Nacha y el sello discepoliano
"Nacha canta Discépolo", recital de tangos de Enrique Santos Discépolo, por Nacha Guevara, junto a Sonia Possetti (piano), Eleonora Ferreira (bandoneón), Irene Canario (violín) y Adriana González (contrabajo). Arreglos instrumentales: Néstor Marconi. Sonido: Pablo Aguilar. Luces: Alejandro Velézquez. Vestuario: Mercedes Robirosa. Dirección general:Nacha Guevara. Producción general: Brunelli Producciones. En el Club del Vino, Cabrera 4737. Nuestra opinión: muy bueno.
Proteica, provocadora, controvertida, Nacha Guevara, animal escénico por antonomasia, vuelve a escena tras un año de silencio.
Vuelve, como casi siempre, para desarrollar su espectáculo en torno de un eje temático.
La materia, en este caso, son los tangos de Enrique Santos Discépolo.
Temeraria tarea ésta de poner sobre el tapete aquellos tangos de nuestro Discépolo visionario que, como todos sabemos, retrataba ya en los años veinte, con lúcido pesimismo, las miserias de este fin de milenio.
Temeraria por tratarse de tangos transitados y vapuleados por tanta garganta de solistas sin seso. Temeraria por el preconcepto peyorativo que se asigna hoy a toda mirada retrospectiva de reivindicación -en este caso de canciones de protesta en forma de tango- como si los endémicos males del mundo fuesen exclusividad de una época determinada.
Pero Nacha es una artista temeraria que está al margen de las imputaciones respecto de presuntos revivals sesentistas o setentistas, que además -y por suerte- dejó en el camino (y también en un atinado olvido) aquella su esperpéntica temeridad que bautizara Heavy-Tango .
Lejos de la pose
Tras la obertura de la Orquesta de Señoritas con citas de conocidos tangos de Discépolo, ingresa Nacha desde el fondo con un atuendo rojizo entre cuyo hermoso diseño asoma subrepticiamente, como único detalle erótico, una rodilla. El cuarteto de violín, piano, bandoneón y contrabajo es un excelente pórtico para cualquier cantante.
Nacha empieza con "Uno" que entona morosamente, con las elasticidades que caben en una canción. Lo entona con sentimiento, muy lejos de los consabidos tics de ademanes y poses tangueras. Por lo tanto, mucho mejor que cualquier cantante de tangos cuyo único arte consiste en vociferar sin saber qué está profiriendo.
Es apenas un buen comienzo.
Nacha da fe de que también se puede cantar "Yira Yira" desde una visión femenina, sin énfasis prepotente y sin marcaciones de cuadratura.
Bastan estos dos tangos para advertir que Nacha ha descendido -consciente o no- de tesitura. De aquella tentativa soprano de otrora, que cantaba a lo "tía en la ducha", Nacha ha devenido ahora mezzo e incluso de contralto. Y es este el registro que mejor le sienta, a un tiempo que le garantiza tonos pastosos, sólidos en su emisión y en su sostén.
Por ello puede encontrar más cómoda, en el melodismo acendrado de "Canción desesperada", la empatía entre letra y música. Nacha la transmite en fraseos intensos, que no desdeñan algún exceso expresionista.
Es esta libertad canora respecto de un género dominado por una irracional ortodoxia, la que avala estas versiones atípicas que oxigenan a Discépolo y al tango en general.
De esta suerte, liberados de pautas de férreo dogmatismo, es posible disfrutar de la pátina antigua de "Sueño de juventud", del ínsito histrionismo de "Quevachaché", del desgarramiento de "Martirio", del estilo diseur tan cultivado por Tita Merello en "Qué sapa señor" y hasta del mismo expresionismo de esa otra canción desesperada: "Tormenta".
Nacha no abusa de su atrapante don histriónico. Su entrega al canto llega con la carga de una poesía lacerante, de aterradora vigencia entre nosotros, los ciudadanos de a pie, que vivimos otros días de infamia respecto de quienes detentan el poder.
Incluso habrá que perdonarle alguna esporádica licencia melódica, un pecado venial frente a tanta distorsión cultivada por banales cantores y cantantes de tango.
El cuarteto instrumental suena impecable. Las chicas saben transmitir, restallantes, los excelentes arreglos de Néstor Marconi.
Nacha se ha dejado tentar al escribir dos temas prosaicos y pedestres: "Globalización" y "Escándalo" con música de Alberto Favero. La pifia es perdonable porque su rescate es inobjetable.
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