Intoxicados
Ni genio ni fisura
Pity Alvarez vomita chorros de honestidad brutal en un disco de musicalidad abierta.
Por esa costumbre argentina (¿universal?) de endiosar o bastardear a las celebridades, Pity Alvarez es –depende de quién lo describa– un adalid del chabonaje más abyecto o un artista de culto, médium del sentir popular. Y la verdad es que ni tanto ni tan poco: el ex Viejas Locas emprendió una búsqueda que lo distingue de sus pares, pero su manera de expresar lo que encuentra no siempre es efectiva. Puestos a etiquetar, el líder de Intoxicados vendría a ser ni más ni menos que un creador que, de tan inquieto, vive dándosela de trompa contra sus propias limitaciones.
Otro día en el planeta Tierra no es un disco de rock stone (ya casi nadie cree que Intoxicados sea sólo eso), simplemente porque el rolinguismo más ortodoxo apenas si asoma en dos tracks (“Las cosas que no se tocan” y el corte “Señor kiosquero”). El resto del álbum aborda –con profesionalismo e intensidad, e incluso algún que otro lujo– géneros como el reggae (“Niña de Tilcara”), el funk (“Una señal”), el hip hop pendenciero y fumón alla Cypress Hill (“Te la vamos a dar”) y esa nueva subespecie del rock nacional llamada “canción calamaresca” (“Fuego”, con el omnipresente Andrés como invitado). Ese eclecticismo es una clara muestra del mencionado espíritu errante de Pity, aunque su verdadera dimensión artística se aprecia más en las letras que en la música. Allí es donde se desmarca por completo de la pose reventada a la que suelen apegarse ciertas estrellitas suburbanas para mostrarse como un artista perceptivo y confesional.
Las quince canciones de Otro día…, o reparten ácidas críticas al establishment y el conformismo, o reflejan los claroscuros del alma de su autor. Aun en sus crónicas más descarnadas de la vida marginal, Pity prefiere los códigos a la apología (salvo en “Señor kiosquero”, todo un paso en falso). Con saludable irreverencia, se ríe de los dogmas de esquina confesando su gusto por Madonna y dedicándole un tema a Federico Moura. Y, sin embargo, en su afán por vomitar sensaciones, a veces descuida las formas, con lo cual se pasa de explícito, cae en frases imposibles y sucumbe ante simplismos y clisés que, a fin de cuentas, terminan afeando sus buenas intenciones.
Si depuraran su honestidad brutal (sin pasteurizarla), la originalidad de Intoxicados quedaría mucho más en evidencia. Mientras tanto, con el esfuerzo les basta para mirar desde arriba la chatura general.
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