Netflix: cómo es Ripley, la historia del psicópata más glamoroso y camaleónico de la pantalla
Creado por Patricia Highsmith en 1955, fue encarnado por más de una estrella en el cine y ahora regresa con el rostro del actor que brilló en Fleabag y en Sherlock, en la primera temporada de una serie que seguirá la trama de las novelas
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“Tom dirigió su mirada por encima del hombro y vio que el individuo salía del Green Cage y se dirigía donde él estaba. Tom apretó el paso. No había ninguna duda de que el hombre lo estaba siguiendo”. Las primeras líneas de El talento del señor Ripley, publicada por primera vez en 1955, dejan entrever la astucia de Patricia Highsmith en su escritura. Desprovista de frases alambicadas y pretensiones retóricas, la autora define la esencia de su personaje desde el comienzo (Ripley vuelve este jueves 4 con una miniserie de ocho episodios a Netflix). Atento a su entorno, algo paranoico, incómodo en esa Nueva York gris y calurosa de mediados de los 50, Tom Ripley define su carácter y proyecta su inminente aventura. Por entonces sobrevive gracias a pequeñas estafas con cheques y documentos falsos, pero el encuentro con el señor Greenleaf, millonario dueño de un astillero y padre de un joven convertido en playboy en la costa napolitana, lo convertirá en un emisario decisivo para el regreso del hijo pródigo. O eso es lo que espera el señor Greenleaf con su ofrecimiento: un viaje a Europa con los gastos pagos para traer de regreso en ese ‘caro’ amigo de juventud ¿Tom lo recuerda con precisión? ¿Lo recordará Dickie cuando lo vea con su piel gris como el asfalto bajo el cálido sol del Mediterráneo?
El talento del señor Ripley no fue el primer éxito de Patricia Highsmith pero sí la presentación de su personaje emblemático. Algunos años después del triunfo de Extraños en un tren (1950), consagrada por la adaptación de Alfred Hitchcock, la publicación de El talento del señor Ripley le regaló su criatura más perfecta, ese andrógino y silencioso estafador capaz de convertirse en otro, de imitar firmas y acentos, de vivir una vida falsa para alcanzar la verdadera. La novela también llegó al cine de inmediato y en 1960 el francés René Clément le regaló el rostro del joven Alain Delon al escurridizo Ripley y selló la fama del actor francés. ¿Por qué un hombre tan bello como Delon querría convertirse en otro? ¿Cómo podría alguien confundir su mágica belleza con el irritante desparpajo de Maurice Ronet, convertido en un grotesco Dickie Greenleaf? Esas preguntas incomodaron a Highsmith en su momento, quien -como todas las veces- desaprobaba la adaptación de la novela que la haría famosa.
El tiempo pasó y Ripley encontró algunos disfraces posibles, siempre bajo el ceño fruncido de su creadora. Primero la mirada del alemán Wim Wenders convirtió al joven Ripley en un maduro estafador bajo la piel curtida de Dennis Hopper en El amigo americano (1977). Adaptación de la tercera novela de la saga -La máscara de Ripley (1970)-, trasladada a la ciudad de Hamburgo, la película hablaba más de la fascinación de Wenders por el film noir y la cultura rock de los 70 que por la pesquisa de la identidad de Ripley. Pero en 1999, apenas cuatro después de la muerte de la escritora, la historia comenzaba de nuevo. Anthony Minghella conseguía filmar, poco antes de su propia muerte, una nueva adaptación de El talento del señor Ripley con un elenco estelar: Matt Damon, Gwyneth Paltrow, Judd Law, Cate Blanchett. Todos rubios y bronceados en la ficticia Mongibello, dando cuerpo a una tragedia bañada de amores contrariados y sensibilidad queer. Esa versión reposicionaba a Ripley en el mapa de la literatura negra, lo convertía en un chico solitario y reprimido que buscaba el amor en el lugar equivocado. Una película de colores brillantes y música de jazz, de Oscars y festejos. ¿Cómo volver a pensar a Ripley en este nuevo milenio?
Quien se atreve es Steven Zaillian, guionista de películas como La lista de Schindler, Pandillas de Nueva York y El irlandés, creador de la serie The Night Of, quien escribe y dirige los ocho episodios de la serie inicialmente producida por Showtime y ahora rescatada por Netflix: Ripley. Así, a secas, como es el tono elegido para reimaginar aquel universo, ahora despojado de los colores brillantes y la tierna juventud del personaje. Bajo la piel del actor irlandés Andrew Scott (Fleabag, Sherlock), Tom Ripley es un hombre ya curtido, pisando los 40, deambulando en la ciudad de Nueva York a la pesca de una nueva forma de supervivencia. Vive en un edificio de mala muerte, falsifica la firma de un quiropráctico para cobrar sus consultas, se escurre por los bares de los márgenes de la ciudad, esquivando miradas sospechosas, sorteando pesquisas infructuosas. Ese comienzo que apenas asomaba en los primeros instantes de la película de Minghella, como piezas de un rompecabezas que el personaje dejaba atrás para abrazar el calor mediterráneo, se hace carne en el primer episodio de esta nueva vida de Ripley, define su errática displicencia, su enigmática vocación de prevalecer donde menos se lo espera.
