Nazareno Cruz y el lobo, la última película feliz de Leonardo Favio
"Nazareno Cruz y el lobo fue el último guión que escribí con felicidad", cuenta Leonardo Favio en el fascinante libro de conversaciones con la periodista Adriana Schettini (Pasen y vean) publicado en 2007 e imprescindible para conocer a uno de los más notables creadores cinematográficos que dio la Argentina.
Cuesta imaginar que un artista como Favio haya alcanzado una paz interior que jamás volvería a encontrar en sus trabajos para el cine en uno de los momentos más convulsionados y cruentos de la historia argentina. "El que elegía el amor estaba perdido", le dice Favio a Schettini sobre un tiempo en el que todo se resolvía de manera extrema. Después de la muerte de Juan Domingo Perón en julio de 1974, en pleno ejercicio de su tercera presidencia, los grupos antagónicos que reivindicaban su legado político resolvían con violencia extrema los enfrentamientos que mantenían en la lucha por el poder. El asesinato político se convertía por esos años en un mensaje cotidiano dirigido al adversario de esa lucha cruenta y enloquecida.
Desde la infancia, Favio tenía con el peronismo un vínculo apasionado, profundo e inquebrantable, casi místico. A contramano del cálculo, la crueldad y la actitud descarnada que llevaba a personas identificadas con el mismo líder a resolver sus disputas a los tiros, veía la ideología que había abrazado como "un acto de amor al prójimo". Por eso siempre dijo que pensó Nazareno Cruz y el lobo –que puede encontrarse en YouTube– como una suerte de aporte o contribución a la paz de los espíritus. "Es una película que parte de mi ingenuidad, de haber pensado que enviando mensajes se iban a poder apaciguar los ánimos", explica en el libro Pasen y vean.
No consiguió ese objetivo, porque la violencia política nunca dejó de crecer y abrió las puertas del golpe de Estado de marzo de 1976. De la violencia se pasó al horror. Pero lo que sí logró Favio fue acercar todo lo que estaba distanciado en ese tiempo enloquecido de la historia política argentina dentro de una sala cinematográfica. Nazareno Cruz y el lobo fue un éxito colosal de público. Casi tres millones y medio de personas vieron la película desde su estreno el 5 de junio de 1975 en los cines Atlas, Premier y Callao, junto a siete salas barriales. Aunque en ese tiempo no había registros estadísticos confiables de la concurrencia a los cines, nadie puso en duda de que estábamos ante la película argentina más taquillera de todos los tiempos. Hubo que esperar hasta la llegada de Relatos salvajes, en 2014, para terminar con su larguísimo reinado.
Favio contó para esta película con un presupuesto descomunal para la época, unos 500 millones de pesos (ley 18.188) de entonces. Tuvo a su disposición un equipo técnico de 70 personas y más de 200 extras que utilizó a lo largo de tres meses de filmación, de septiembre a diciembre de 1974. Las locaciones elegidas fueron la localidad bonaerense de Bella Vista, la zona más cercana a Campo de Mayo, y La Paisanita, un enclave serrano ubicado a 12 kilómetros de la ciudad cordobesa de Alta Gracia.
El rodaje fue para Favio una suerte de montaña rusa. La cuantiosa inversión logró multiplicarse gracias al éxito fenomenal que logró la película en las boleterías. Pero el proceso de realización tuvo sus momentos accidentados. Como el día en que Favio y sus productores perdieron entre ocho y diez millones de pesos por culpa de una gran tormenta que transformó en un lodazal intransitable el escenario que había armado en cercanías de Campo de Mayo como recreación de la aldea a la que regresa el protagonista de la historia.
Una crónica de rodaje publicada en la desaparecida revista Siete Días, con la firma de Rodolfo Andrés, señalaba que la tormenta obligó a todo el equipo a trasladarse a los cercanos Estudios San Miguel para filmar una escena que no podía postergarse. "Se movilizaron más de 60 extras (de los que solo trabajaron en definitiva tres), se transportaron inútilmente cuatro toneladas de equipos técnicos y se trabajó durante ocho horas para concretar 22 segundos de película. Era una situación para estar, por lo menos, con los nervios de punta", se cuenta allí.
