“Desearía haber escrito un diario. Desearía haber sacado fotos. En ese entonces estaba tan confundido como ahora respecto de todo lo que pasaba.”-Dave Grohl
El primer concierto fue en Toronto, en el Teatro de la Opera, el 20 de septiembre. El último recital fue una fiesta –ya de vuelta en la ciudad de Seattle– en el teatro Paramount, el 31 de octubre, con Mudhoney y Bikini Kill. En las seis semanas que transcurrieron entre un show y otro, el cantante y guitarrista Kurt Cobain, el bajista Krist Novoselic y el baterista Dave Grohl –es decir, Nirvana– editaron su primer disco para un sello importante (Nevermind), hicieron veintinueve presentaciones más por toda América del Norte, y sufrieron cambios profundos e irreversibles.
Los siguientes –y últimos– tres años de Nirvana como grupo serían un cóctel Molotov de euforia, terror, paranoia, triunfo, depresión y posibilidades truncas (grabarían un solo disco más en estudio). Pero esta gira contuvo todos esos ingredientes, comprimidos en un remolino de apenas unos días. Una banda que hasta entonces tocaba en boliches con capacidad para unos pocos cientos de personas y había obtenido el reconocimiento como grupo punk underground, se encontró de pronto con un entorno totalmente surrealista. Todas las noches, Cobain, Novoselic y Grohl bajaban del escenario atrapados entre la adulación de una industria hambrienta y la adoración incondicional de las masas embriagadas con el himno "Smells Like Teen Spirit", el irónico ataque de Cobain al aburrimiento de los slackers [término con el que se designaba a los individuos con personalidad abúlica e indiferente, pertenecientes a la llamada Generación X].
Entre Toronto y Seattle, a la velocidad del rayo, Nirvana pasó a ser un bien de dominio público, y nunca se recuperó. Novoselic y Grohl todavía pueden contarlo, ahora que la distancia permite que asomen el humor y el asombro en medio del pesar y los agujeros negros. "Es muy difícil acordarse de todo", reconoce Grohl. "Desearía haber escrito un diario. Desearía haber sacado fotos. En ese entonces estaba tan confundido como ahora respecto de todo lo que pasaba."
Cobain recordaba demasiado. El 8 de abril de 1994 encontraron su cadáver en una habitación ubicada arriba del garaje de su casa de Seattle. Agotado de la vida que llevaba, decidió quitársela. Tenía 27 años.
"A Kurt yo lo llamaba «el Molino»", cuenta Novoselic, "porque decía una cosa y, a los cinco minutos, se contradecía por completo. Y se reía, porque sabía que era así. Por momentos le gustaba mucho ser un rockero famoso, y otras veces le reventaba. No le encontraba la vuelta.
"Vivía solo, en un departamento chiquito en Olympia [Washington]. Todo el tiempo creaba una obra de arte tras otra: un nuevo cuadro, una nueva escultura, algún collage extraño. Le gustaba que lo dejaran tranquilo. Y después lo arrancaron de ahí y lo pusieron en un pedestal."
Más allá de en qué haya terminado aquella gira de 1991 –una sobrecarga de los sentidos, un flechazo, un momento irreversible de la historia del rock–, Nirvana mostró sobre el escenario, una y otra vez, lo que sentía y lo que valía. Y tocar todas las noches fue lo que les brindó el último placer confiable del que todavía podían disfrutar juntos.
"Tocar esas canciones era casi como meditar", asegura Grohl. "Escuchábamos las grabaciones en vivo y veíamos las sonrisas de todos. Había un esfuerzo por complacernos a nosotros mismos y tam- bién, tal vez, a todos los demás".
Novoselic está de acuerdo. "Así era nuestra banda, viejo. Nos interesaba tocar. Si un ensayo o un recital no salían muy bien, nos preocupábamos. Extraño tocar con ellos. Perdí un amigo. También perdí un grupo."
Para tener una idea de la calidad a la que aspiraban los Nirvana, basta considerar la pequeña cantidad de giras que realizaron entre principio y mediados de 1991, al menos si se la compara con las prolongadas recorridas que habían emprendido entre 1988 y 1990, cuando eran la mina de oro de la discográfica Sub Pop Records. Grohl fue el quinto baterista de Nirvana (contando las idas y venidas de Dale Crover, de los Melvins) a partir de septiembre de 1990. "Cuando entré en el grupo", dice Grohl, "venía de una banda hardcore [Scream] que salía de gira todo lo que podía –de seis a ocho meses por año–, porque no queríamos volver a nuestras casas y buscar trabajos normales. Cuando me incorporé en Nirvana, no tuvimos ninguna gira durante los primeros ocho meses. Lo único que hacíamos era ensayar y componer temas. Pensé: «¿En qué grupo me metí?»".
