Netflix: en El cuerpo en llamas, Ursula Corberó brilla con un personaje incómodo
Esta producción tiene todas las virtudes, pero también los defectos del género “basado en hechos reales”, centrada en el asesinato de un integrante de la Guardia Urbana de Barcelona y, sobre todo, la figura inclasificable de Rosa Peral, la esposa que cumple condena por su asesinato
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El cuerpo en llamas (España/2023). Creadora: Laura Sarmiento Pallarés. Elenco: Úrsula Corberó, Quim Gutiérrez, Isak Férriz, Eva Llorach, José Manuel Poga. Disponible en: Netflix. Nuestra opinión: buena.
El cuerpo en llamas tiene todas las virtudes y todos los defectos de la voraz tendencia contemporánea de inspirar la ficción en “hechos reales”. Hechos que antes que desprenderse de la “realidad” lo hacen de otros discursos mediáticos que los han procesado, modelado y exprimido hasta el hartazgo, discursos que van desde la crónica periodística hasta el documental del true crime. Por ello, la historia de Rosa Peral y el inefable crimen de la Guardia Urbana de Barcelona tienen un derrotero previo al desembarco de su versión ficcional en Netflix: entrevistas de Rosa en la cárcel -convertidas en una miniserie documental que la misma plataforma estrena como parte del “combo”-, horas de televisión sensacionalista en España, “historias reales” que pululan en los medios -no solamente en los españoles- que completan, ensanchan y despliegan lo que puede ofrecer el caso en crudo y, por cierto, también su reconstrucción en la ficción.
Esa asumida “competencia” con la realidad hace que la miniserie El cuerpo en llamas, creada por Laura Sarmiento Pallarés -autora de series como Intimidad o de películas como La jefa, ambas consolidadas alrededor de protagonistas femeninas con poder y fortaleza, y quizás por ello, no exentas de atisbos de oscuridad-, deba encontrar un posible punto de interés, un foco original, una nueva puerta de entrada a una historia ya presente en el imaginario del espectador (mucho más del público español que el de otros, pero aún así la serie no llega sola sino envuelta en todos esos materiales previos que funcionan a modo de promoción).
La estrategia de Sarmiento es, entonces, poner el ojo en la propia Rosa Peral, la mujer sospechada de ser autora o cómplice del asesinato de su pareja, Pedro Rodríguez, un oficial de tránsito hallado calcinado en su automóvil, al borde de un pantano. El “misterio” de Rosa, aquella que nunca se declaró culpable pese a que cumple condena en prisión. Ahora bien, ¿es Rosa un verdadero misterio para la ficción?
Y ese es quizás el interrogante más atendible que ofrece El cuerpo en llamas, sobre todo en su decisión de seguir a la figura de Peral en dos tiempos: su pasado con los distintos novios y amantes que tuvo, su relación con sus compañeros de la fuerza, su tarea como oficial de la policía, y su presente, signado por la investigación de la muerte de Pedro Rodríguez, la pesquisa que se acerca a develar su participación, que se aleja ante la posible culpabilidad de otros partícipes. Y es atendible porque pareciera el guion se arriesga a alimentar ese posible misterio aún bajo el peso de los mismos prejuicios y especulaciones que circularon en el caso real. Para la ficción, Rosa está atravesada por miradas previas, muchas de ellas condenatorias de su comportamiento sexual, de su ambición profesional, de su ejercicio de la maternidad. Es la villana antes del crimen, la sospechosa perfecta a la que todos quieren culpar aún sin haber emprendido el camino hacia la verdad.
Bajo esa premisa, Úrsula Corberó interpreta a Rosa como una caprichosa femme fatal, una mujer sin remordimientos por sus apetitos o ambiciones, sin escrúpulos ante sus planes de adulterio ni coartadas sólidas para sus mentiras. Por ello no hay misterio en las acciones de Rosa -salvo aquel último que se esconde en la resolución de la investigación y la posibilidad de hallar una verdad más allá de la condena judicial- sino en el carácter del personaje, que parece forjarse como un arquetipo al principio, manipuladora de hombres, mentirosa y banal, “mosquita muerta” para sus padres, compinche para sus compañeros policías, pero que poco a poco se nutre de contradicciones, de una extraña humanidad que hace de su egoísmo e irresponsabilidad un rasgo de época que ha hecho carne más allá de toda moral. La puesta clásica de la historia -como la de la mayoría de las ficciones españolas- se nutre de la alternancia temporal (hoy convertida en el modus operandi de casi todas las narrativas de plataformas) y de los planos a cámara de impronta confesional, ambos recursos tomados del policial de procedimiento -sobre todo en la línea que conduce la inspectora a cargo de la investigación- y enriquecidos con el aura de un melodrama popular, impregnado de crimen y artificio.
Es cierto que El cuerpo en llamas no puede escapar de los mandatos del extendido furor por el true crime, de la confección simplista de las narrativas del streaming, pero aún en su estrecho margen de maniobra logra alumbrar un personaje incómodo, con una sensualidad implacable y una moral resbaladiza, que se resiste a una definición única, a una explicación psicológica, a un entendimiento aceptable.
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