El cronista de Siete Días fue uno de los testigos privilegiados de la situación. Le pasó lo mismo a un vecino de Don Torcuato, que recordó muchos años después lo que fue ese rodaje inolvidable. "Tenía 12 años cuando me escapaba a la tosquera del Km. 26, atrás de la estación Vicealmirante Montes, a ver cómo se filmaba una película. Recuerdo a un hombre con un pañuelo colorinche en la cabeza que daba indicaciones con un megáfono mientras los bomberos con mangueras gigantes simulaban una lluvia. Yo estaba extasiado mirando el despliegue de las cámaras y de unos ventiladores monstruosos que generaban el efecto de un viento tormentoso, todo era mágico. Mucho después supe que ese hombre era Leonardo Favio".
Esa magia también surgía del esfuerzo sacrificado de algunos de los anónimos participantes del rodaje. En la crónica de Siete Días también se recoge el testimonio de un veterano extra, que destaca el caso de un chico al que le tocó permanecer crucificado más de dos horas debajo de un chorro de agua, en medio de temperaturas ambiente bastante bajas. Contó que Favio le daba en las pausas café y ginebra "y lo cuidaba como un hijo, pero el pibe se cocinó de frío, y para colmo tenía en la cabeza una peluca de lombrices vivas que con el tiempo se fueron poniendo pasaditas y malolientes, gajes del oficio". Podríamos agregar: gajes de la desbordante imaginación de Favio, dispuesto a no detenerse ante nada para plasmar en la película su visión del cuento, que había escuchado infinidad de veces en Mendoza. Decía que lo hacía "vibrar de golpe".
Nazareno Cruz y el lobo está basada en un relato que se conoció por primera vez en 1951 como radioteatro y fue concebido por una de las grandes figuras argentinas de ese género, Juan Carlos Chiappe, a quien Favio le había dedicado su película anterior, Juan Moreira.
El propio Chiappe contó en 1974 a la revista Gente que la historia tuvo su nacimiento en Bahía Blanca después de una función. "El intendente nos invitó a toda la compañía a pasar la noche en su estancia. Se llamaba El Fachinal. Era muy pequeña y de noche el lugar era muy tétrico. El viento aullaba entre los árboles. Ahí se me ocurrió recrear el lugar y vincularlo a la leyenda del séptimo hijo varón que se convierte en lobo. El terrorífico lobizón", recordó entonces. Chiappe no pudo ver la película terminada con la adaptación de su obra. Murió el 18 de diciembre de ese año.
Lo que Chiappe concibió y Favio llevó a la pantalla en la cumbre de su creatividad visual es una historia que comienza con la aparición de una bruja conocida como La Lechiguana, que se dirige junto a una extraña niña llamada Fidelia hacia un pueblo en el que está a punto de nacer el séptimo hijo varón de una mujer. El alumbramiento se produce en medio del rechazo y la desconfianza de los habitantes del pueblo, que conocen la leyenda del lobizón y por eso fuerzan el destierro de la mujer y del recién nacido, a quienes no les alcanza con la protección que les brinda la extraña hechicera.
Veinte años después, al comprobar que su vida no había sido alterada por aquél conjuro, Nazareno regresa al pueblo que lo vio nacer y el mismo día del regreso encuentra por primera vez a Griselda, una de las chicas más hermosas del lugar. El encandilamiento es inmediato y ese romance a primera vista no hace otra cosa que alimentar las predicciones y poner en marcha la leyenda olvidada. A Nazareno se le aparece entonces un Diablo vestido de gaucho que le exige renunciar al amor de Griselda si no desea caer en el destino de su transformación en lobizón.
Para interpretar a Griselda, Favio eligió a una completa desconocida. Marina Magalí era maestra jardinera, jamás había pisado antes un set de filmación, y según el relato del director en el libro Pasen y vean llegó al proyecto a propuesta de Horacio, uno de los hermanos de Favio. "Era monísima y cumplió 16 años en la filmación. Era perfecta para el cuento de hadas. Los criollos cuando piensan en Griselda la imaginan rubia", cuenta allí.
En el libro Favio revela también que Magalí no era rubia natural, sino que él decidió teñirla para darle al personaje el perfil que buscaba. "Y en la filmación –agrega– la hacíamos andar todo el tiempo con una sombrilla para evitar que el sol la tostara. Tenía que estar blanca como las princesitas de los cuentos".
