Willie Nelson vuelve a “visitar” a su amigo Frank Sinatra en su nuevo disco, That’s Life
Como en My Way, el ídolo del country repasa un puñado de canciones inoxidables que “La Voz” hizo eternas y que aquí cobran un nuevo brillo
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Álbum: That’s Life. Temas: “Nice Work If You Can Get It”, “Just in Time”, “A Cottage for Sale”, “I’ve Got You Under My Skin”, “You Make Me Feel So Young”, “I Won’t Dance”, “That’s Life”, “Luck Be a Lady”, “In the Wee Small Hours of the Morning”, “Learnin’ the Blues”, “Lonesome Road”. Edición: Universal. Nuestra opinión: muy bueno.
En 1978, Willie Nelson estaba prendido fuego. Era uno de los ases del country forajido y se lo respetaba como cantante pero todavía más como autor (además de lo que escribía para él, también había firmado hits ajenos, como “Crazy”, de Patsy Cline). Su imaginario era el de la ruta, la marihuana, la vida sin ataduras, la melena al viento y la barba larga: una recreación rural, sucia y desprolija del laissez faire que pregonaban los beatniks citadinos. Venía de lanzar Waylon & Willie, justamente una cumbre del outlaw junto a otro como él, Waylon Jennings. Y en medio de esa racha en la que no podía fallar ni aunque quisiera, tomó la decisión más riesgosa de su carrera hasta ese momento: grabar Stardust, un disco de versiones de standards del Gran Cancionero Estadounidense. Sin abandonar del todo su instrumentación country/folk, se metió con el jazz de otros. No sólo el compositor se hacía intérprete: el bandido se probaba el smoking.
Cuatro décadas y monedas después, a los 87 años, Nelson tiene abandonado (porque se lo ganó, qué tanto) eso de andar corriendo riesgos artísticos. En lo que va de este siglo viene grabando discos correctos y elegantes, con algunos temas propios, muchos covers y unos cuantos de aquellos standards. Lo hizo -por ejemplo- en American Classic, de 2009, y en Summertime, su álbum de versiones de Gershwin de 2016. Lo que antes era excepción ahora es regla, pero nadie lo lamenta demasiado: Willie cumple en todas sus versiones, y lo vuelve a hacer en su homenaje a un buen amigo suyo que, cuando publicó Stardust, lo apoyó gritando a los cuatro vientos que lo consideraba “el mejor cantante del mundo”. Estamos hablando de su nuevo disco, That’s Life y nada menos que de Frank Sinatra.
Este es el segundo tributo a “La Voz” que Nelson graba en tres años: en 2018 publicó My Way. En aquel y en éste el recurso es el mismo: sacar las canciones de Las Vegas y transplantarlas a un sótano jazzero a media luz. Se nota en la instrumentación: donde había big bands ahora hay piano, guitarra, batería con escobillas, algún bronce y no mucho más. Los arreglos son cálidos, precisos pero relajados, con aire entre las notas, sin exhibiciones de virtuosismo ni momentos de épica sobreactuada. Nelson, a años luz de los floreos vocales de Sinatra, apuesta a la expresividad, y la sensación es la de estar invitados a una reunión espontánea donde una banda híper profesional le sirve de apoyo al número estelar que, en plan rockola nostálgica, va cantando las que se acuerda. El mejor karaoke que jamás haya existido.
Hay alguna sorpresa, como la reformulación de “Luck Be a Lady” en clave de mambo de salón, la elección de canciones no tan populares como “A Cottage for Sale” (del melancólico elepé de Sinatra No One Cares, de 1959) o la reducción del tema que da nombre al disco a su esqueleto, sin ese Hammond tan característico que lo arrimaba al pop. Pero hay dos cosas que no se negocian: el cariño y el swing. Como en aquel Stardust rupturista, pero con el plus de la experiencia.
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