Netflix: Un príncipe de Navidad: Bebé real no ofrece más que una sobredosis de azúcar y clichés
Un príncipe de Navidad: Bebé real (A Christmas Prince: The Royal Baby, EE.UU. / 2019). Dirección: John Schultz. Guion: Nate Atkins. Fotografía: Viorel Sergovici. Elenco: Rose McIver, Ben Lamb, Alice Krige, Honor Kneafsey. Duración: 84 minutos. Disponible en: Netflix. Nuestra opinión: regular.
Un príncipe de Navidad llegó a la pantalla de Netflix hace tres años como una película navideña más, en la que una periodista viaja al ficticio reino de Aldovia para investigar si el misterioso príncipe aceptará el trono o abdicará y termina enamorándose de él. Para la Navidad siguiente, la plataforma de streaming estrenó Un príncipe de Navidad: Boda real, que se centraba en una serie de enredos relacionados con una crisis aldoviana y los preparativos para la boda de los protagonistas. "Primero llega el amor, después el casamiento y luego el bebé" es un refrán popular en inglés, algo anticuado y no necesariamente una gran idea sobre la cual construir una trilogía. Sin embargo, así fue para Un príncipe en Navidad, cuya tercera película lleva el sencillo y efectivo subtítulo "Bebé real".
Si la primera película requería cierta resistencia a lo meloso y un esfuerzo para pasar por alto lo forzado de cada giro de la trama, la segunda ponía a prueba los límites del espectador racional. En esta oportunidad, es necesario advertir que decidieron ir por todo: no sólo concentrándose en el embarazo de la reina sino agregando una trama de suspenso que involucra a un reino vecino, de características que refieren a la cultura china, con el que mantienen un tratado de paz desde hace 600 años y que se renueva cada 100 años mediante la firma de los reyes de ambos países. Por supuesto que se desatarán algunos problemas cuando los reyes de Penglia lleguen a Aldovia para firmar el tratado que garantiza la paz entre ambos reinos. Al conflicto geopolítico se le agregan la organización del baby shower, una tormenta de nieve y el romance de la amiga de la reina con el primo del rey. Podría parecer suficiente para una sola película pero se suma un ingrediente más: el problema del tratado de paz termina convirtiéndose en una amenaza para el bebé de los reyes, debido a una maldición de 600 años de antigüedad. Y, claro, todo debe resolverse antes de Navidad.
El nivel de suspensión del descreimiento que requiere el film es alto, aún para los estándares del género de la comedia romántica navideña en general y de esta trilogía en particular. La defensa de que se trata de puro escapismo navideño no funciona, porque resulta difícil interesarse en la historia y establecer una relación de empatía con los personajes. La fantasía no se activa si no podemos conectarnos con ellos desde algún lugar de nuestra propia experiencia, como los sentimientos o algún conflicto. No basta con poner una escena en la que dos reyes intentan, con mucha torpeza, armar una cuna.
En la trilogía se muestra a la protagonista (Rose McIver) primero como una mujer profesional y luego como una reina activa en las cuestiones políticas y económicas de su reino. Esta es una perspectiva muy positiva para una película de este género, que suele estar anclado en fantasías desactualizadas, como también lo es la presentación en este film de otra reina con un punto de vista más tradicional y su consiguiente cambio de mentalidad. Darle una vuelta de tuerca al cuento de hadas es necesario pero no suficiente para que un film de este tipo resulte cautivador.
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