Magalí apareció más tarde en un par de películas más y algún programa de TV hasta regresar al anonimato que tenía antes de ser revelada al mundo como la inalcanzable enamorada de Nazareno. De hecho, la escena más comentada de toda la película es la que muestra a la precoz actriz haciendo el amor con Juan José Camero, el actor elegido por Favio para personificar a Nazareno Cruz. Ese momento está musicalmente ilustrado con los acordes de "Soleado", un tema instrumental muy popular en los años 70 a través de la grabación del grupo coral italiano Daniel Sentacruz Ensamble. En la banda de sonido de la película, firmada por el compositor Juan José García Caffi, Favio había elegido mezclar estos motivos populares con fragmentos de la ópera Rigoletto, de Giuseppe Verdi.
Para personificar a Nazareno, Favio no tenía otro actor en mente que Camero. Había pensado en él, según confesó, porque detrás de su porte de galán seductor que ya se había consolidado a través de los teleteatros escondía en su temperamento una timidez muy apropiada para el personaje.
Y con una timidez muy parecida, rasgo muy característico de su personalidad, Favio convocó a Alfredo Alcón para interpretar al Diablo, que en su visión del relato de Chiappe caracterizaba como "El Poderoso". Le dice Favio a Schettini: "No creía que fuera a aceptar porque no era un protagónico. Yo no me animé a hablarle. Le mandé el libro con los maquilladores, que eran amigos comunes. Aceptó de inmediato. Para él fue muy fácil hacerlo. En la obra de radioteatro ese personaje no existe. Lo agregamos mi hermano y yo". Esta última referencia alude a Jorge Zuhair Jury, que además de ser el hermano mayor de Favio se convirtió en su más estrecho colaborador como coguionista de algunas de sus mejores películas.
Mucho más que la crítica de esa época, acostumbrada a ver a Alcón en los grandes personajes centrales del cine argentino más popular de esos tiempos, quienes revisaron y reivindicaron posteriormente Nazareno Cruz y el lobo, así como la filmografía completa de Favio, destacaron sobre todo la sobria y precisa actuación del gran actor argentino. Un Alcón siempre predispuesto a la teatralidad y a la sobreactuación adquiere aquí una presencia cinematográfica precisa e intensa sin el más mínimo desborde.
La escenografía es una de las cumbres de la película. Favio se propuso integrar su mirada ligada al gran espectáculo que no le temía a la exageración ni a la ampulosidad con el anclaje en el mundo real de las leyendas populares. Y también, como sugirió la ensayista Diana Paladino, esta película (que sigue la línea de Juan Moreira, su obra inmediatamente anterior) suma a las opciones estéticas de su creador el acercamiento "a los grandes héroes románticos y a los arquetipos revolucionarios del imaginario peronista de los tempranos años 70".
La película, como dijimos, fue un éxito impresionante de taquilla en la Argentina y encontró en el Festival de Moscú una plataforma para su reconocimiento internacional. Pero la función más comentada de todo su recorrido ocurrió en 1975, según recuerda la ensayista e historiadora María Gabriela Aimaretti. Cuenta que apenas dos días después de su debut en Moscú, Nazareno Cruz y el lobo fue exhibida de manera extraordinaria en la Quinta Presidencial de Olivos en una función a la que asistieron la entonces presidenta María Estela Martínez de Perón; el ministro de Bienestar Social, José López Rega, sus colegas de Interior, Economía, Relaciones Exteriores, Justicia, Defensa, Economía, Cultura y Educación; el presidente de la Cámara de Diputados, Raúl Lastiri, y los comandantes en jefe de las tres fuerzas armadas.
En ese momento Favio sentía que debía ser todo lo que le indicara un gobierno popular, mucho más si respondía al mismo signo político con el que plenamente se identificaba. El director imaginó a Nazareno Cruz y el lobo como un "canto de amor". El público, masivamente, lo entendió así. Pero el sueño de Favio de lograr a través de la película un apaciguamiento de las tensiones políticas extremas que ensangrentaban todos los días a la Argentina de esos tiempos estuvo lejos de concretarse. En el peor de los escenarios políticos imaginables, Leonardo Favio hizo la última película feliz de su vida.
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