"¿Por qué llevó tanto tiempo [hacer] Nevermind? Para que quedara perfecto", insiste Novoselic. Bleach, el disco que Nirvana editó en 1989, consistió esencialmente en registrar en estudio la tosca confusión que envolvía al grupo en vivo (y se grabó por la módica suma de 606,17 dólares). En cambio, se buscó que Nevermind fuese prolijo, compacto y pulido, para que saliera por los parlantes de la radio como un puño cromado. De todas maneras, Novoselic señala: "Tocamos todas las canciones de Nevermind en vivo. Lo que hacíamos era tocarlas con más agresividad".
Es escaso el material registrado en esta gira que se haya editado de manera oficial: algunos temas grabados en la presentación del 31 de octubre en el teatro Paramount, desparramados en lados B de simples; un cd de 1992 con una entrevista promocional; y From the Muddy Banks of the Wishkah, la recopilación en vivo de 1996. Para Grohl y Novoselic, aquel show en el Paramount no fue de los mejores: estaban distraídos y apabullados por la sensación de que se trataba de un acontecimiento especial, y por el equipo de camarógrafos que filmaba el concierto. De hecho, muchos de sus recuerdos más vívidos no tienen que ver con la música: el sangriento encontronazo entre Cobain y un patovica malintencionado junto al escenario de Dallas; una reunión informal en la casa de Peter Buck, guitarrista de R.E.M., después de tocar en el 40 Watt Club de Athens (Georgia).
Pero ese año Nirvana se encontraba en excelente estado, y su majestuosidad de metal destrozado –el golpe glam y los latigazos suaves y a la vez fuertes de las canciones de Cobain; el arco ácido y lacerante de su voz; la velocísima interacción de Grohl y Novoselic– sale a borbotones de los temas de From the Muddy Banks of the Wishkah registrados a fines de 1991 en Europa y en California: "Drain You", "Been a Son", "Lithium" y un "Smells Like Teen Spirit" todavía fresco y salvaje.
"Ellos sabían que tenían algo maravilloso y especial", opina Lee Ranaldo, guitarrista de Sonic Youth. "Cuando encabezaron esa gira, estaban colmados de una potencia innata que no conocía el agotamiento."
Pero sí tenía mucho de concentración. "Fotocopiábamos una lista de temas para los recitales y la seguíamos el pie de la letra", afirma Novoselic. La canción que generalmente elegían para abrir el show era "Aneurysm", un tema demoledor que apareció en el lado B de "Smells Like Teen Spirit". El golpe final lo daban con "Blew", tema editado en ep en 1989 y que, como detalla Novoselic, terminaba con "un descontrol donde, al final, quedaba todo hecho pedazos". En el Metro de Chicago, Grohl y Cobain hicieron polvo la batería para lograr que el manager de giras le comprara un instrumento nuevo a Grohl.
"No había música", explica Grohl. "El público estuvo quince minutos mirando cómo Kurt y yo arrancábamos los armazones, tratábamos de astillarlos, intentábamos deshacernos de esa batería y se la entregábamos a la gente." De todas maneras, Grohl insiste: "Por más que adorásemos a los grupos que hacían ruido y nada más, como Flipper y Scratch Acid, también nos sentíamos obligados a hacer música. Kurt nunca quería que las cosas sonaran mal".
No obstante, Cobain no encontró el modo de sentirse bien con respecto a su éxito inesperado. La fama súbita y el reconocimiento público de su talento tuvieron un costo devastador sobre su dignidad. "El circuito comercial nos chupó", dice Novoselic. "Yo soy un tipo despreocupado y tengo mucha paciencia, pero Kurt no era así. Kurt sentía muchísimo desprecio por el circuito comercial. De eso se trataba «Smells Like Teen Spirit»: de la mentalidad masiva del conformismo." Cuando el circuito comercial se apoderó de Cobain, "le dio vergüenza. Por todos".
Entonces, durante esas seis semanas de septiembre y octubre de 1991, Nirvana atravesó los Estados Unidos a todo vapor, como si estuviera jugándose la vida y la cordura. Porque así era.
"Cuando nos juntábamos, hacíamos puro rock", se entusiasma Novoselic, y se llena de orgullo cuando recuerda a su grupo. "Y eso es lo que hacíamos. Eso es lo único que podíamos hacer."
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