Neville Marriner: el director al que hizo famoso la honestidad
En un país con directores de orquesta muy importantes, como Inglaterra, hace unos cinco años le preguntaron al lúcido y recordado Colin Davis si tenía el nombre del músico inglés más popular. "Sir Neville Marriner", dijo, sin titubear. Y agregó: "Se trata de una popularidad distinta de la que ejercen semidioses como los Beatles, o de la desplegada por el protagonista de un cambio histórico, como Händel. Pero es una popularidad milagrosa, que se apodera de la gente y la seduce de manera muy estable y creciente". "¿La seduce con la música?", le repreguntaron. "Sí, con la música, que es algo que existe dentro de la cabeza, como el amor", contestó.
Contribuía poderosamente a esta gran notoriedad el singular criterio práctico de Marriner. Era primero entre los principales violines de la Sinfónica de Londres. Entonces se le ocurrió formar un conjunto instrumental camarístico como el Orpheus, ponerle el nombre de la iglesia que está frente a Trafalgar Square -donde a veces habían ensayado o tocado- y realizar algunas grabaciones, como por ejemplo Las cuatro estaciones, de Vivaldi.
Los técnicos de la Decca pusieron su atención en este trabajo y, sin demasiada convicción, lo lanzaron al mercado. Corría 1970 y las tiendas de discos empezaron a vender el Vivaldi cada vez más y más. La versión antológica del conjunto I Musici, de Félix Ayo, ya hacía rato que rodaba con premios variados, pero los ingleses querían únicamente Marriner. Muy pronto, tuvo dos discos de oro, y con las ventas Decca pagaba todas sus deudas.
Nadie sabía muy bien cuáles eran las diferencias a favor de las versiones británicas. Con el clásico humor inglés, hubo quien habló de unas gotas de salsa inglesa. Y, en un terreno más racional, algunos especialistas intentaron explicar que, por fin, las islas habían logrado generar un tipo de director de música "ligera", que terminaría con el disfraz de solemnidad de la música clásica y produciría Mozart, Haydn y Beethoven sin dificultad para ser entendidos por todos. Pero insospechables autoridades musicales aseguraron que las versiones de Marriner y la St. Martin eran ejecutadas con honestidad artística intachable. Y que el público escogía sus grabaciones fascinado por la fluidez que este director imprimía a las interpretaciones, esas mismas interpretaciones que se oyen en la película Amadeus
Sir Neville Marriner murió el domingo en Londres, a los 92 años. Se llevó consigo su confesa obsesión: conseguir grabar más discos que Karajan, que siempre disfrutó del primer puesto en la competición.
A principios de este año, Marriner decía que finalmente él ya había pasado al frente. Era su debilidad, y sólo cuando hablaba de ella parecía dejar de lado su inteligencia crítica. Esa que hasta sus propios colegas le envidiaban.
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