Los cirujanos se estiran hasta lo irracional
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De alguna manera, era de esperar que un show protagonizado por cirujanos plásticos sucumbiera a lo que parece el destino obligado de la profesión: estirarse hasta la deformidad. Estiramiento que no solo es de tiempo (la serie debería haber terminado hace rato), sino también en cuanto a límites de lo verosímil (de cualquier género).
Esta temporada Sean (Ryan Murphy) se transformó en actor de TV, tuvo un infarto por probar éxtasis y se encamó con una lolita que es hija de la nueva novia de su ex esposa Julia (Joely Richardson), que se hizo lesbiana, pero se arrepintió y tuvo un affaire con Christian (Julian McMahon), que le metió los cuernos por todos lados, inclusive con Gina (Jessalyn Gilsig), la adicta al sexo que retornó a la serie solo para que el Dr. Troy la termine tirando desde un balcón. ¿Confundido? Hay más.
Matt (John Hensley, hijo de la dupla protagonista que, me olvidé de decirles, ¡intenta hacer un reality show basado en sus vidas!), quedó arruinado económicamente, se hizo adicto e intenta meterse con su mujer, Kimber (Kelly Carlson), en la industria pornográfica, pero ella lo abandona y él, drogado, tiene un accidente que le quema parte del cuerpo y encuentra refugio y "endereza" su vida en los brazos de una enfermera que tiene el rostro deformado por un atentando terrorista, quien también lo rechaza, por lo que termina acostándose con una paciente del consultorio de sus padres, que resulta ser una hija no reconocida de Christian. En fin...
Iba a decir, como humorada, que para hacerla completa a la serie solo le faltó algo relacionado con abducciones extraterrestres... ¡pero eso también pasó! (en un capítulo, los cirujanos extirpan un chip alienígena a un científico que aseguraba haber sido raptado por aliens).
El final fue igual de exagerado: Julia con amnesia (luego de haber recibido un disparo en la cabeza), Christian y su sobrina lesionados tras un accidente automovilístico provocado por paparazzis y Sean apuñalado en la espalda por su ex representante artística, completamente chiflada.
Muy atrás quedó aquella serie que, a golpe de bisturí, humor negro, morbo y "mal gusto", invitaba a reflexionar sobre los conceptos de amor, sexo y belleza, constituyéndose como el primer "show profundamente superficial" de la TV. La mudanza a Hollywood de los personajes podría haber sido un mejor escenario para desarrollar aun más esas ideas, pero las luces de la meca del espectáculo no alumbran la profundidad: más bien "atontan".
Quizás la mejor metáfora de estos 14 capítulos se vio ayer, cuando Christian y una vieja novia de su adolescencia (madre de su nueva hija y, ahora, discapacitada) brindan, borrachos y cachondos, "por el surrealismo de Hollywood" antes de meterse en la cama. Para el nuevo look de la serie, ese hubiese sido un final brillante. Pero no: el año que viene habrá una sexta temporada (la última, según ya informaron desde Fox), que incorporará a Adhir Kalyan (de Aliens in America) y Katee Sackhoff (de Battlestar Galactica).
Quizás ellos terminen con el lifting a lo grotesco y ayuden a que el programa envejezca con dignidad. Pero, claro, ahora el que suena inverosímil soy yo.
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