"Hoy no tengo la necesidad de correr o de entrenar ocho horas, pero sí sigo viendo básquet. O me pongo a jugar al NBA 2K. Estoy jugando en Modo Carrera", dice Fabricio Oberto. A siete años de su último partido como basquetbolista profesional, el campeón olímpico con la emblemática Generación Dorada del básquet argentino y campeón de la NBA con San Antonio Spurs dedica algunas horas a la semana a seguir la evolución de un jugador hecho con el mismo físico –2,08 metros y 111 kilogramos– y las mismas habilidades que él tenía: sin tiro de tres y con juego interno. "El desafío es bueno. El NBA 2K está hecho para que tiren de afuera o la vuelquen. Son super atléticos, con todos los trucos y yo juego básico. Así llegué a una Liga de Verano, elegí cuatro equipos, entre los que estaban Los Angeles Lakers y San Antonio Spurs, y ahora estoy en mi primera temporada con los Spurs. Estoy con el pelo como lo tenía cuando jugaba; viniendo del banco, a veces jugando, a veces no. Es muy loco".
Parece el relato de un deportista retirado que con la ayuda de un videojuego realista rellena los huecos que va generando la nostalgia. Como si necesitara volver a sentir la adrenalina de formar parte de un equipo que debe atravesar horas y horas de trabajo, ya sean de entrenamientos o partidos, para conseguir su objetivo.
Pero lo cierto es que Oberto no paró de sumarse desafíos desde que una arritmia cardíaca lo llevó al retiro de forma prematura, a los 35 años. Su vida de ex deportista la desempeña con la misma dedicación y exigencia que tenía cuando era un deportista en actividad. Después de su último paso por la NBA con Portland Trail Blazers en 2010, del último torneo con la selección nacional en el Preolímpico de Mar del Plata de 2011 y un breve regreso de 13 partidos a Atenas de Córdoba en 2013 –donde debutó y brilló en la Liga Nacional durante los 90–, comenzó un sinfín de proyectos, desde una banda de música –New Indians– a una línea de vinos –Old Wines– o ser el CEO de un equipo de e-sports –GG New Indians– en la Liga Master Flow de League of Legends. También se subió a una moto para recorrer el desierto del Sahara y la ruta 40 en Argentina con su amigo y ex compañero en los Spurs, Tim Duncan, y escaló el Aconcagua. Hizo radio, televisión, tiene un podcast, es uno de los comentaristas de la NBA por ESPN y en mayo de este año estrenó el documental Reset, volver a empezar, con él como protagonista y la participación de Manu Ginóbili, Andrés "Chapu" Nocioni y otros integrantes de la Generación Dorada intentando descifrar cómo sigue la vida cuando se terminan los horarios, los entrenamientos, los partidos y todo lo que rodea estar en la élite de un deporte.
"Hacer diferentes trabajos es como ir corriendo la cancha e ir analizando dónde va a salir el tirador, dónde lo vas a bloquear y cómo va a ser el ángulo del bloqueo y adónde va el pase, qué va a hacer el defensor; y si perdemos la pelota, quién va a volver a defender", dice Oberto, que usa su formación deportiva para todo. "El básquet todos los días me enseña cosas".
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Hay que ir a los orígenes de Fabricio Oberto para entender cómo se construyó ese compromiso por el trabajo duro y la curiosidad irrefrenable que lo lleva a ser más que el simple inversor que pone su dinero o la cara en sus proyectos: él se involucra "hasta las rodillas", según sus palabras.
Comenzó a jugar al básquet a los 7 años en Huracán de Las Varillas, el pueblo cordobés a 170 kilómetros de Córdoba capital, donde nació y se crio escuchando los partidos de Atenas por la radio o viendo las finales con Ferro Carril Oeste, la rivalidad más fuerte en los primeros años de la Liga Nacional durante los 80. "Yo siempre fui el más alto de la fila. Apodos los tuve todos, me decían ‘poste’, ‘torre’... y el básquet, que siempre estuvo conmigo, fue como darle una razón a esa altura", explica Oberto.
