Netflix: en La vida mentirosa de los adultos, una tía desterrada y su sobrina rebelde descorren el velo de la Nápoles de Elena Ferrante
Sin lograr la profundidad de La amiga estupenda, la serie de Edoardo De Angelis redondea un retrato de la vida en la ciudad italiana en los años 90 en el que se luce Valeria Golino como la oveja negra de una familia conservadora
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La vida mentirosa de los adultos (La vita bugiarda degli adulti, Italia/2023). Creador: Edoardo De Angelis. Elenco: Giordana Marengo, Valeria Golino, Alessandro Preziosi, Rosella Gamba, Pina Turco. Disponible en: Netflix. Nuestra opinión: buena.
Desde el éxito de la serie La amiga estupenda (disponible también como My Brillant Friend) en HBO Max, la prosa de Elena Ferrante pareció demostrar su poder para crear un universo visual propio, aún situado en una ciudad compartida como Nápoles. Aquel territorio popularizado por las comedias de Totò, blanco del estudio de la Camorra en Gomorra (2008) de Matteo Garrone, cuna del fervor futbolero de Paolo Sorrentino, encuentra en la mirada de Ferrante, portadora del misterio de su seudónimo, una nueva presencia, imponente y esquiva, nutrida del recuerdo y animada por las ansias de traerlo al presente.
Su novela La vida mentirosa de los adultos, publicada en 2019, recoge un pasado más cercano que el de la saga de las Dos amigas –que se remonta a los años 50-, pero también dual y contradictorio. Una Nápoles erosionada por secretos familiares y mentiras descubiertas, por un mundo adulto que adquiere su oscura y fascinante trascendencia.
Sin embargo, a la hora de encontrar las imágenes, la miniserie estrenada en Netflix y comandada por el director Edoardo De Angelis –con guion compartido con Laura Paolucci y Francesco Piccolo- no despliega una identidad visual como lo consiguiera Saverio Costanzo, creador de La amiga estupenda. La estrategia narrativa se apega al relato de Ferrante –sin tanta carnadura dramática y sostenido en un pulso más bien anecdótico-, combina la voz en off de su protagonista con flashbacks del pasado a partir de relatos de otros personajes, y reduce su progresión dramática a la experiencia traumática del crecimiento, en la que sucesivos descubrimientos del mundo adulto desgarran la inocencia adolescente. Lo que sí resulta atractivo del trabajo de De Angelis es el retrato de la Italia de los 90, corroída por la memoria de las convulsas décadas pasadas y los cambios vertiginosos del presente. La música de Peppino di Capri se combina con el breakdance, dando color a un período bisagra en la historia del país que se hace carne en sus habitantes.
La historia comienza con un susurro entre adultos, una conversación indebida oída tras la puerta. Giovanna (Giordana Marengo) escucha las quejas de sus padres por su bajo rendimiento escolar, su apariencia extraña y poco femenina, su condición rebelde en esos años tempranos de su adolescencia. Y es su padre Andrea (Alessandro Preziosi) quien esboza una comparación que la intriga sin remedio: aquella que la une a su tía Vittoria (Valeria Golino), un monstruo silenciado de las charlas familiares, borrado de las fotografías. La pesquisa de Giovanna consiste en hallar esa referencia imaginaria, esa semejanza posible con una mujer desconocida. Vittoria pertenece a otro mundo, a otra Nápoles. No solo la de los suburbios y la pobreza, la de las barriadas populares y el griterío, sino también la de las tradiciones y el cristianismo, lindante con las ceremonias y el cementerio. Giovanna encuentra en Vittoria un espejo posible, una voz honesta y desgarradora entre tanta hipocresía, pero también el costo de quitar el velo protector de la infancia y aventurarse a la verdad, aquella que a veces duele demasiado.
La aparición de Vittoria eleva el relato a su apogeo, no solo por el atractivo del personaje sino por la fascinante presencia de Valeria Golino, una actriz que en los últimos años ha encarnado papeles diversos, tanto en Nuestros veranos (2018) de Valeria Bruni Tedeschi; Retrato de una mujer en llamas (2019), de Céline Sciamma como en A puertas cerradas (2019) de Costa-Gavras, revelando una asombrosa madurez actoral.
Criada en un ambiente intelectual y laico, cuyo pasado de izquierda quedó revestido de la opulencia de la nueva burguesía de la Italia de Berlusconi, Giovanna descubre en Vittoria el lado silenciado de la crianza de su padre, las viejas disputas por la casa familiar, el peso trágico del dinero. Pero la voz de Vittoria también ofrece las palabras para entender el sexo y el amor, para medir la amargura de la pérdida, lo definitivo de ciertos duelos.
Lo que en definitiva interesa a Ferrante es el quiebre progresivo del mundo de Giovanna, aquel en el que ciertas mentiras resultaban el freno posible al dolor de la vida adulta. Por ello la historia cobra más fuerza con el uso de ese punto de vista en la cornisa de cada descubrimiento. El mejor ejemplo es el destello de la infidelidad que asoma ante los ojos de Giovanna durante una velada familiar: una grieta a esa oscuridad vedada por la aparente felicidad. Esa mirada astuta es la que le enseña Vittoria, la misma que saca a la superficie la frivolidad antes aceptada como parte de la existencia. El resto de esa Nápoles escindida en caminos opuestos se escenifica sin demasiada estridencia, algo dilatada para cumplir con la duración de los episodios, y sin el vuelo formal al que nos había acostumbrado La amiga estupenda de Costanzo.
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