Walas: "Es muy triste estar obligado a ser una caricatura de uno mismo: yo no voy a llegar a eso"
Massacre despide el año con dos shows en La Trastienda tras abrir para Guns n' Roses y recibir dos nominaciones al Grammy por su disco Biblia-Ovni;su líder, quien también editó en julio un libro "de memorias",Skate Punk, que narra su educación sentimental y musical, recuerda los cambios en la banda
"Es muy triste estar obligado a ser una caricatura de uno mismo. Yo no voy a llegar a eso. Tengo un costado de comunicador que veo como una buena alternativa para el momento en el que se termine Massacre . Escribo columnas, ahora edité un libro... Incluso creo que soy mejor comunicador que cantante, letrista o compositor". Eso dice Walas a los 50 años (los cumplió en julio pasado) mientras apura el último trago de una cerveza en lata ya tibia, sentado en un curtido sillón de su búnker-sala de ensayo en Palermo, atestado de tablas de skate de todos los modelos, tamaños y colores. "Tengo más de 300", revela el que, se dice, es el dueño de la mayor colección de skateboards de América Latina y también acaba de publicar Skate Punk. Un lunático sobre ruedas, un atrapante libro en el que cuenta su vida entre los 10 y los 20 años, transitada felizmente entre rampas y discos que fueron parte insoslayable de su educación sentimental.
Este fin de semana (hoy viernes y el domingo 11), Massacre despedirá el año en La Trastienda con dos shows que prometen ser intensos, calientes. La banda que completan Pablo Mondello (guitarra), Luciano Facio (bajo), Federico Piskorz (guitarra) y Carlos Carnota (batería) tuvo un buen 2016: teloneó a Guns N' Roses en el estadio de Rosario Central, fue parte del multitudinario homenaje a Soda Stereo que se llevó a cabo al aire libre en Pampa y Alcorta y recibió dos nominaciones a los Latin Grammy en las categorías “Mejor Album de Rock”, por Biblia-Ovni, y “Mejor Canción de Rock”, por "Niña Dios". Tanto ese tema como "Muñeca roja", los dos primeros singles del último álbum, suenan repetidamente en las FM porteñas, pero eso, parece, no garantiza nada: "En Estados Unidos, un tipo que mete un hit se compra una mansión en Beverly Hills. Acá, gracias si le puede poner la membrana al techo de la casa de la madre que heredó", señala Walas, tomando prestada una humorada de una periodista amiga.
No hay planes de nuevo disco de Massacre, por lo menos para 2017, pero sí un objetivo que el carismático cantante sintetiza con un tono categórico: "La vida real nos defraudó. Entonces Massacre va por la psicodelia, el surrealismo total. Vamos hacia la abstracción, a entrar en guerra definitiva con la realidad".
–¿Cómo se traduciría eso en un próximo disco?
–Siempre hay un "Tomorrow Never Knows" en los discos de Massacre. Pienso en temas como "El robot vs. la momia azteca" o "Lo mío no es tan grave". Es probable que profundicemos en esa línea.
–Ya hace diez años, desde El mamut (2007), grabado bajo la supervisión de Juanchi Baleirón, que vienen trabajando con productores de la industria. Van a tener que negociar un disco de la características del que planeás.
–Pablo Guyot y Alfredo Toth, los productores de Biblia-Ovni, estarían perfectos para ese disco. Los dos son fans de los Beatles. No veo el problema. Lo mismo con Juanchi. O con Alejandro Vázquez (productor que trabajó con Carajo, Bersuit, Divididos e Intoxicados), que es fanático de la psicodelia grunge. Cuando decidimos dar el paso de laburar con productores artísticos, de incoporar una mirada externa a la banda sabíamos qué implicaba. Así como Radiohead dijo "OK Computer", nosotros dijimos "OK Producer", nadie nos obligó. Lo que hicieron esos productores que trabajaron con nosotros en El mamut, Ringo y Biblia-Ovni fue dosificar, administrar un poco la crudeza de la banda. Del sonido más noise, más cercano a Sonic Youth, pasamos a uno más limpio, más pop. Y cuando tomamos esa decisión, obviamente sabíamos que había que negociar muchas cosas. Sin dejar de ser intransigentes en otras, claro. Valoramos las sugerencias, pero también defendemos nuestra lírica, nuestro estilo. Y tuvimos peleas a los gritos con nuestros Phil Spector (risas). Son conflictos geniales porque terminan teniendo buenos resultados. Ahora nos damos cuenta de que muchos temazos que grabamos en los discos anteriores estarían mucho mejor si los hubiese producido esta gente. Estamos más grandes, también. Cuando era anarco-punk no me podías hablar de Serú Girán. Y hoy me doy cuenta de lo buenos que eran. Nosotros éramos unos pendejos zarpados que pretendían dinamitar las tripas del planeta desde un sótano. Y ellos estaban fuera del sótano haciendo muy buena música.
–¿Te imaginás vos en el rol de productor?