En su club, el básquet no era prioridad y, en uno de los cambios de presidente, la disciplina dejó de practicarse. Como él quería seguir jugando y cumplir su sueño de llegar a la Liga Nacional, se fue al club Florentino Ameghino de Villa María, a 80 kilómetros de Las Varillas. Su rutina en los últimos años de la secundaria era levantarse a la mañana para ir a trabajar a la otra punta del pueblo, ir al colegio después del mediodía, cerca de las 6 de la tarde viajar hasta Villa María para entrenar en tres categorías y luego regresar a su casa pasada la medianoche. Si perdía un colectivo, dormía en Villa María y volvía a la mañana siguiente a Las Varillas. Los deberes los hacía en el desayuno antes de salir de nuevo al trabajo. "Tuve que buscar formas. Cómo me acomodaba, cómo podía hacer la tarea y tener una disciplina. Yo no podía faltar al cole porque, si no, perdía contacto con mis amigos, que se juntaban todos los fines de semana cuando yo jugaba", recuerda.
A los 17, a meses de terminar la secundaria, apareció la oportunidad que siempre había querido: una prueba en Atenas. Los entrenadores del equipo más importante de Córdoba, entre los que estaba Rubén Magnano –el técnico campeón olímpico–, quedaron encantados con su desempeño y para diciembre de 1992, después de irse a Bariloche con sus compañeros de curso y terminar el secundario –una exigencia de sus padres, Raúl y Vilma–, ya estaba instalado en Córdoba capital. Primero vivió cerca de nueve meses en el club y luego se mudó a un departamento a unas cuadras. Su vida ya giraba alrededor del deporte. Todos los días, se levantaba, iba al gimnasio, luego almorzaba y más tarde comenzaba la serie de entrenamientos con la primera y el equipo juvenil. Y si perdía o jugaba mal, al otro día era capaz de ir más temprano al gimnasio para hacer pesas. Ni los feriados dejaba de hacerlo.
"Estaba todo el día tratando de avanzar. Iba a los entrenamientos como si fuera la final del mundo y ponía los bloqueos como si estuviera bloqueando a Manu en 2004. Algunos pibes me decían: ‘¿Qué te pasa?’", recuerda Fabricio. Los resultados de esa metodología de entrenamiento fueron casi inmediatos: en 1993 salió campeón en el Argentino Juvenil con la selección de Córdoba –con Pablo Prigioni, otro ex NBA, en el plantel– y fue elegido mejor jugador del torneo, fue campeón nacional juvenil de clubes con Atenas y, más tarde, convocado a la selección nacional mayor, sin haber pasado por la de su categoría.
Mientras Ginóbili debutaba en Andino de La Rioja en 1995 y Luis Scola en Ferro al año siguiente, él ya tenía varios minutos en el equipo de Liga de Atenas y empezaba a convertirse en protagonista en "una Liga Nacional durísima", según la define Oberto 25 años después. A él le tocaba defender a todos los jugadores extranjeros en un momento donde, con el 1 a 1, llegaban algunos muy experimentados, ex NBA o de otras ligas más fuertes, como Puerto Rico o algunas europeas. Rápido se convirtió en el jugador más influyente de su equipo, por encima de Marcelo Milanesio y Héctor "Pichi" Campana, dos íconos del deporte antes de la llegada de la GD.
Su dominio lo construyó con una efectiva capacidad de goleo, un envidiable estado atlético y sacrificio defensivo. Estuve en la cancha cuando Oberto jugó su último partido de la Liga Nacional antes de irse a Europa. Yo era un jugador de la categoría infantiles de Ferro y, aunque no jugara mi club, mi padre me insistió para que no nos perdiéramos un hecho histórico: Boca Juniors había decidido mudar la localía de su cancha en Casa Amarilla, conocida como "La Bombonerita", al Luna Park para las finales de 1998 contra Atenas. Lo había visto de cerca a Oberto hacer jugadas espectaculares las veces que visitó el Héctor Etchart, la cancha de Ferro, pero nunca como esa noche, con el estadio repleto, desde una de las últimas filas de la platea que da a la calle Bouchard. Sus primeros goles fueron volcadas soberbias y los experimentados internos rivales, el puertorriqueño Jerome Mincy y el cordobés Luis Villar, nunca pudieron superarlo cuando él los defendía. Terminó el partido con 37 puntos y 10 rebotes para sellar un 4-0 en la serie y quedarse con el título. Busquen el video en YouTube y miren ese partido: mientras Jordan completaba su segunda trilogía de campeonatos con Chicago Bulls, Oberto era lo más cercano que teníamos a un jugador NBA en nuestro país.
