Netflix: The Serpent, una miniserie que intriga y atrapa en sus redes
Esta producción británica está escrita por Richard Warlow y Toby Finlay y está inspirada en los crímenes del francés Charles Sobhraj
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The Serpent (Reino Unido, 2021). Creadores: Richard Wanlow, Toby Finlay. Elenco: Tahir Rahim, Jenna Coleman, Billy Howle, Ellie Bamber, Mathilde Warnier, Tim McInnerny, Amesh Edireweera. Disponible en: Netflix. Nuestra opinión: muy buena.
A primera vista, The Serpent puede parecer un intento de ficcionalizar las coordenadas del true crime para operar una nueva vuelta de tuerca en ese creciente interés que el género parece gozar en el presente. Un estafador modelado en la sombra del Tom Ripley de Patricia Highsmith que trafica diamantes en la Tailandia de los 70 al mismo paso que asesina a los hippies que se cruzan en su camino. Todo bañado en el sol de Bangkok, los colores del vestuario de la época, el humo de los cigarrillos, los reflejos del placer en los enormes anteojos de sol.
Pero no, no es eso de lo que se trata esta miniserie británica escrita por Richard Warlow y Toby Finlay e inspirada en los crímenes del francés Charles Sobhraj, la ‘Serpiente’ del Hippie Trail del sudeste asiático de los 70. Lo que la serie deconstruye, a un ritmo pausado, desdoblado en varias líneas narrativas que van y vienen en el tiempo, desarmado en las múltiples voces que ofrecen las víctimas y los cómplices, es el mismo armado de esa figura, lo que su condición de “asesino en serie” implica, su emergencia como síntoma de las contradicciones de la década y como expresión de un entorno en el que el vacío de legalidad dejaba en evidencia los rastros del colonialismo y su compleja relación con Occidente.
La historia se construye como un rompecabezas. Por un lado, el movimiento de Charles Sobhraj (Tahar Rahim), convertido en Alain Gautier y aliado con su “esposa” canadiense Monique (Jenna Coleman), en su serie de robos y asesinatos, los viajes a Hong Kong, los detalles del tráfico de gemas, el cultivo del envenenamiento como una progresiva obsesión; y por el otro, el recorrido de la investigación que realiza el secretario de la embajada holandesa en Tailandia, Herman Knippenberg (Billy Howle), sobre la pista de unos turistas holandeses desaparecidos. A partir de allí todo lo que puede parecer confuso en el relato, debido a esos saltos temporales precedidos de anuncios de meses antes y meses después, en realidad esgrime una consciente planificación: un montaje que descompone la escena de aquella época en todos sus jugadores y demuestra cómo cada una de sus movidas implica perspectivas encontradas y solapadas intenciones.
Como lo hiciera Highsmith con su amoral Ripley, lo que consiguen Richard Warlow y Toby Finlay es desarticular la oratoria del true crime que siempre junta piezas para armar una hipótesis prevista de antemano y cerrada sobre ese sujeto que definió como eje conductor. Aquí las opacidades del personaje se traducen en la complejidad del entramado narrativo, que nunca se reduce al péndulo de causa y efecto, que nunca clausura esa ominosa sensación de fracaso e impotencia que invade al pobre Knippenberg en el encuentro con un mundo que no entiende, sino que despliega los efectos duraderos de ese tiempo en el abismo de una intriga sin verdadera resolución.
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