Williams, el patriarca
No nació por generación espontánea. Tenía fundamentos poderosos Alberto Williams para brillar dentro de variados espectros de la actividad musical, y para convertirse, dado el momento exacto en el que le tocó actuar, en el gran patriarca de la música argentina. Era nieto del santiagueño Amancio Alcorta, uno de los precursores (junto con Juan Bautista Alberdi y Juan Pablo Esnaola) de la creación nacional, y a su vez padre del famoso arquitecto Amancio Williams. Raza de grandes hacedores de la cultura del país, este Alberto Williams, que murió en 1952, hace cincuenta años, estaba tempranamente destinado a dedicarse a la música, no sólo por el influjo del abuelo sino porque su madre, Eloísa Alcorta, era pianista, y su padre, Jorge 0. Williams, tocaba el piano, cantaba, y dirigía conjuntos corales. Pero ahora el hijo debía aproximarse a su destino con rigor profesional, actitud que dio relieve a todo lo que emprendió, sea la creación, la interpretación en piano, la dirección de orquesta, la musicografía y crítica, la pedagogía y la organización de actividades tendientes a divulgar y cimentar la cultura musical en el país.
Tras formarse en Buenos Aires, viajó a Francia en 1882, en uso del Premio Europa que otorgaba el gobierno de la Nación, y allí permaneció siete años. En el Conservatorio Nacional de París continuó sus estudios de piano y de composición, antes de convertirse en discípulo de César Franck, un contacto que fue decisivo, no sólo por la superior categoría del creador y pedagogo belga, sino por ese carisma al que tantas veces aludían sus discípulos.
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En 1890 retorna a la Argentina, y tras duro proceso de adaptación, comienza su obra ciclópea. En 1892 funda y dirige los conciertos de El Ateneo y entre 1902 y 1905 conduce la orquesta en los ciclos auspiciados por la Biblioteca Nacional, cuando el director se llamaba -nada menos- Paul Groussac. Paralelamente, dirige las audiciones sinfónicas ligadas al Conservatorio de Música de Buenos Aires, por él fundado en 1893, y organiza con el catalán Gurina una editorial que publicó gran cantidad de partituras y obras didácticas. Al morir su socio, Williams dio a la casa de música el nombre de La Quena, denominación que ya llevaba la revista creada por él mismo.
La obra de Williams suma impresionante cantidad de títulos. Ahí se encuentran nueve sinfonías, poemas sinfónicos, suites de danzas; sonatas; centenares de piezas para piano; canciones; composiciones corales... En el recorrido a través de esa producción se advierte cómo se va alejando paulatinamente de los influjos románticos (Schumann, Chopin, Mendelssohn) y de la escuela de su maestro, para empezar a moldear, a partir del retorno, un estilo criollo por el que desfilan especies líricas o coreográficas folklóricas y ciudadanas, entre ellas la milonga. El paso de este segundo estilo al tercero se produce en 1910 cuando compone su segunda sinfonía, "La bruja de las montañas", con la que ingresa en su madurez estilística.
El cincuentenario de su fallecimiento se presenta promisorio. No hace mucho se dio a conocer en San Petersburgo una de sus sinfonías, y hoy están en proyecto de realización grabaciones de sus obras en Estados Unidos, a las que seguirán, casi con seguridad, prolijos trabajos de análisis musicológico.
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