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Reset, volver a empezar, el documental de Fabricio Oberto, dirigido por Alejandro Hartmann, comienza con él haciéndose uno de los chequeos cardiológicos que se realiza una vez por año. Cuando jugaba en la NBA le descubrieron una arritmia por la que en tres oportunidades tuvieron que realizarle una cardioversión –una práctica que básicamente consiste en hacer un reseteo de su corazón para que deje de latir unos segundos y luego restablecer el ritmo cardíaco– y una ablación, y que finalmente lo alejó de las canchas en 2011.
A continuación de esa escena en la que está recostado en una camilla, la película no celebra sus años dorados –aunque las imágenes de archivo, que en algunos casos aportó Fabricio, son fenomenales– ni meten el dedo en la herida, poniéndolo a él en el papel de una víctima que tuvo que dejar la actividad por un problema de salud. "No es una biografía deportiva. Es sobre lo que pasa después del deporte", aclara Fabricio un mes más tarde del estreno, que fue digital, claro, por la pandemia y tuvo buen recibimiento, siendo hasta comienzos de agosto la tercera película más vista en la plataforma Cine.Ar Play –desde el mes pasado se puede ver en Cablevisión Flow–. Según su mirada, el guion podría haberse aplicado a una película dedicada a cualquier ex deportista de la disciplina que sea, porque a todos les impacta esa nueva etapa en la que no tienen que cumplir horarios para entrenamientos ni partidos, perderse cumpleaños y festejos familiares o cuidar el cuerpo de lesiones porque esa es su fuente de trabajo y, al mismo tiempo, no saben cómo manejar la falta de competencia.
El otro atractivo de Reset, volver a empezar es que Oberto gira por la Argentina y Estados Unidos para hablar con sus ex compañeros de equipo y el entrenador de la GD, Rubén Magnano, sobre esa "segunda vida" luego del retiro.
"Al principio era una película sobre la Generación Dorada, no sobre la post Generación Dorada", dice Alejandro Hartmann, el director del documental. Junto al productor Maxi Dubois (Gilda, Infancia clandestina), había conocido a todos sus integrantes haciendo Alma naranja –que salió por DeporTV entre 2013 y 2015– , y tras unirse Fernando Collazo a la producción, todos coincidieron en que Oberto era el indicado para ser la cara de un relato sobre aquel equipo histórico. Pero ninguno quería que fuera la típica película con tono de gesta heroica. El guion fue cambiando en las primeras charlas con él y el tiempo que llevó el rodaje –4 años– hizo el resto para llegar a los 77 minutos del corte final.
Las agendas cargadas de Oberto y del resto de los jugadores que aparecen en la película fueron los principales motivos del retraso. "Cuando vos seguís algo que es un proceso, se vuelve más rico. En el medio empezó a pasar que se retiraba Chapu [Nocioni], que Leo [Gutiérrez] se retiraba y que finalmente se retiró Manu", dice Hartmann. Ese delay y los hechos volvieron más claro el tema central del documental. "Fabri es un tipo que tiene un par de años menos que yo, y cuando a mí me está empezando a ir bien en mi carrera, él ya está jubilado. Él tocó el cielo con las manos y ahora se quedó pedaleando en el aire. Es fascinante ese conflicto tan ajeno al resto de los mortales, porque al resto no le pasa eso de prepararte toda una vida para el éxito y después quedarte en el mundo del recuerdo y buscando cómo reinventarte".
