Netflix: Todo un hombre es una sátira sobre el ejercicio del poder que intenta capitalizar el éxito de Succession
La serie de David E. Kelley adapta la novela de Tom Wolfe para acercar a la figura de su protagonista a la de Donald Trump
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Todo un hombre (A Man in Full, Estados Unidos/2024). Creador: David E. Kelley (basada en la novela de Tom Wolfe). Elenco: Jeff Daniels, Tom Pelphrey, Bill Camp, Aml Ameen, Diane Lane, Lucy Liu, John Michael Hill, Chanté Adams, Sarah Jones, William Jackson Harper. Disponible en: Netflix. Nuestra opinión: buena.
“Al final del día, un hombre debe demostrar que tiene agallas”. Algo de eso dice Charlie Croker (Jeff Daniels) desde el off en el inicio de Todo un hombre, la nueva serie de David E. Kelley, divertida versión de la sátira de uno de los artífices del llamado “nuevo periodismo”, Tom Wolfe. Charlie es un hombre de agallas, o eso quiere creer él cuando se jacta de ello en cada conversación, y lo hace con las metáforas sexuales más explícitas. En discusiones de negocios con el banco al que le debe dinero, en la preparación de la estrategia legal con su abogado o en la intimidad con su joven esposa, Charlie no pude dejar de sacudir el poderío que cree llevar en la entrepierna. De eso se burla desde el humor más negro la prosa de Wolfe y esa es la entrada al relato que propone Kelley, pese a la multiplicidad de personajes y aristas desde las cuales decide observar esta analogía entre el discurso fálico y el éxito o el fracaso en los negocios.
Todo parece algarabía y prosperidad en la celebración del 60º cumpleaños del magnate de Atlanta, una especie de padrino inmobiliario de la ciudad al que todos miran con una mezcla de reverencia y cierta envidia. Uno de esos ácidos observadores de su éxito es Raymond Peepgrass (Tom Pelphrey), el oficial de préstamos bancarios que brinda entre las sombras mientras espera la estocada que llegará al otro día, cuando Charlie todavía acuse la resaca de las canciones de Shania Twain y el sexo tántrico. Es que la cita con los popes del banco resultará en una humillación corporativa para Charlie, que Raymond palpita como una venganza personal, luego de tantos maltratos y desplantes sufridos. Una deuda de casi mil millones de dólares pone a las Industrias Croker al borde de la bancarrota y al orgullo del hijo pródigo de Georgia en peligro. ¿Será que a los 60 años poco ha quedado del reinado de Charlie en aquella ciudad que lo vio coronarse como campeón de fútbol americano? ¿Será el definitivo final de su imperio y la pérdida de aquella hombría de la que tanto se jacta?
Así como Stanley Kubrick satirizó las pretensiones imperialistas en plena Guerra Fría asimilando misiles a eyaculaciones en Doctor Insólito (1964), también Wolfe asimila ese impulso de dominio masculino en los negocios a una competencia casi carnal. Y en su adaptación, Kelley adhiere de manera evidente el imaginario alrededor de Croker al universo de Donald Trump, con sus monstruosos emprendimientos inmobiliarios, sus aviones privados y estancias para la caza de codornices, y un estilo de liderazgo que oscila entre el paternalismo y la bravuconería. Sus enemigos son los mandaderos del poder corporativo, el temerario Harry Zale (Bill Camp), con su habano y su pelo recién teñido, y Raymond, por supuesto, siempre masticando su rencor. En lugar de sables, blandirán planillas de Excel y cuentas en rojo para poner a Charlie contra las cuerdas y serruchar de una vez por todas sus obscenos privilegios.
Pero alrededor del empresario estrella y sus intentos de conseguir inversores a fuerza de exabruptos de hombría, se configura un panorama más amplio para la Georgia moderna. Uno de los trabajadores de Croker es detenido por un altercado con la policía y recluido en prisión debido al encono nada disimulado de un juez racista; el abogado corporativo deberá defenderlo mientras el alcalde y excompañero de universidad le pide favores para destronar a su competidor, un supremacista acusado de violación.
Los hilos se enredan en el seno de una comunidad donde las tensiones raciales fuerzan las costuras de una civilidad que siempre resulta precaria. Debajo del humor grotesco que enfrenta a Charlie y a los banqueros envidiosos, está la mueca de inquietud que asoma entre aquellos que deben rendirse a un poder, no importa de qué lado de la mesa de reuniones provenga. Ese contrapunto entre los berrinches de los poderosos y los padecimientos de los sacrificados -todos ellos con problemas de conciencia, desde el encarcelado hasta su abogado defensor- es quizás lo que arrebata algo del tono insidioso de Wolfe para ofrecer una mirada más contemporánea, y con ello más acorde con cierta corrección política.
Pese a esos detalles, Todo un hombre es divertida en su esencia sin perder perspectiva crítica sobre la configuración del poder y el discurso que lo representa. Jeff Daniels concentra en su iracundo acento sureño las contradicciones de una figura que cree sostener su masculinidad en aquellas representaciones que han formado parte de su generación: el vigor corporal (parodiado en su operación de rodilla), la megalomanía (el tamaño de sus fiestas, sus edificios) y el espíritu temerario (una vida de riesgos como la única que vale la pena ser vivida). Frente a él, los pusilánimes que quieren arrebatar su cetro y los desposeídos que sueñan con una nueva distribución del poder. A diferencia de Succession -de la cual es más un satélite que una sucesora-, la creación de Kelley y Wolfe propone una arena más ecléctica y menos rigurosa, pero con los mismos jugadores de siempre en la pugna por el mismo botín.
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