Netflix: El poder del perro es una magistral reinvención de la mitología del Oeste
Jane Campion se centra en la precaria convivencia entre dos hermanos dueños de un rancho de Montana, en 1925, interpretados por Benedict Cumberbatch y Jesse Plemons, alterada para siempre por el arribo de una madre y su hijo
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El poder del perro (The Power of the Dog, Reino Unido-Nueva Zelanda-Australia-Estados Unidos-Canadá/2021). Dirección: Jane Campion. Guion: Jane Campion, Thomas Savage. Fotografía: Ari Wegner. Edición: Peter Sciberras. Elenco: Benedict Cumberbatch, Jesse Plemons, Kirsten Dunst, Kodi Smit-McPhee, Thomasin McKenzie, Keith Carradine, Alison Bruce, Peter Carroll, Frances Conroy, Yvette Parsons. Duración: 126 minutos. Disponible en: Netflix. Nuestra opinión: excelente.
“La paciencia ante la adversidad es la que nos hace hombres” sentencia Phil Burbank (Benedict Cumberbatch), un ranchero de la región de Montana en 1925. Próspero en tierras y ganado, educado en Yale y aficionado a la música, su más grande posesión es el recuerdo del autor de esas palabras grabadas en su memoria: Bronco Henry. De él conserva su montura, imponente e inmaculada, y la exhibe con los aires de grandeza que le dejó esa amistad. Bronco Henry es el modelo de hombría para Phil, el mentor de su oficio y el dueño de sus recuerdos. En el rancho de ese Oeste tardío vive también George Burbank (Jesse Plemons), su hermano menor, demasiado sumiso para creerse dandy, pero ajeno a las labores del campo, a las monturas y el trabajo con el ganado. Phil y George parecen funcionar como una asociación imperfecta pero fértil para la riqueza de los Burbank, con Phil como el macho alfa, el conductor de los hombres de la hacienda, heredero de la crueldad y la leyenda, y George como agente prolijo del presente, preocupado por las relaciones con el gobernador, hábil y tolerante, dispuesto al cortejo de lo que ansía.
Jane Campion regresa al cine luego de doce años para abordar la novela de Thomas Savage de 1967 desde una mirada contemporánea, que devela en los entresijos de ese Oeste mitológico los poderes ocultos tras ese ideal de conquista y progreso. La referencia obligada es el cine de John Ford, los planos desde el interior de la casa de los Burbank sobre la figura de Phil recortada al sol recuerdan al Ethan de Más corazón que odio (1956), expulsado de la Historia que supo escribir. Pero también recoge la carga homoerótica tras la violencia en Río Rojo (1948), las masculinidades en pugna sobre los contornos de ese ambiente árido en el que solo los pacientes son capaces de sobrevivir. Campion filma ese mundo con una confianza magistral, exhibiendo en cada plano la cadencia de ese tiempo que acumula deseos y frustraciones, que concita una tensión subterránea pero palpable en la imagen, en el ritmo creciente del relato, en la definitiva disputa que se despliega ante nuestros ojos.
La precaria convivencia entre Phil y George se altera una tarde como cualquier otra, en la que luego del traslado del ganado los hermanos Burbank llevan a cenar a sus hombres al comedor del pueblo. Allí en el salón, junto a la pianola y algunos ruidosos comensales, desfilan Rose (Kirsten Dunst) y su hijo Peter (Kodi Smit-McPhee), ella viuda y él aspirante a cirujano, solitarios en ese mundo de desprecios y abandonos. Campion conduce con inteligencia el lazo que une a esas dos familias, lo hace sin nunca ceder a las previsiones, afirmando a sus personajes en pequeños matices, intensas ambigüedades, inquietantes contradicciones. La tragedia de Rose no es solo el estigma del suicidio de su marido sino el peso de la soledad en ese mundo hostil y signado por obstáculos. “¿Qué clase de hombre sería si no ayudara a mi madre?”, se pregunta Peter mientras diseña pequeñas flores de papel para la tumba de ese padre enterrado para siempre. ¿Qué clase de hombre hay que ser para sobrevivir?
Los mundos de Campion son siempre crueles y despiadados, ya sea la inhóspita Nueva Zelanda del siglo XIX en La lección de piano (1993) o la Londres victoriana de Retrato de una dama (1996); son escenarios inquietantes, signados por reglas opresivas o crueldades asfixiantes, siempre amenazantes y dispuestos a corroer la última fibra de sus incautos habitantes. Así filma esa vieja Montana, extraña al progreso que rumiaba desde el Norte con el vértigo de los años locos, imponente en ese esplendor salvaje que oculta secretos y maldiciones, una naturaleza en la que Phil cree moverse seguro, guiado por las enseñanzas de Bronco Henry y el control de sus pasiones. Pero la llegada de los nuevos habitantes desafía toda armonía, impone un orden familiar que George anhela con la presencia de Rose, las reuniones sociales y la mirada hacia el futuro, y se magnifica en el escrutinio alerta de Peter sobre el entorno que lo rodea, el que disecciona con su bisturí de cirujano, el que le permite descubrir el poder oculto en el misterio.
La capacidad de Campion de contener ese ideal perdido en momentos efímeros, como el baño de Phil en el agua clara, bendecido por la luz natural y un deseo antiguo y persistente, revela su lugar en el firmamento del cine, olvidado en el último tiempo debido a lo espaciada de su filmografía. Pero El poder del perro confirma su notable pulso para captar sentimientos esquivos y la extraordinaria apropiación de un género como el western para explorar el trasfondo de sus mitos, las mismas trampas de su deconstrucción. Esa mirada que evoca la de los que ven más allá de la apariencia, como Bronco Henry, que vislumbró lo que solo los elegidos perciben en el contorno de una montaña.
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