Netrebko: todos los rostros de una estrella
Concierto de Anna Netrebko, soprano, y Yusif Eivazov, tenor, con la Orquesta Estable del Teatro Colón. Director: Jader Bignamini. Oberturas, intermedios, arias y dúos de óperas de Giuseppe Verdi, Giacomo Puccini, Ruggero Leoncavallo y Umberto Giordano. Abono Grandes Intérpretes Internacionales. Teatro Colón
Nuestra opinión: EXCELENTE
Sin la más mínima duda, por donde se la mire, Anna Netrebko es una auténtica estrella. El recital todo italiano que ofreció junto a su marido, el muy histriónico tenor Yusif Eivazov, permitió observarla en tres actitudes o facetas diferente, todas ellas, irreprochables. En la primera parte del concierto, dedicada, íntegramente, a Verdi, Netrebko demostró ser una de las sopranos dramáticas más notables que hayamos podido observar en el Colón. En la segunda, centrada en el verismo, entonó arias mayormente breves y conocidas, para deleitar con un canto impecable. Y fuera de programa, hizo aflorar su dominio escénico y un tremendo carisma para conquistar a un público que explotó casi descontroladamente y que, de ese modo, hasta hizo parecer pequeña y poco ruidosa la tremenda ovación con la cual la había recibido en el comienzo del concierto. Puestos a elegir entre cada uno de esos tres segmentos, todos sumamente logrados, queda claro que fue el primero en que permitió observarla y admirarla en toda su dimensión artística.
En el comienzo y en el final de cada una de las dos partes, Netrebko y Eivazov ofrecieron dúos. El del primer acto de Otello, en el inicio, el del brindis de La traviata, antes del intervalo. "Già nella notte densa", el dúo en el que se profesan su amor Otello y Desdemona, expuso las cualidades y las diferencias de uno y otra. El canto de Eivazov es firme, sonoro y, sobre todo, enérgico. A su lado, Netrebko no sólo que denotó una voz robusta y poderosa a lo largo y ancho de todo su registro sino que, además, la vistió con infinitos colores, matices y densidades. En cada una de las apariciones de Eivazov, haciendo arias de Rigoletto, de Luisa Miller y, en la segunda parte, de Andrea Chenier, de Giordano, y de Tosca, hubo certezas, afinaciones impecables, agudos alcanzados con algún esfuerzo y, al mismo tiempo, escasas diferencias interpretativas entre cada uno de los personajes. En cambio, Netrebko, cuando trajo arias y soliloquios de diferentes óperas de Verdi, supo construir historias, relatos, caracteres y distinciones notables.
Sobre un espacio libre en el escenario, por delante de la orquesta, Netrebko, además de cantar, actuó, se movió y mostró un dominio teatral notable. Su voz es amplia y corpulenta, con bajos particularmente oscuros y densos para una soprano pero, lo más notable es su capacidad para construir roles convincentes. Netrebko fue una Desdemona (Otello) enamorada y cautivante, una Lady Macbeth (Macbeth) terrorífica que paseó todas sus ambiciones e impiedades de una manera demoledora, una Leonora (La forza del destino) pesarosa y dolida y una Violetta (La traviata) feliz y arrolladora. Sus técnicas vocales son completas y su fiato asombroso: la nota aguda del comienzo del aria "Pace, pace, mio Dio", del cuarto acto de La forza… fue sostenida por un tiempo interminable sin que perdiera ni un ápice de su solidez. En la segunda parte, menos comprometida teatralmente, Netrebko se dedicó a conquistar al Colón con arias sumamente conocidas de I pagliaci, de Leoncavallo, y de Tosca, de Puccini.
Una mención especial se merece Jader Bignamini, un joven director italiano de altísimo predicamento que dirigió todo el concierto de memoria y que reveló unas destrezas infinitas para acompañar cada una de las inflexiones, pausas, respiraciones y fraseos que llevaron adelante Netrebko y Eyvazov. Bajo su batuta, la Estable, realmente, sonó muy bien, no sólo en su tarea de acompañamiento a los cantantes sino en las diferentes oberturas e intermedios orquestales imprescindibles necesarios para darles minutos de descanso y recuperación a la soprano y al tenor. En la segunda parte, los dúos de apertura y cierre fueron "Vogliatemi bene", de Madama Butterfly, y "Vicino a te…", de Andrea Chénier.
Tras la ovación clamorosa, Netrebko y Eyvasov dejaron la ópera italiana a un lado para armar un auténtico show, ciertamente espectacular. Con baile incluido y luciendo sus pies descalzos, Netrebko cantó "Heia in den Bergen", de La princesa gitana, la opereta de Imre Kálmán, Eivasov mostró ser no menos rutilante que su esposa cuando cantó "Nessun dorma", de Turandot, de Puccini, y el final fue a toda orquesta y a todo coro con "O sole mio", con público y cantantes jóvenes invitados a participar. La fiesta llegó a su fin casi tres horas después de haber comenzado. Anna Netrebko, Verdi mediante, sobre todo, dejó una huella que habrá de perdurar.
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