Nuria Espert, la leyenda
Una de las grandes trágicas de la escena española estrena hoy en el San Martín La violación de Lucrecia, el desgarrador poema de Shakespeare
En tierras porteñas, a la gran Nuria Espert se la conoció a partir de sus trabajos en Yerma y Las criadas, dos puestas adelantadas a su tiempo del argentino Víctor García. Años después presentó aquí El cerco de Leningrado y, luego, Haciendo Lorca, junto a Alfredo Alcón ("fue mi hermano", dijo). Ella es, en muchos sentidos, una de las grandes actrices trágicas de la escena española (o de la escena mundial, a secas). A los 80 años, acaba de regresar a Buenos Aires, donde hoy estrenará La violación de Lucrecia, de William Shakespeare, en el Teatro San Martín.
La historia de La Espert, como se la conoce, está íntimamente ligada a las tablas. Sus padres fueron actores aficionados en un centro católico ubicado cerca de donde vivían. Eso era en uno de los cinturones obreros de Barcelona, habitado mayoritariamente por inmigrantes. En el teatrito del centro interpretaban obras en catalán. El padre hacía de malo. La madre, de buena. Se enamoraron, se casaron, fueron felices y a su hija le pusieron Nuria en honor a un personaje que interpretaban. O sea, el teatro parece estar en su ADN. Quizás esa particularidad la conduzca a decir lo siguiente: "Al teatro lo llevo adentro... como a mis órganos. Tengo con él un trato tan natural como con mi propio esfínter o como llevar un vaso hasta la cocina".
Dicho eso, se ríe de ella misma, de lo bien que lleva el vaso o de su propio esfínter.
En el momento idílico de la infancia, sus padres se separaron. Sin embargo, siguieron viviendo juntos en esa casona de suburbio. El único momento de unión entre ellos dos era cuando le ensañaban a recitar poesía. Eso era, lo recuerda ahora, felicidad plena y el teatro lo hacía posible. En fiestas matizadas por zarzuelas y paellas, ella, la niña Nuria, recitaba: "La princesa está triste, ¿qué tendrá la princesa?". Si esa preciada audiencia le llegaba a pedir que recitara otra poesía, a aquella Nuria de 9 años y a esta Nuria de 80 que recuerda aquellos tiempos se le encienden los ojos. "¡Eso era más éxito que triunfar en el Metropolitan con una puesta en escena!", dice con la expresión encendida.
En esta laaaarga trayectoria -sea como actriz o como productora o como directora-, el teatro nunca estuvo en duda, en crisis. "A lo sumo, entré en crisis conmigo o con mi país. Pero crisis con el teatro, no; eso nunca. Las veces que he sido desdichada nunca le eché la culpa al teatro, jamás. El teatro siempre ha sido una bendición. Lo llevo agarrado adentro", apunta mientras toma un té.
La Espert es uno de los símbolos del puente histórico entre el teatro argentino y el español. Se lo digo, pero ella le baja el tono al comentario. En verdad, pareciera que ni lo escucha. O sí, porque dice: "Margarita Xirgu lo hizo mucho antes que yo. Eso sí que fue un verdadero antes y un después. Y, para suerte de ustedes, esa gran señora vino aquí y encontró un hogar".
La Xirgu era catalana. Nació en un barrio como en el que nació la Espert en tiempos peores que los suyos ("yo nací en el 35, mi memoria es la posguerra, mientras que el momento culminante de la Xirgu fue la República"). Los momentos culminantes de la Espert parecieran ser muchos. Quizás, el primero, fue a los 19 años. Y el más reciente: La violación de Lucrecia, la obra que presentará hasta el domingo de la semana próxima.
Pero volvamos a sus 19 años. A esa edad, debutó en el Teatro Grec, de Barcelona. Hacía Medea. La prensa fue contundente. "Ha nacido una actriz", afirmó una crítica. En ese momento, ya la compararon con la Xirgu, a quien nunca conoció. "Ella sí que era una trágica por excelencia", cuenta al pasar. En 1969 el dramaturgo Alejandro Casona, a su vuelta a España posterior a su exilio en Buenos Aires, le llevó a Nuria una foto de Margarita Xirgu que ella le dedicó. Cuando la Xirgu murió, el esposo de Nuria Espert (el productor Armando Moreno) hizo una inmensa ampliación de esa foto y la puso en el hall de un teatro de Madrid en donde la actriz hacía Las criadas, la puesta de Víctor García, basada en un texto de Jean Genet.