Oberto, que durante los cuatro años de rodaje estuvo buscando cómo resolver todo lo que le daba vueltas por la cabeza desde el día que dejó de jugar al básquet profesionalmente –¿cómo seguir adelante después de una vida dedicada a esto? ¿en qué momento iba a empezar a considerarse un ex jugador y a soltar el deporte?–, siente que sirvió hacer ese proceso ayudado por sus amigos y dejándolo documentado: "Quedó un mensaje. Con esto cerré, como que me descargué la mochila, no dejé charlas pendientes. Cuando uno puede hacer eso, puede despedir mejor".
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‘Me cuidaban todos en la selección", recuerda sobre sus comienzos con la camiseta del conjunto nacional. Fue campeón panamericano en 1995, el primer torneo importante que Argentina ganaba desde el Mundial de 1950, con 20 años, y jugó los Juegos Olímpicos de Atlanta 1996. "En esa época, Fabricio era un chico muy flaquito que empezaba a crecer, que físicamente le gustaba trabajar mucho y que era imparable. Siempre quería más. Por eso se convirtió en el jugador que fue después", dice Juan Espil, un tirador infalible que en esos torneos fue el goleador de la selección. Para el Mundial de Grecia en 1998, en el mismo torneo que debutaron Ginóbili, Alejandro Montecchia y Pepe Sánchez –otros pilares de la GD–, Oberto ya era el mejor jugador del equipo, con 12.9 puntos –superado solo por Espil– y 10.4 rebotes por partido de promedio.
Además de haberlos enfrentado en la Liga Nacional, con Ginóbili, Sánchez y varios de los integrantes de la GD como Luis Scola y Leo Gutiérrez, jugó por primera vez en el conjunto Sub-22 que quedó cuarto en el Mundial de Melbourne, Australia, de 1997. Ese era un equipo que volaba, que tenía en Oberto y el tucumano Lucas Victoriano a sus figuras y que le había ganado a Lituania, una potencia europea, por 17 puntos para clasificar por primera vez a las semifinales de un mundial de la categoría. La derrota contra los locales, en un último minuto fatídico, en el que pasó de ganar a perder tras errar un tiro libre, perder una pelota y recibir dos triples seguidos del rival, lo siente como uno de los momentos más duros de su carrera. 71 a 68 fue el resultado final.
Ese partido negro se sintió fuerte en el ánimo del plantel, pero terminó siendo la matriz de los nuevos objetivos que la selección nacional tendría para el próximo milenio. Tras ganar el Premundial 2001 en Neuquén, el batacazo inicial fue en Indianápolis 2002, con la primera victoria sobre una selección estadounidense formada por jugadores de la NBA –llevaban 58 partidos invictos desde el Dream Team de Michael Jordan, Magic Johnson y Larry Bird–. En ese Mundial tuvieron otro cachetazo en la final perdida contra Yugoslavia en tiempo suplementario, con algunos fallos polémicos de los árbitros, pero volvieron a levantarse rápido: en 2004, llegó la gloria con el Oro olímpico en Grecia. En el Mundial de Japón 2006 perdió contra España en semifinales por un punto y quedó cuarto. En los Juegos Olímpicos de Pekín de 2008 fue medalla de bronce, en el Mundial de Turquía 2010, con algunas ausencias por lesión, quedó quinto, y en los Juegos de Londres 2012, ya sin Oberto en el equipo, otra vez fue cuarto. No hubo torneo en el que la selección no fuera candidata al podio y protagonista. Una verdadera década ganada, apuntalada por el espíritu competitivo y la unión inquebrantable de un grupo de jugadores, que al mismo tiempo salían campeones de las principales ligas de Europa o la NBA.
"Con la Generación Dorada hemos compartido tantos años, pasado tantas batallas, tantas partidas, que, por la química que tenemos, no hay nada que no podamos solucionar entre nosotros", dice Fabricio. "Nos estamos juntando una vez al año. Tenemos que ver la próxima fecha con esto de la pandemia. Es como un retiro de amigos… de hermanos que nos hemos encontrado".