–No desde el punto de vista técnico. Los que saben de todo eso en la banda son el Tordo Mondello y Fico Piskorz. Yo sería un muy buen productor conceptual, digamos. Te podría armar una de esas bandas Disney con mucha eficacia, sin dejar ninguna arista descubierta. Pero necesitaría la colaboración de un ingeniero de grabación.
–¿Recordás el momento preciso en el que te empezaste a interesar de verdad por la música? ¿Hubo algún disco o una banda que representaron una bisagra y te impulsaron a pensar en un proyecto propio?
–Tengo el recuerdo puntual de una especie de playón que estaba entre la Facultad de Derecho y los que eran en aquel momento los estudios de ATC, hoy la TV Pública. Ahí nos juntábamos los pibes skaters y una nueva generación de chicas roller-skaters. Venía el hijo de un diplomático que vivía en Washington y traía un grabador en el que escuchábamos cassettes. Así escuché a las primeras bandas que me marcaron. Eran bandas de new wave, punk y algunas de heavy metal. Me gustaban especialmente Devo, que hoy es una banda de culto, objeto de estudio, súper vanguardista, y una más brutal, The Plasmatics, liderada por Wendy Williams, una mina que cantaba semidesnuda con una energía increíble. Creo que ahí encontré una especie de receta: la intelectualidad de Devo más el salvajismo de los Plasmatics. Después escuché a Sex Pistols, a Iggy Pop, etcétera. Pero lo mío es esa combinación del ñoño nerd criado por una abuela y la bestia del rock and roll. Y eso es también lo que sigo buscando en los discos que compro cuando salimos de gira, lo mismo que buscaba cuando los compraba en El Agujerito.
–Una vida entre las tablas de skate y los vinilos.
–Sí, y me centralicé especialmente en la new wave de la Costa Oeste. Escuchaba The Cramps y otras bandas más radicales, como Black Flag, Circle Jerks y Dead Kennedys. También a Bad Religion, Social Distortion y T.S.O.L.. Y a bandas inglesas como Joy Division, The Cure y Siouxsie & The Banshees. Toda gente oscura y con el componente existencialista que tanto me gusta. Con Dead Kennedys me copé mucho por la bajada de línea social, anarco-punk, lo que hoy representa el discurso antiglobalización y que en la Argentina, siempre digo un poco en broma, ahora lleva adelante Violencia Rivas, el gran personaje de Capusotto (risas). En esa época, empezamos viendo a los musicos en la revista Trasher y después nos metimos en los sótanos porteños para verlos en vivo. Íbamos a ver a Los Violadores, a Los Laxantes... En un momento decidimos empezar a ejercer y tuvimos la suerte de contar con el padrinazgo de Los Fabulosos Cadillacs. Sobre todo de Sergio Rotman y Flavio Cianciarulo. El primer bajo de Massacre fue un regalo de Flavio.
–Si pensamos al rock nacional en perspectiva, encontramos referentes que definieron la escena en cada década. Por armar una genealogía arbitraria: Manal y Pescado Rabioso en los 70; toda la renovación post-dictadura de los 80, con Sumo, Virus, Soda Stereo, Los Violadores, Don Cornelio; el Nuevo Rock Argentino en los 90, con Babasónicos, Peligrosos Gorriones, Los Brujos. Imagino que te debe costar más identificarte con lo que vino después, a partir de 2000.
–En la primera mitad de la década que arrancó en el 2000 hubo una exacerbación de la pose rockera. Aparecieron todos los "Pomelos". El rock era eso que pasaba en festivales auspiciados por empresas donde deambulaban un montón de imitadores de Mick Jagger. Después pegó la "fórmula Calamaro". Y se armó una especie de cruza, Jagger + Calamaro, que estuvo muy de moda. Los VIP de los camarines estaban llenos de modelos, famosos y sushi. Le metieron una inyección artificial y decadente al rock. Capusotto ridiculizó con mucha inteligencia a toda esa escena. Enhorabuena que lo haya hecho, porque la desacralizó. Esos pseudo Mick Jagger que parecían intocables pasaron a ser risibles. Y el rock fue retomando de a poco su cauce natural. Hoy nosotros nos hemos ganado un merecido respeto, igual que otra gente que no sirve para montarles el circo a los empresarios, como sí servían aquellos "Pomelos" de los que hablaba. Si armás una fiesta con Sergio Rotman, Ariel Minimal, Nekro, Barbi de Utopians, y Santiago Motorizado probablemente se parezca más a un velorio. O, en el mejor de los casos, será una charla de melómanos en la que no hay espacio para el millonario que colecciona guitarras de Pappo y no caza una. Hay cosas que todos nosotros no vamos a hacer. No vamos a ceder a la tentación de la demagogia, a pedir que nos aplaudan los de River y los de Boca, los peronistas y los radicales. Los que ponemos el énfasis en lo artístico no hacemos demagogia. No tenemos la actitud cobarde de ponernos la camiseta de la Selección con el 10 de Messi para subir a un escenario. La gente que hace eso no pertenece al rock. Hablo del rock que nos enseñaron John Lennon, Bob Dylan, Patti Smith y Lou Reed. Es posible que nosotros no garpemos a nivel marketing. Pero sí garpamos a nivel artístico. Llenamos corazones y conciencias.
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