Nora Moseinco, la maestra de actuación de las figuras jóvenes
La calidad de los actores y las actrices argentinas es reconocida en todo el mundo. El circuito de teatro independiente porteño tiene un desarrollo sorprendente y un vigor inusual, eso lo saben muy bien los especialistas en el tema, tanto aquí como en el exterior. Y es una cantera fundamental para nutrir a los escenarios de la calle Corrientes, a la televisión y al cine. Parte de ese fenómeno virtuoso son las eficaces escuelas de formación que funcionan en todo el país. En Buenos Aires, hay una larga tradición en ese sentido. Profesionales como Ricardo Bartís, Alejandra Boero, Pompeyo Audivert, Julio Chávez y Alejandro Catalán han preparado a una enorme cantidad de gente y mantienen una demanda constante en sus estudios. Igual, que Nora Moseinco, un nombre menos conocido fuera del ambiente del teatro, pero muy relevante a la hora de pensar en la docencia. Ella entrenó a más de una generación de muy buenos intérpretes: entre muchísimos otros, Justina Bustos, Mariana Chaud, Martín Piroyansky, Inés Efrón, María Alché, Violeta Urtizberea, Julieta Zylberberg, Iair Said, Lucía Maciel, Paula Grinszpan, Marina Bellati, Martina Juncadella, Alan Sabbagh y Nahuel Pérez Biscayart.
Moseinco estuvo detrás de un proyecto formidable de la televisión argentina, Magazine For Fai, creado por Mex Urtizberea para el canal infantil Cablín en 1995 y con la hoy consagrada internacionalmente Lucrecia Martel en el equipo de realización. A partir de la fundación de su escuela de actuación, justamente en ese mismo año, ha ido modelando su propio método de enseñanza, basado en "el despliegue del potencial individual", según ella sintetiza.
"En el arte circulan con naturalidad las ideas del talento, la inspiración, el virtuosismo. Con el paso de los años me han conmovido enormemente procesos creativos lentos y no por eso poco profundos, ligados al trabajo, la paciencia y a compartir de manera colectiva. Aprender una disciplina artística es un movimiento en relación a la vitalidad. Movimiento de despliegue, de aparentes retrocesos, de nuevos despliegues, de preguntas, de mucho goce, de aislamiento, de gran apertura... La intención de la escuela que dirijo es acompañar ese camino. La invitación es a permitir que aparezca la actuación: que nos sorprenda y nos encuentre abiertos y desprevenidos", agrega, a manera de declaración de principios, esta docente y actriz que tiene su escuela en el apacible barrio de Villa Ortúzar.
-¿Cuáles son los pilares de tu método de trabajo?
-Yo no creo mucho en esos lugares comunes del tipo "en el teatro hay que correrse de uno mismo, ser otro". Para mí se trata de ampliar, más que de construir de cero. Una vez que entrenás un poco, empezás a tener una relación más calma con el miedo, con la incertidumbre. Y yo trabajo con la incertidumbre: vos no sabés lo que va a pasar en una clase, y yo tampoco. La vida también es incertidumbre, ¿no? Lo que se entrena conmigo es la relación con esa incertidumbre, que se va poniendo más tranquila, más juguetona, más curiosa. Se revela algo que amplía tus estados y tus posibilidades, parece que te vas muy lejos, pero después te sentís más familiarizado con vos mismo. Armás un relato más amplio de vos.
-¿Cualquiera puede actuar?
-Lo que yo puedo afirmar es que el maestro no sabe qué puede el otro. Esa es mi principal certeza. Si el maestro acepta eso, siempre se avanza. Más que el talento, a mis alumnos les deseo la permanencia. Si alguien permanece sin tratar de sacar muchas conclusiones ni especulaciones, inevitablemente crece. Trabajo mucho con la entrega porque eso genera apertura, algo que para mí es emocionante. Una de mis fortalezas es que celebro al alumno, en lugar de presionarlo.
-¿Cómo nació tu vocación por la docencia?
-Recuerdo que a los 6 años fui con mi abuela al Teatro Cervantes a ver una versión de Pigmalión, con Alicia Zanca y Pepe Novoa, y me pareció algo extraordinario. Y esa experiencia se conectó después con una sensación que apareció cuando estaba en la escuela primaria: las ganas de ayudar a los demás. Me parecía que los otros no ocupaban todo el porcentaje de sí mismos que yo sentía que tenían, por decirlo de algún modo. Empecé con esto siendo muy joven. Primero estudié danza, canto y teatro. Pero perdí muy rápido a mis padres y tuve que largarme a trabajar. Así que enseño desde los 18 años.
-Creciste en un entorno estimulante.