Según revela Zaillian en una entrevista con Indiewire de hace apenas unos días, cuando llegó el momento de ofrecer su propia versión de Tom Ripley solo le quedó un camino posible: volver al texto original. Y en ese regreso lo que había detrás de la prosa de Patricia Highsmith era un aire sombrío y asfixiante, que él intentó recrear en el blanco y negro de la nueva serie. Una paleta de grises que definen ese clima propio del film noir tardío, el de los años 50 ya no anclado en un rodaje en estudio sino en las calles de una ciudad que se acomoda a la reciente posguerra. Esa impronta es la que define a Ripley, la que instala a los personajes en un torbellino de mentiras y engaños, primero en Nueva York y luego en los alrededores de Nápoles, con su luz intensa que enceguece a sus visitantes. “Cuando Patricia [Highsmith] escribió la novela, seguro que si imaginaba que se filmaría una película a partir de ella, la proyectaba en blanco y negro”, explica Zaillian. “Además, la portada de la edición que yo leía cada noche estaba en blanco y negro, así que mientras pasaba las páginas de la historia, tenía en mente filmarla a contraluz. No podía imaginar un entorno de cielos brillantes y trajes coloridos”. El gesto de diferenciación respecto de las versiones anteriores se consagra así en la estética de sombras y contrastes, y también en la definición de un tono más adulto, desprovisto de la inocente juventud que agitaba aquellos improvisados amigos.
La historia sigue al pie de la letra el texto de la novela, incluso recomponiendo aquellos pasajes que lógicamente fueron extirpados de las versiones anteriores, reducidas al metraje de una película. Nueva York tiene más protagonismo, al igual que la sexualidad ambigua de Ripley que apenas se insinuaba en la versión de Minghella y se evitaba en la de Clément; los personajes de Zaillian profundizan su escepticismo, sobre todo Marge Sherwood, la novia escritora de Dickie, afincada en Nápoles para iniciar su carrera literaria. Interpretada por Dakota Fanning, la nueva Marge erradica la feliz disponibilidad de Marie Laforêt presente en la versión francesa y el frágil optimismo de Gwyneth Paltrow en la versión de 1999. Ambas radiantes y jovencísimas, veían en Ripley un repentino compinche para afirmar a Dickie en el territorio del hogar y fuera de las conquistas callejeras. La Marge de Fanning, en cambio, es ubicua en su mirada, madura en su percepción, desconfiada de entrada de la amistad del recién llegado. Dueña de su propia casa y consciente de las restricciones de su talento, entrega sus manuscritos a Ripley como una forma de negociación del poder que ambos disputan sobre los favores de Dickie. Y será ella quien ofrezca la insistente némesis del protagonista, la sombra que lo persiga en su intento de salirse con la suya.
Pero el mayor hallazgo de la serie es la asombrosa composición de Ripley que ofrece Andrew Scott, apartada de los otros antecedentes y sostenida en una minuciosa disección de la novela. Según confiesa en una reciente entrevista con Vanity Fair, todavía prefiere no pensar porqué Zaillian pensó en él para dar cuerpo a uno de los personajes más infames de la cultura pop, como identifica a Tom Ripley la misma revista. “Creo que lo que sucede con estos personajes tan famosos es que la gente tiene ideas muy sólidas sobre quiénes son. Por ello yo no quería ahogarlo en ideas preconcebidas. Palabras como sociópata, psicópata o asesino pseudosexual eran etiquetas que no me ayudaban. Aunque no es necesariamente un héroe confiable y positivo, sin duda es el héroe de la historia”. Esa aproximación a Tom Ripley esquiva todo prejuicio, todo molde cinematográfico anterior, y le da al texto de Highsmith la materia fundamental para imaginarlo, incluso con una pizca mayor de madurez y autoconciencia que la presente en aquella escritura original.
