Orgullo sin prejuicios: por qué Contra lo imposible debería ganar el Oscar a la mejor película
De todas las películas nominadas al Oscar este año, Contra lo imposible es la que mejor podría lucir con absoluta legitimidad el estandarte de "clásica". Del principio al final, la película de James Mangold no solo rinde tributo a las personalidades de la historia real que inspiraron este relato. Lo mejor es que lo hace con las más nobles herramientas de la tradición de Hollywood, justamente aquello que nació para ser honrado cada año con los reconocimientos de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas.
Contra lo imposible es una película transparente, a primera vista fácil de entender y de disfrutar. Es una historia de superaciones, de esfuerzos por lograr la victoria, de convicciones que a veces resultan malentendidas. Comienza y culmina del mismo modo: con una victoria deportiva que casi en el mismo momento se transforma en frustración. Ese contraste define a los dos personajes protagónicos, que entre uno y otro punto van construyendo ante nuestros ojos su personalidad. Sabemos al verlos que la adversidad no los va a amilanar. Son nuestros héroes. Y adquieren esa condición heroica de la manera más clásica que Hollywood podría concebir.
En estos términos no aparece en las otras películas nominadas una identificación más fuerte que la de Contra lo imposible entre sus protagonistas y el público. Semejante empatía se fortalece todavía gracias a la escenografía del relato,tomado de acontecimientos reales que dejaron recuerdos muy fuertes en la historia del automovilismo deportivo. Desde esta impronta surge otro mérito indiscutible: la película vale por sí misma y también porque nos invita (e incita) a querer saber más sobre sus protagonistas, sobre su entorno y también sobre aquéllos personajes secundarios que en todos los casos (como ocurre siempre en las buenas películas) adquieren aquí una relevancia absoluta.
Por eso, una de las mejores cosas que ofrece Contra lo imposible es que podemos descubrir la historia real sin dejar de creer plenamente en todo lo que la película nos cuenta a partir de una adaptación libre de lo ocurrido. Después de ver la película sentimos que resulta imposible conocer al auténtico expiloto y brillante constructor de autos Carroll Shelby sin haberlo visto primero con el rostro de Matt Damon. Y lo mismo ocurre con el auténtico piloto Ken Miles sin el previo ejercicio de reconocerlo en las filosas facciones de la cara de Christian Bale.
Se nos hace transparente al contemplarlos en la pantalla que ambos persiguen en definitiva el mismo sueño, aunque lo hacen desde diferentes perspectivas. En este sentido, podría decirse que Contra lo imposible es una perfecta buddy movie, un atributo más entre los muchos que definen su profundo y casi perfecto clasicismo cinematográfico. Shelby y Miles no podrían ser más diferentes en cuanto a temperamento y actitud para encarar algunos de los grandes desafíos de la vida. Pero convergen en algunos aspectos clave: los dos tienen el mismo orgullo a flor de piel, un orgullo que los lleva a saberse ganadores, a creer que recorren el camino correcto para alcanzar el objetivo.
Aquí está el núcleo de la historia. Si llegamos huérfanos de conocimientos sobre la historia del automovilismo deportivo no tardamos en descubrir cuál es el eje narrativo. Hay un nombre, una marca (Ferrari) que se muestra imbatible en la competencia más importante y más popular del calendario de las grandes carreras de autos de la década de 1960: las 24 horas de Le Mans. Y hay otro nombre, otra marca (Ford) que en un momento decide disputarle ese liderazgo.
El orgullo empresario busca el apoyo del orgullo individual. Lo que nos muestra la película es que en el fondo todos quieren triunfar. Pero Mangold sabe cómo pegar a tiempo un volantazo y de a poco Contra lo imposible va construyendo una carrera paralela: la que libran los hombres contra las corporaciones. De hecho, los representantes de esas dos marcas (Henry Ford III y Enzo Ferrari) no aparecen en el fondo como los villanos de turno, aunque en algún momento sus respectivos temperamentos no resulten de nuestro agrado. Resultan mucho más simpaticos que el verdadero malo de la película, un ejecutivo secundario de Ford llamado Leo Beebe (Josh Lucas), el único personaje de la historia dispuesto a poner el cálculo mezquino por encima de cualquier alarde de humanidad.