-Sí, en mi familia el teatro, la literatura y el cine eran muy valorados. El mejor recuerdo que tengo de mi padre es el de su gran amor por las películas. Detestaba que yo le pidiera que me lleve a ver a Raffaella Carrá y me incentivaba para que vea La fiesta inolvidable, que le parecía un peliculón. Y la biblioteca era sagrada. Tanto él como mi mamá eran muy lectores.
-Trabajaste muy poco como actriz. ¿No te percibís en ese rol?
-No, la verdad que no. Me divierte hacerlo de vez en cuando, pero me percibo como directora y docente. Nunca me sentí actriz. Y para mí enseñar nunca fue algo paralelo a otro trabajo. Fue siempre lo central. Después de formarme con Hugo Midón, tomé clases con Ricardo Bartís, y con él vi de cerca el goce escénico del pensamiento en vivo. Me empezó a interesar mucho más la dirección y la docencia que la actuación, enseguida me di cuenta de eso. Midón fue muy generoso. Se enteró de que yo había empezado de muy chica a dar clases por aquella pulsión de enseñar de la que hablé antes y de una manera intuitiva pero con mucho deseo, y me llamó para apoyarme. Me dijo "vos hacés algo distinto". Creo que notó que no me vinculaba con los demás desde la autoridad. Yo me siento autorizada a enseñar porque es lo que deseo, por la alegría que siento cuando lo hago y por el tipo de relación que propongo. Pero no creo mucho en la distancia que pone el que se maneja con la autoridad del saber.
-¿Qué pasa si no conseguís generar empatía con alguien que se acerca para tomar clases?
-Yo también trabajo en la formación de docentes. Y siempre les digo que uno puede tener más o menos empatía con una persona que llega para formarse, como pasa en la vida cotidiana. Pero el rol docente se vuelve espectacular cuando sabés trabajar lo ajeno. Vale la pena que el otro se permita defraudarse a sí mismo y también defraudarte a vos como maestro, si eso sirve para atravesar estados que lo hagan encontrarse con algo nuevo. El maestro necesita trabajar su empatía para que aparezca algo de lo ajeno, e incluso de lo ajeno de uno, más allá de sus gustos. La clave de una buena clase es que el docente tenga fe en una potencia del otro que él, o ella, no saben que tienen.
-Tiene algo de terapéutico el trabajo.
-Con mi analista nos hacemos un festín hablando de mi trabajo (risas). Él incluso dice que una clase de teatro es mejor que un sesión de psicoanálisis porque el trabajo es colectivo. A mí no me importa lo biográfico de nadie, no necesito que vengan contentos, tristes o excitados. Se produce algo muy poderoso en el encuentro con los demás, sin que haya necesidad de un relato justificativo. Uno siente que está al servicio de algo mayor, sublimado en un trabajo grupal. Te das cuenta de que estar concentrado solamente en la narrativa personal te puede hundir.
-¿Cuánto tiempo le dedicás a la escuela?
-Mucho. Doy clases a niños, adolescentes y adultos, trabajo en la formación docente y la dirección general de la escuela también me insume mucho tiempo. Hay doce docentes que trabajan conmigo, y yo estoy en contacto permanente con lo que va pasando en las clases. Hacemos un trabajo horizontal, a mí me encanta laburar en equipo. Y eso se traslada a los alumnos. No trabajamos con las respuestas, sino con el encuentro. Ahí la respuesta emerge sola. Me parece una forma muy rica de pensar, que no te aliena ni aliena al otro. No me gusta la idea del control. Está bien que alguien dude y se problematice, que se haga preguntas.
-Pero hay una técnica, una caja de herramientas a la que un actor o una actriz pueden acudir en determinada situación.
-Un actor que entrena mucho empieza a tener una gama de recursos, claro. Pero seguramente no tiene tanta conciencia de que tiene algo que de repente puede aparecer sin aviso. Cuando alguien se arriesga a sacar su propia voz, eso hace que pase algo. Trabajo mucho con la consigna de que lo hagan mal. No mal de una manera paródica. Lo que busco es que hagas eso que parece que tu cuerpo no quiere hacer porque vos no lo considerás de calidad. Hacelo sin burlarte, decí el texto que no considerás de calidad sin pensarlo. De ese modo no intelectualizás la idea de lo bueno. Entonces entendés que no hay materiales ni tan graciosos ni tan dramáticos. Un material es un material. No hay un lenguaje para la comedia y otro para el drama. Yo no trabajo así, por lo menos.
-¿Hay mucha actuación en nuestra vida cotidiana?
-¡Claro que sí! ¿No son muchas las veces que decís "uy, lo mal que actué hoy"? Te das cuenta de que querés borrarlo porque está mal actuado. Estás actuando como si le estuvieras diciendo al otro lo que pensás, pero sabés interiormente que no es así. Eso es actuar mal.
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