Para ello Scott debía despojarse de ese halo de ensueño que le regaló el cura de la segunda temporada de Fleabag, objeto de pecaminosos pensamientos e inspiración de una tierna historia de amor que atemperaba el cinismo de la creación de Phoebe Waller-Bridge. También debía encender el carisma silenciado en personajes menores como el del soldado de 1917 (2019), o el de Lord Merlin en la miniserie La búsqueda del amor (2021), o también algo desangelados como el negociador de los acuerdos de paz de Oslo (2021). Quizás Ripley afirme su asomo a la fama que empujó este año el estreno de Todos somos extraños (2023), película de fantasmas en la que soledad y deseo no adquieren un matiz sombrío sino apenas melancólico. Su Ripley, como el triste Adam de la película de Andrew Haigh, permanece acorralado en una delgada sombra, encerrado en un mundo privado que, sin embargo, carece del glamour decadente de ese edificio londinense, aunque sí conserva sus secretos tormentos. Tom Ripley asiste a la primera entrevista con Greenleaf padre con cierta desconfianza y, atento observador de su disimulada superioridad, acepta el trato como posible salvación para luego seguir los pasos del engaño con metódica disposición. La relación con Dickie –interpretado por el inglés John Flynn– se funda en una clara ambigüedad: una atracción sugerida, una fascinación inspirada por las diferencias entre ambos -de clase, de personalidad-, y, en definitiva, un intento de ser parte de esa vida soñada que para Ripley parecía inalcanzable.
La historia de esta primera temporada se ajusta a la estructura del primer libro, lo que hace suponer que, de continuar la serie, las siguientes temporadas irán recorriendo la historia de Ripley en las sucesivas novelas: La máscara de Ripley -o Ripley bajo tierra- (1970), El juego de Ripley -también editada como El amigo americano por la película de Wenders- (1974), Tras los pasos de Ripley (1980) y Ripley en peligro (1991). En esta primera aventura, el triángulo central se dibuja entre Dickie, Marge y Tom, y recorre la costa de Amalfi, Capri, Roma y Venecia, además de la ficticia Mongibello donde se produce el encuentro. La dualidad que une a Tom y Dickie, que luego se consagra en la asunción de dos identidades por parte del falsificador, se anticipa en las referencias al arte de Caravaggio, maestro de la luz y el tenebrismo, admirado por el mediocre Greenleaf. A diferencia de la versión de Jude Law en la película de Minghella, obsesionado por el jazz y la personalidad de Charlie Parker, Zaillian vuelve a la pasión original propuesta por Highsmith sobre la pintura. Sin talento ni verdadera vocación, Dickie garabatea paisajes infantiles y retratos anodinos de Marge mientras suspira por el talento atormentado de Caravaggio. Le interesa su obra, plagada de las tensiones del contraluz, pero también su vida personal signada por el crimen y la fuga.
Ese elemento define al doble especular como estrategia para concebir la historia y alcanza a otro personaje clave en esa línea: Freddie Miles, otro joven rico que posa como dramaturgo e invita a Dickie y su troupe a unas vacaciones de esquí en Cortina. Así lo presenta Highsmith: “El americano se llamaba Freddie Miles. A Tom le pareció horrible. No soportaba el pelo rojo y el de Freddie era color rojo zanahoria. Además, tenía el cutis blanco y pecoso. Sus ojos eran grandes y castaños, daban la impresión de moverse de un lado para el otro, como los de un bizco, aunque tal vez simplemente se trataba de una de aquellas personas que jamás miran a su interlocutor”. En la película de Minghella, Phillip Seymour Hoffman daba vida al entrometido Freddie, cultor del lado más extrovertido de Dickie. Aquí, Zaillian toma una decisión audaz: es la cantante Eliot Sumner, hija de Sting y de la actriz y productora Trudy Styler, la que ofrece una versión andrógina de Freddie, inquietante para la mirada de Tom y futuro obstáculo de sus planes de ser otro sin ser descubierto. En el acerado blanco y negro que define el creador de Ripley, todas las identidades resultan resbaladizas, escenarios dispuestos para la disputa y la sustitución.
“Un thriller de mediados de siglo, con aires a La dolce vita”. Así definió Steven Zaillian a su versión, deudora de la pluma de su escritora favorita pero también del cine de aquel tiempo, capturado en los paisajes lleno de una luz grisácea y melancólica. La experiencia de la serie intenta recrear el tiempo de la lectura, el ritmo de una narrativa de otro tiempo, esquiva al vértigo contemporáneo y a la fugacidad de las nuevas ficciones. Cada detalle importa, cada acción lleva su tiempo, ya sea la muerte arriba de un bote en el medio del mar o la precisa transformación de un hombre en un asesino. El Tom Ripley de Patricia Highsmith fue el modelo de un criminal imprevisto, un antihéroe emergente del cinismo de la posguerra, de las mieles de un mundo con límites borrosos entre la razón y la locura. Steven Zaillian comprende esa dimensión, ajena al espíritu posmoderno que capturó Anthony Minghella a fines del siglo pasado, restaurando una espesura literaria que vale la pena redescubrir. En blanco y negro, como el alma oscura que Highmith parecía cultivar.
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