El resto pone en juego en cada instancia de la trama una mezcla de impulsos y estrategia que los hace más fascinantes y a la vez más ricos. Con personajes de esas características siempre resulta mucho más fácil darle vuelo a la historia, sobre todo en este caso. Es uno de los muchos méritos del director Mangold, que inexplicablemente quedó afuera de los cinco nominados al Oscar en su categoría. Las decisiones que toma respecto del rumbo de la acción, del diseño de los personajes y de la puesta en escena de una historia en la que todos compiten para ganar a partir de sus convicciones siempre son las mejores.
Mangold sabía que la escala humana era esencial para darle a sus personajes y a la historia la máxima credibilidad. Por eso, las escenas que transcurren en las pistas tienen las características visuales, escenográficas y de montaje que tenían las películas sobre automovilismo deportivo antes de la revolución de los efectos digitales. Podría decirse en este sentido que todo lo que ocurre en ese terreno funciona de manera analógica.
En consecuencia, si hay algo que no tienen el movimiento de los vehículos, el modo en que se muestra el estilo de manejo de los pilotos y hasta el recurso circunstancial al material de archivo (la carrera de Le Mans de 1966 fue la primera en su tipo que la televisión transmitió con los perfiles que reconocemos hasta hoy en ese tipo de producciones) es el carácter sustitutivo de la realidad que muestran las películas construidas digitalmente. Aquí las carreras son reales y los personajes, de carne y hueso. Esa condición se enriquece más todavía frente a la presencia del único personaje femenino de la historia, el que encarna Catriona Balfe con una presencia de ánimo que siempre se sobrepone a cualquier tropiezo, además de mantener un equilibrio complicado entre dos personas temperamentales.
Hay, por lo visto, una suma de méritos que confluyen en una película que tiene, como se espera de un potencial aspirante al Oscar, las características de una producción integral capaz de respaldar una gran historia. Como señaló Anthony Lane en el semanario The New Yorker, Contra lo imposible es una película de héroes, de convicciones y de búsquedas ambientada en el mundo del automovilismo deportivo que cualquier persona ajena a ese mundo podría disfrutar de igual manera ¿Qué más necesitaría para llevarse el Oscar? No le rendirá homenaje como hace Quentin Tarantino en Había una vez…en Hollywood a las personas que construyen el día a día de la industria del entretenimiento, pero se acerca más que ninguna otra de las candidatas de este año a lo que refleja y representa la tradición del premio y del cine estadounidense de perfil clásico.
No habría nada mejor que darle el Oscar a un largometraje que recupera ese acervo con el aliento y las herramientas que ofrece el cine del siglo XXI. Pero al ver que los expertos en pronósticos del Oscar le adjudican a esta película las menores chances entre todos los postulantes al premio mayor, corresponde preguntarse si una película de perfiles clásicos que aspira al premio mayor de Hollywood no hace otra cosa que soñar contra lo imposible.
Otras noticias de Cine
- 1
Marcelo Longobardi, sobre su desvinculación de Rivadavia: “Recibieron fuertes comentarios adversos de Karina Milei”
- 2
Shakira reveló el sorprendente rol que desempeñó Chris Martin tras su separación de Gerard Piqué: “Él estuvo ahí”
- 3
Claudia Villafañe: su mejor rol, por qué no volvería a participar de un reality y el llamado que le hizo Diego Maradona horas antes de morir
- 4
Rocanrol y topless: Airbag hizo delirar a sus fans en el primero de los shows que la banda ofrece este fin de semana, en Vélez