Otoño e invierno: secretos de familia que duelen tanto como el primer frío
Daniel Veronese vuelve a abordar una obra del sueco Lars Noren, con muy buenas actuaciones en una puesta en escena pulcra
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Autor: Lars Noren. Adaptación y dirección: Daniel Veronese. Intérpretes: Inda Lavalle, Paula Ransenberg, Miriam Odorico y Guillermo Aragonés. Luces: Ricardo Sica. Sala: Timbre 4, México 3554. Funciones: domingos, a las 18. Duración: 60 minutos.
La excusa es sencilla, ordinaria y cotidiana: un almuerzo de domingo en la casa paterna. ¿Vale paterna ya en estos tiempos? La casa de la infancia, la de la familia. La que supo contener a estas dos hermanas ya grandes, tan distintas pero a la vez con esos puntos en común que duelen por haber transitado ciertos caminos a la par. Los padres –una vez más la costumbre de nomenclar desde la masculinidad acecha– son grandes, intensos. Están ahí, a la pesca de los errores de las hijas para marcarlos. Y ahí, en esas faltas, volverse más fuertes. ¿Es así acaso como se engendra el poder, la única manera es denostando al otro? Definitivamente no pero en esta familia ese pareciera ser el modelo. Uno que encarcela y desde el cual todos y todo se organiza.
La obra en cuestión es Otoño e invierno del sueco Lars Norén (Vigilia de noche, también dirigida por Veronese), que murió hace apenas unos meses a causa del Covid en un frío invierno escandinavo. La pieza fue escrita mucho antes e incluso llegó a las manos de Daniel Veronese, encargado de la adaptación y la dirección, quien la mandó a traducir y la guardó en un cajón durante años hasta que, en 2020, en el invierno austral y pandémico, reapareció y tuvo sentido. Poco importa si sucede en Suecia o en cualquier país del mundo, aquí se trata de una familia de clase media compuesta por Marga (Miriam Odorico), Nicolás (Guillermo Aragonés) y sus hijas Eva y Ana (Paula Ransenberg e Inda Lavalle respectivamente).
La puesta es pulcra, quizá porque la suciedad se esconde; blanca, porque desde ahí todo se construye; artificial porque así es, porque casi están sin vida, porque en los pliegues se encuentra la verdad y a esta hay que buscarla para sacarla a la luz, una luz triste, descolorida.
La familia funciona aquí como ese vínculo primario desde el cual nacen todos los otros lazos. O también, este germen desde el cual se articulan todas las demás relaciones, se contaminan, se comprenden. Aquí no hay buenos ni malos. Todos tienen de todo un poco y entonces las víctimas también son victimarias y los roles se irán intercambiando conforme avance la acción, las historias emerjan, los recuerdos asalten la tarde. Y entonces ese primer frío, ese que anuncia el otoño, se volverá helado cuando se acerque al nudo del dolor y llegue el invierno. Pero por suerte luego viene la primavera y más tarde el verano.
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