Netflix: en Tick, Tick… Boom! Lin-Manuel Miranda entretiene pero no deslumbra
La historia de Jonathan Larson, el creador de Rent, le permite a Miranda, en su debut como director, reflexionar sobre la relación entre la creación artística y la biografía, pero no hay aquí ningún cambio de paradigma como el que sugiere en la ficción
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Tick, Tick…Boom! (Estados Unidos/2021). Dirección: Lin-Manuel Miranda. Guion: Steven Levenson, Jonathan Larson. Fotografía: Alice Brooks. Edición: Myron Kerstein, Andrew Weisblum. Elenco: Andrew Garfield, Alexandra Shipp, Robin de Jesus, Vanessa Hudgens, Joshua Henry, Judith Light, Bradley Whitford. Duración: 115 minutos. Disponible en: Netflix. Nuestra opinión: buena.
La reflexión del musical sobre el acto de su creación ha sido una de las constantes del género ya desde sus comienzos. En la década del 30, en los albores del cine sonoro y bajo el dominio de las historias de backstage, era frecuente que los incipientes musicales contaran la puesta en escena de un espectáculo, y que su desarrollo abordara los ensayos, los conflictos y amores entre los actores, los desafíos del coreógrafo y finalmente la puesta en escena en la noche de estreno. En ese tiempo, el anclaje en un escenario de demostración era un artilugio para justificar la irrupción de la canción y el baile sin que el espectador sufriera por el repentino atentado al realismo. Entonces veíamos a la orquesta interpretando la melodía, y la cámara se dirigía al escenario de un teatro que luego se desplegaba en formas impensadas, como lo demostraron el talento de Busby Berkeley en la Warner y las fábulas de Fred Astaire y Ginger Rogers en la RKO.
La concentración en la figura del creador, con atributos de genio, apareció con más fuerza en los 70 con la revitalización del musical de backstage de la mano de figuras como la de Bob Fosse. Ahí la confección del espectáculo ya no adherida al escenario sino al paisaje mental del artista abrió las posibilidades del musical en términos de formas posibles de la danza, del lugar de la cámara en esos nuevos espacios y de los temas que el género podía reclamar, más allá de la sistemática autorreferencialidad. Jonathan Larson es heredero de esa pulsión por poner el mundo del creador en el centro de la escena, por abrir el género a desafíos como el compromiso social y el cruce con la ciencia ficción, pero en un tiempo de decadencia como los años 90, cuando el musical tanto teatral como cinematográfico parecía estancado en viejas fórmulas. Su Rent fue la gema de su vida, cuyo éxito lo elevó a la condición de mito al asomar después de su temprana muerte, pero lo que a Lin-Manuel Miranda le interesa es pensar a ese creador en sus inicios, su distinción frente al conservadurismo de un negocio que no quería asumir el riesgo de sueños demasiado raros, demasiado costosos.
Es claro que Miranda se mira en el espejo de su maestro, y delinea Tick, Tick… Boom! no como una biopic musical convencional sino como un ejercicio sobre la relación entre la creación y el alma del artista, la línea que une el escenario con la mente en la que emergen las canciones. No en vano elige a Superbia, el musical que Larson tardó ocho años en escribir, dominado por la cuenta regresiva de su juventud, viviendo en un departamento con goteras en el SoHo, trabajando en el Moondance Diner como camarero, bregando por una presentación en la que alguien finalmente avistara su talento.
Esa es la dinámica que propone la película, pero hay algo en ese ida y vuelta entre el escenario y los espacios mentales de la invención que termina disgregando el mismo concepto de número musical. Es cierto que Larson está más adherido al sentido de la canción que al diseño de la coreografía, pero una de las claras innovaciones de su estilo fue el amalgamar una mirada sobre el mundo –crítica en esos años del SIDA y la especulación financiera, del reinado del marketing y la erosión de la cultura– abriendo un diálogo con su propia generación, la de MTV, la de cierto desencanto posmoderno, pero sin nunca renunciar a las bases del género, a su capacidad para decirlo todo, para cantarlo todo.
En ese sentido, Tick, Tick… Boom! consigue grandes momentos musicales, como el del inicio que presenta la vida de Jonathan en Nueva York, sus amigos, su mundo interior, o el excelente “Sunday”, en la cafetería que fue su hogar y prisión, el espacio a derribar y al mismo tiempo el que se siente propio, que marcan hacia dónde dirige Miranda sus intenciones. Pero luego hay largos momentos cercanos a la lógica del videoclip, montados con vértigo pero sin ninguna profundidad en las emociones, o verdadero sentido de la importancia del musical para expresar lo que estamos viendo, que adocenan a la película, la hacen perezosa al tomar atajos que pudiera haber evitado. Andrew Garfield demuestra un carisma perfecto para el escenario, le imprime una intensidad febril que intenta captar la ebullición mental de Larson, esa vocación de escribir canciones en horas, sobre todo lo que pasara por su mente, que logra impulsar los pasajes que parecen más alicaídos.
Lin-Manuel Miranda ha logrado asomar como uno de los innovadores más importantes del musical en los últimos años, consagrado sobre todo por el éxito de Hamilton. Pero lo que no termina de aparecer en sus creaciones es aquello que define a ese lugar que el mismo parece adjudicarse, el del cambio de paradigma del género. Tick, Tick… Boom! es entretenida aún con sus altibajos, tiene una excelente partitura y números ingeniosos, pero nunca abre esa puerta imposible para el género que todo el tiempo parece proclamar.
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