Fue Fernando Arrabal quien le había sugerido a la Espert trabajar con Víctor García. Iban a estrenar el texto de Genet y Los dos verdugos, de Arrabal. Claro que antes de la primera función los censores, al ver que el decorado era un tanque de guerra, los acusaron de subversivos. En cosas de minutos, el escenario fue a parar a la calle. Para colmo, llovía. Pero se las arreglaron porque, pasado el cimbronazo, se dieron cuenta de que lo que a estos señores les había puesto los pelos de punta era la escenografía de la obra de Arrabal y no Las criadas. "En las dictaduras se producen cosas extrañísimas. El extraño caso es que terminamos estrenando sin ningún problema Las criadas, que era un texto mucho más agresivo que el otro. Pero, claro, era una apuesta poética y, seguramente, no la entendieron", se ríe mientras se toma su té.
En Barcelona, esa propuesta a cargo de uno de los grandes renovadores del teatro del siglo pasado pasó algo inadvertida. "Una noche, una señora de la alta burguesía catalana me tiró un bolso a la cara. Sin dinero, por cierto", contó alguna vez. Pero les llegó una invitación a un Festival en Belgrado y todo cambió, las puertas se abrieron, nació la leyenda y Las criadas se transformó en un mojón. Yerma, el segundo trabajo de la dupla García-Espert, fue otro signo de los tiempos, fue marca, emblema, sensación, memoria colectiva.
La síntesis
A tantas vidas de aquello, Nuria Espert cree que si le debe explicar a un joven argentino su propia trayectoria, La violación de Lucrecia sintetiza el recorrido. "¡Se van a quedar tiesos! -desafía-. Lucrecia lo explica casi todo." Fue ella quien adaptó estos textos de juventud de Shakespeare que ella leyó también de joven. Aquella vez lloró. Treinta o cuarenta años después volvió a leerlos. En ese momento, pensó que con un traje isabelino, un atril, un micrófono y una lectura ya esa mínima puesta iba a dejar tiesos a cualquiera. Bien, fue lo que no hizo.
Nuria Espert venía de protagonizar La casa de Bernarda Alba, con puesta de Lluis Pasqual cuya gira cerró en el Piccolo Teatro de Milán. Mientras, preparaba La loba, de Lillian Hellman. Sin embargo, en su cabeza seguía pensando en los poemas aquellos. Una tarde se dio cuenta de que Lucrecia podía ser más una recital poético si era capaz de interpretar a todos los personajes. Se encerró durante un tiempo y se aprendió de memoria las primeras 30 estrofas. Se dio cuenta de que podía, de que la edad no era un problema, de que la memoria estaba. Entonces, habló con el empresario. Le propuso postergar el estreno de La loba. El señor se quedó de piedra. "No sé si esta piscina tiene agua o no, pero quiero hace Lucrecia. Si no tiene agua, prometo hacer La loba". Hizo una, y la otra, claro.
Durante toda su extensa trayectoria, trabajó con los más importantes directores del mundo (el listado sería extenso, hasta innecesario), pero para Lucrecia tomó otro camino. Quería algo distinto (o nuevamente quiso algo distinto). Unos actores jóvenes estaban haciendo una adaptación de Seis personajes en búsqueda de autor. Sin saber muy bien cómo, terminó cenando con ellos. Alrededor de una mesa le contaron cómo era trabajar con ese joven señor. A ella algo la inquietó. De hecho, al día siguiente, tuvo otra reunión con el empresario. Le dijo: "Tengo al director de Lucrecia, se llama Miguel de Arco. Es un chico joven". También le aclaró que no había visto nunca un montaje suyo y que ni lo conocía. Al día siguiente fue la reunión cumbre entre el empresario, el director joven, la Espert (y su leyenda). "Llegó él, guapísimo. Estaba nervioso, sorprendido. La noche anterior se había leído los poemas", recuerda. El joven director que no entendía mucho qué hacía allí le dijo: "Lucrecia es como un guión de Tarantino". Cuando la Espert escuchó eso se dio cuenta de que había dado con la persona indicada, que la pileta tenía agua. "Contrátalo ya mismo", le pidió al empresario.
A los días del estreno, el crítico del diario El País, de España, escribió: "Este espectáculo es, y mido mis palabras, un acontecimiento histórico: algún día diremos, como los que oyeron las campanadas a medianoche: «Nosotros estábamos allí, vimos a la Espert haciendo La violación de Lucrecia»".
Eso, en Buenos Aires, ya lo escuchamos. Los ecos siguen presentes. La leyenda continúa.
La violación de Lucrecia
de William Shakespeare
Teatro San Martín, Corrientes 1530.
Funciones, hasta el 7 de junio, a las 21.
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