Erasure
El pop de la mala memoria en manos de un dinosaurio queer
Pasaron quince años de aquel velez repleto. Fue un hito tan fugaz: un año después, el vendaval grunge se llevó todas las copias de Wild! (1989) a Parque Rivadavia y Erasure quedó, para muchos, en esos recovecos entre divertidos y vergonzosos de la nostalgia. Pero este dúo parece despreocupado por cuestiones como el tiempo y los lugares. Como un Dorian Gray del tecno trash, parece tener la fórmula exacta para escalar una y otra vez el chart británico y, en el camino, mostrar su elegante decadencia sin muchos complejos.
Aunque una foto del dúo revela que, con ellos, el reloj es igualmente implacable, al cerrar los ojos y escuchar su décimo primer lp, uno descubre que todo permanece tal como empezó en Wonderland (1986). Aquí están, como siempre, los tiernos e infantiles sonidos de Vince Clarke y la melodramática sensiblería de Andy Bell que, a pesar de los golpes de la vida (se declaró vih positivo a fin del año pasado), vuelve a entregar una performance vocal impecable. Sí, a Nightbird le faltan aquellos hits de antaño, pero es difícil pedirle a un cuarentón que siga con el mismo levante entre los jóvenes.
Nightbird no es un regreso ni una despedida, tan sólo el recuerdo de que, a veces, es lindo que el pop no tenga memoria.