No respires 2: digna secuela que se sostiene por su clima asfixiante y terrorífico
Los uruguayos Fede Álvarez y Rodo Sayagues traen de regreso, cinco años después de la primera entrega, una historia sobre una familia acosada por un grupo de pandilleros
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No respires 2 (Don’t Breathe 2, Estados Unidos/Serbia, 2021). Dirección: Rodo Sayagues. Guion: Rodo Sayagues y Fede Álvarez. Fotografía: Pedro Luque. Montaje: Jan Kovac. Elenco: Stephen Lang, Madelyn Grace, Brendan Sexton III, Stephanie Arcila, Adam Young, Christian Zagia. Distribuidora: UIP - Sony. Duración: 98 minutos. Calificación: Apta mayores de 16 con reservas. Nuestra opinión: buena.
“No hay lugar como el hogar” decía Dorothy al regresar a Kansas luego de su periplo por Oz. Ese mismo espíritu se intuye en el celo con el que Norman Nordstrom (Stephen Lang) preserva a su pequeña hija de los peligros del exterior. La joven Phoenix (Madelyn Grace) –a quien conocemos en imágenes borrosas luego de un incendio, en el prólogo de la película- no solo está privada de amigos y congéneres sino que todo el mundo que la rodea es sinónimo de amenaza a los ojos de su padre. Cuando un grupo de pandilleros nacidos del hervidero de esa Detroit suburbana se aventure a ingresar en su morada, las precauciones de Norman parecen no haber sido en vano.
Los uruguayos Fede Álvarez y Rodo Sayagues –esta vez ambos ofician de guionistas y el segundo de director- recrean el ambiente y el tono de su exitosísima No respires, aquella aventura de bajo presupuesto que filmaron en Hollywood apadrinados por Sam Raimi. Otra vez el mismo hombre ciego, veterano de guerra y con un oscuro pasado, debe enfrentarse a unos invasores que vienen en busca de algo muy preciado. Lo que cambia es que ya conocemos la fórmula, que el exceso de gore no compensa la atención al contexto social de la ciudad que detentaba la anterior, y que no hay otros personajes que despierten nuestra empatía más allá del creado por Lang.
Pero No respires 2 es una digna secuela de su predecesora, sostenida en el clima asfixiante que construye en los espacios cerrados, en la destreza de la cámara de Sayagues al seguir en danza a sus personajes y en el retrato deforme y grotesco sobre el hogar y la familia que convierte ese regreso al origen en una subversiva voluntad de escapatoria.
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