La experiencia en la selección le allanó el camino para encajar en la NBA, o mejor dicho en San Antonio Spurs, donde el funcionamiento del plan del técnico multicampeón Greg Popovich estaba por delante de cualquier figura. "San Antonio tenía una filosofía muy similar [a la GD] y el único objetivo era el equipo. Ahí Tim Duncan era el primero que te daba el ejemplo, Tony Parker daba el ejemplo, Manu… Siempre estaban dando el ejemplo, y vos ya sabías que tenías que seguir por ahí. El camino estaba hecho", cuenta Oberto, que jugó cuatro temporadas allí de 2005 a 2009 y fue titular en las finales de 2007 contra Cleveland Cavalliers –donde jugaba la entonces joven estrella LeBron James– en las que Spurs consiguió su cuarto título, formando una buena dupla con Duncan. Con su entrega en la cancha y su buen humor cuando no les tocaba jugar, el cordobés selló su nombre en la historia del equipo de Texas y generó un lazo fuerte con sus compañeros y la organización. Se hizo muy amigo de Duncan, con el que ahora hace travesías en moto por el mundo, y tiene una buena relación con Popovich –Oberto le envía botellas de su línea de vinos para que su ex entrenador le haga devoluciones luego de probarlas–. "Cada vez que llego a San Antonio, me recibe todo el mundo de la mejor manera. Cuando estoy ahí, me siento en casa".
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El 11 de septiembre, minutos antes de que el último campeón Toronto Raptors quedara eliminado en el Juego 7 de las semifinales de la conferencia este por Boston Celtics, Leo Montero habla con Oberto en la transmisión por ESPN sobre el bajo rendimiento de algunos jugadores del equipo canadiense durante toda la serie. "Cómo juega la cabeza", sentencia el relator.
Esa noche, en los cuatro cuartos los dos planteles jugaron un básquet algo errático. A la presión típica de todo partido eliminatorio, hay que sumarle que esos jugadores, a esa altura, llevaban cerca de dos meses en la burbuja que la NBA armó en Orlando para seguir la temporada 2019-2020 en medio de la pandemia de Covid-19. Un par de días después le pregunto a Oberto por WhatsApp si él hubiera soportado la burbuja. Me responde que sí, que acá lleva casi seis meses saliendo muy poco de su casa y que la rutina de entrenamientos y partidos más las comodidades que tienen en la concentración hubieran ayudado. Pero reconoce que el contexto puede impactar en el rendimiento y por eso no se anima a dar su pronóstico sobre el campeón de la NBA, que se definirá este mes. "Esto es algo completamente nuevo", me dice en un audio de 45 segundos. "Me imagino que habrá jugadores a los que los afecta, porque pierden todo contacto, y la gente, las familias, las personas que están al lado de uno son mucho soporte y apoyo. Por eso dejaron entrar familiares a la burbuja después de la primera ronda".
Oberto sabe cómo todo lo extradeportivo puede alterar el rendimiento. Tras esa final histórica contra Boca en el Luna Park de 1998, vino el Mundial de Grecia y luego se quedó para jugar en la liga de ese país con el poderoso Olympiakos. Había firmado un contrato de tres años impulsado por su nueva agencia de representantes, pero esperaba estar mucho menos tiempo: su objetivo era dar el salto a la NBA. Pero nada de eso pasó.
"No encontraba mi lugar y extrañaba. Me quería volver", dice ahora sobre la experiencia griega. Una prueba fallida en New York Knicks en 1999 con el histórico entrenador y ahora comentarista Jeff Van Gundy terminó de encender las alarmas: Oberto no estaba feliz con lo que estaba viviendo y se negó a volver al Olympiakos. No podía ir a otro equipo porque recién había pasado un año de su contrato y prefería no jugar antes que regresar a Europa. De junio a diciembre de ese año se quedó viviendo en Córdoba.
"Yo me pasé prácticamente 6 o 7 meses llamando a su casa para convencerlo de que tomara la decisión de venir a jugar a España, al Tau, que se iba a sentir mejor, y lo conseguí", recuerda Espil, con el que había compartido equipo en Córdoba y en la selección y había sido de los primeros jugadores argentinos en irse a las ligas europeas en los 90. En los primeros días de Fabricio en Vitoria, él lo alojó en su casa. "Fueron momentos difíciles para él. Aunque uno tenga todo alrededor y haga lo que le gusta... la cabeza manda. Entre los dos, cada día hablando, comiendo en casa, compartiendo, se fue sacando eso".
