglo 18, ahora se ve asfixiada por el sopor de una domesticidad que no es para ella. Si bien en los primeros capítulos la vemos abocada a una feliz maternidad, los guionistas no pretenden que la protagonista vaya a quedarse quiera, o sin desarrollar una carrera. En especial luego de varias pistas que ya habían deslizado capítulos anteriores con respecto a Claire (la condescendencia de los colegas universitarios de Frank “ninguneando” a las mujeres médicas, y en la temporada anterior la mención de que era una cirujana renombrada). “Siempre he creído que el personaje de Claire no tiene tiempo”, ha declarado la actriz Caitriona Balfe en relación a la versatilidad e inteligencia de la heroína para adaptarse a todos los tiempos, pero también para estar por sobre la mentalidad de época.
Claire se sale con la suya -como de costumbre- y termina nada más y nada menos que en una clase de cirugía en Harvard, siendo la primera mujer que asiste a la escuela de medicina, en donde sus compañeros la miran con mala cara y su profesor la desaprueba. Quizás lo mejor del personaje de Balfe es esta pulsión por seguir adelante, fiel a sus convicciones, sin importar qué diga el resto. La toma final cierra con ambos personajes, cada uno por su lado, pero manteniéndose firmes en sus decisiones: Jamie camino a la cárcel para proteger a su familia, Claire criando a su hija y reencontrado su propósito. Y esto, en definitiva, es algo que los une, a través del tiempo.
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