"Las personas que uno va teniendo al lado son super importantes", dice Oberto, que para esa época también comenzó terapia. "Hoy medito y trato de ir probando métodos nuevos para sentirme mejor o fresco. Todo el día estamos cargando un montón de cosas que hay que ayudar a limpiar".
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‘Empezó muy actor y terminó, no te digo director, pero sí participando activamente y opinando. Él se apropió del proyecto", dice Hartmann sobre el rol que ocupó Oberto durante el rodaje de Reset, volver a empezar. "Un ejemplo: él no quería mostrar a la hija [Julia] y en eso yo soy muy respetuoso. Y al final él se dio cuenta de que era necesario. Que apareciera en los títulos fue una idea suya, como algunos off. Él se empezó a dar cuenta de que había ciertos detalles y cosas que se necesitaban para que la película lo represente".
Oberto sobrevoló la producción y el rodaje en "modo esponja", como se define cuando está atento a todo, aprendiendo de cualquier emprendimiento nuevo, sea audiovisual, los vinos o los e-sports. Así fue tomando más responsabilidades, se compró una cámara y algunas imágenes de la película las grabó él.
"La producción es algo que disfruto mucho", dice Oberto, que con este proyecto profundizó en un terreno del que no va a estar alejado mucho tiempo: Sebastián De Caro y Fernando Guida trabajan en la edición de un documental de la banda de Fabricio, New Indians, grabado en abril del año pasado durante una gira por Estados Unidos –algunas de esas escenas aparecen en la película–. Ambos tienen a su disposición mucho material registrado del viaje en motorhome, tocando en bares y visitando lugares emblemáticos para la escena grunge. "Queremos hacer un documental que tenga la forma de scrapbook", dice De Caro, "muy parecido a lo que uno ve en los grandes documentales que hay acerca de la movida: creo que el número uno y el norte más claro que tenemos es el docu de Cameron Crowe de los 20 años de Pearl Jam".
La elección de Pearl Jam Twenty como referencia suena como inevitable: Fabricio es fanático de la banda de Seattle. En su casa de Córdoba, entre la memorabilia rockera que tiene se encuentran unos manuscritos originales de Eddie Vedder, a quien pudo conocer gracias a un compañero de equipo en San Antonio cuando llegó a la NBA. Y en el tour de New Indians por Estados Unidos, tuvieron la chance de tocar "I Am Mine" [de Riot Act, 2002] con el bajista Jeff Ament en una disquería de Seattle en la que el miembro fundador de Pearl Jam estaba vendiendo discos durante el Record Store Day 2019. "Tocar en esa ciudad, ese tema, con él y que Pearl Jam desde su cuenta de Instagram nos saque en vivo… eso fue increíble", dice Oberto.
La relación de Oberto con la música comenzó con su primer walkman. El primer casete fue con Tru-La-Lá, un clásico del cuarteto cordobés, de un lado y los Grandes éxitos de The Beatles del otro. Pero al atravesar su adolescencia entre finales de los 80 y comienzos de los 90, como les pasó a miles y miles de personas, conectó rápido con el grunge por las guitarras y las letras. "Todo lo que es Nevermind [de Nirvana], Ten [de Pearl Jam]… Soundgarden, Mudhoney; todas esas bandas eran energía", dice. Cuando en Valencia –donde jugó entre 2002 y 2005– se compró un teclado y no pudo sacar ni una nota, al otro día fue y lo cambió por una guitarra: "El primer riff que aprendí fue ‘Come As You Are’".
En esa ciudad española tuvo su primer intento de banda con sus compañeros de equipo, el argentino Federico Kammerichs y el español Víctor Luengo. Una vez que volvió a Argentina, comenzó a tomar clases de guitarra, los Illya Kuryaki and the Valderramas lo invitaron a cantar "Remisero" en el Cosquín Rock 2013, formó un grupo llamado Uneven y gracias a las fechas que hizo con ese proyecto terminó conociendo al resto de los músicos que hoy integran New Indians, Luciano Moroni en guitarra, Federico Galán en bajo y Jota Juárez en batería. "A veces cuando no me sale algo en la sala, digo: ‘Vamos a repetirlo’. Terminamos y empiezo: ‘Vamos de nuevo’... ‘Vamos de nuevo’, y los chicos dicen: ‘Uy, le agarró el modo entrenamiento’", dice, riéndose, Oberto.
Para los dos EP que llevan editados, New Indians [2017] y Pueblo [2020] –del que salieron cuatro canciones que son parte de la banda de sonido de Reset, volver a empezar–, Oberto formó una dupla compositiva con el guitarrista Luciano Moroni que, según su productor Raly Barrionuevo, "dio a luz unas canciones realmente hermosas, y eso para mí excede los estilos musicales".
Fabricio conoció a Raly en una cancha de básquet. Antes de irse a San Antonio en 2005, estaba en Córdoba de vacaciones y lo invitaron a un picado donde estaba el músico santiagueño. Cerca de una década después, Oberto lo llamó para que fuera a ver un ensayo de la banda. "Y lo demás fluyó hermosamente", dice Raly ahora desde Unquillo, Córdoba. "No solo participé de la producción de varias canciones, sino que me colgué una guitarra eléctrica. Tocar con New Indians me causa mucho placer en muchos niveles. Disfruto tocar una música que me encanta (el grunge siempre me tocó una fibra muy profunda)".
Además de participar en la grabación, cuando su agenda se lo permitió, Raly se sumó a los shows de la banda. "Fabri se juega en todo lo que hace. Le pone un amor que nos contagia y libera. Imagino que haberlo tenido de compañero de equipo en el básquet debe haber sido algo hermoso y tranquilizador, pero tenerlo de compañero en un escenario es siempre una experiencia única", dice Raly, que canta "Pueblo" a dúo con Oberto. "Él tiene su niñez intacta al igual que yo. Siento que ahí conectamos indefectiblemente. Somos dos niños jugando sin que nada más importe. Solo disfrutar".
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Desde que vivía en Las Varillas, los videojuegos son parte de la vida de Oberto. La primera consola que tuvo fue una EDU Juegos, un clon de la Atari 2600 de fabricación nacional. "Después vinieron las Family Game y todas las demás hasta que llegué a todas las Playstation, y tuve la Wii y la XBOX", enumera Fabricio.
Al cierre de esta edición, el videojuego más popular de la cuarentena ya no era el Fall Guys, sino el Among Us. Con gráficos 2D y muy accesible –es gratis para móviles y cuesta 68 pesos para PC en Steam–, es un juego de roles ocultos en el que entre 4 y 10 participantes en línea deben adivinar quién es el impostor que asesina compañeros y sabotea la nave dentro de la tripulación. Para mediados de septiembre, estaba primero en Tendencias en Twitch, superando a pesos pesados del universo streaming como Fortnite y League of Legends.
Esas semanas, uno de los que transmitió sus partidas de Among Us en Twitch fue Fabricio en el canal De Todo Menos Básquet –el nombre que tenía el programa de radio que hacía en España con Kammerichs–. Él era el impostor que iba asesinando a sus compañeros, un grupo de chicos de Buenos Aires que se formó en la plataforma y con los que empezó a jugar League of Legends un tiempo atrás, mucho antes de que se convirtiera en el CEO de un equipo de esports, los New Indians GG. "Ellos me ayudan y me enseñan, además de lo que aprendo con el equipo", dice.
El trabajo de un CEO en un equipo de esports es similar al de un CEO de cualquier equipo de alto rendimiento. Debe planificar el trabajo en base al presupuesto que maneja y los resultados que tiene que cumplir, y además gestionar una estructura profesional, que no se reduce solo al área deportiva. También están bajo su ala las finanzas y el marketing, entre otros.
"Fabricio es de esos deportistas que siempre han tenido una visión de innovación, de poder pensar más allá y de darles todo a los deportistas y las organizaciones para poder cumplir con cada uno de sus objetivos", dice Juan Diego García Squetino, country manager de LVP, la liga de videojuegos profesional que organiza la Liga Master Flow, donde compite New Indians GG.
Oberto fue el primero en invertir y trabajar en el mundo de los esports: el tenista Guillermo Coria y los clubes Boca, River y San Lorenzo siguieron sus pasos. "Oberto pasó a ser un gran referente, no solo por su gran carrera deportiva, sino también por su visión a largo plazo de los nuevos entretenimientos y tecnologías", dice García Squetino.
Después de una temporada en la Liga Master Flow, New Indians GG perdió la categoría frente al Coscu Army Team, el equipo del popular streamer Coscu. Pero eso no detiene el desarrollo de su proyecto: en agosto pasado anunció su unión con la compañía de procesadores Intel, con la ampliación de participantes finalmente mantendrá su lugar en la Liga Master Flow y los equipos de sus academias competirán en los circuitos nacionales, la liga de ascenso.
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Al principio de la cuarentena, Oberto se enganchó mucho con The Last Dance, la serie que recorre la intimidad del sexto y último título de Chicago Bulls con Michael Jordan y Scottie Pippen en cancha y Phil Jackson como técnico. "Lo mejor de todo es ese insight que estaba grabado. No te imaginás que hayan metido una cámara en los vestuarios, y lo que pasó con el papá de Jordan, con [Dennis] Rodman… esas cosas ahora las podés buscar en Internet, antes no: acá llegaba una línea sola y te quedabas con eso", dice.
"No hay otro como él", agrega sobre Michael Jordan, al que casi enfrenta en 1997 en el Open McDonald’s, el torneo parisino que Atenas y Chicago Bulls jugaron y aparece en el primer episodio de The Last Dance. "Él cambió el deporte mundial, no solo el básquet: hizo que las marcas comiencen a ver a los deportistas. Y ese precio lo paga de una manera, con exigencia. Hay jugadores que dicen que no era fácil estar a su lado. Si Jordan vuelve y me dice que me quiere en su equipo, olvidate... por más que esté chocando todo el día, diciéndote ‘cómo vas a hacer eso’ o ‘cómo vas a poner ese bloqueo’, esa competencia es mejoría".
Reset, que se estrenó en julio cuando The Last Dance estaba por finalizar, no tiene a Oberto apostando dinero contra el personal de seguridad del estadio de San Antonio Spurs, pero muestra que su espíritu competitivo es el que todavía lo sigue movilizando.
Después de ver a Oberto deslumbrar en el Luna Park con la camiseta blanca de Atenas de Córdoba y el número 7 en la espalda, yo llegué a completar las inferiores en Ferro y, pese a que mi sueño de ser basquetbolista profesional perdió frente a mis ganas de convertirme en periodista, nunca dejé de amar el deporte. Jugué en Primera en el torneo de Capital Federal y hoy en día sigo en el club, participando de la categoría Maxibásquet –para mayores de 35 años– con los mismos amigos con los que empecé a jugar en Pre Mini en 1994.
En el documental y en las entrevistas que dio por su estreno, Oberto reveló que con la GD tienen ganas de armar un equipo para jugar el Mundial de Maxibásquet, pero no desean que sus rivales vayan a sacarse fotos con ellos, sino que quieren que les jueguen en serio. No lo dudo mucho cuando la videollamada de una hora y media está por terminar y aprovecho para contarle a Oberto una idea que surgió con mis compañeros, quizás un poco afectados por los casi seis meses sin básquet que llevamos. "Con mi equipo de amigos, el +35 de Ferro, les queremos jugar en serio. Decile a Manu, al Chapu y al resto que consigo el Etchart", digo, pensando que del otro lado no se van a tomar muy en serio la propuesta. Pero fue como si en la pantalla me apareciera de golpe el meme de Jordan que se volvió viral después de The Last Dance, el de su cara en primer plano y la frase "se volvió algo personal para mí": "Mirá que tengo power en el Etchart, jugué muy buenos partidos ahí", me responde. Nos empezamos a reír y, antes de despedirnos, me acota con tono amenazante: "Cuidado con los bloqueos". No quedan dudas: a Oberto le encantan los desafíos.
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