La banda de culto por excelencia del rock local cambió de estatus en 2007 con su disco El mamut, que este año relanzó en vinilo; acaba de editar una nueva canción, “Mariposa”, producida por Gustavo Santaolalla, quien trabaja en el próximo disco del grupo
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“Una de las cosas que nos diferencia a los artistas de culto del resto es que tu disco termina o en una batea de ofertas o en Discogs a 250 dólares”, dice Guillermo “Walas” Cidade, vocalista de Massacre, para referirse al estatus que la banda que lidera supo cosechar en más de treinta años de carrera.
En todo ese recorrido, el grupo se aferró al cruce entre la cultura skater, la actitud punk y la psicodelia para dar con una propuesta que pasó más tiempo en los márgenes de la industria que en el centro de ella. “Estamos por ese costadito del mundo, ese lugar alternativo, a mucha honra, porque después cuando vienen las críticas de los entendidos, nuestro disco siempre es el mejor del año en las encuestas. Eso ya para mí es el éxito”, sintetiza Walas.
Lo cierto es que, si bien Massacre hizo horas extras en el recorrido de la escena independiente, la publicación de El mamut, su sexto disco de estudio, puso al disco a jugar en otras ligas desde 2007, desde un lugar cada vez más destacado en las grillas de festivales y su expansión allende las fronteras. Tiene sentido entonces que la banda haya decidido convertirlo en su primer lanzamiento en vinilo a principios de este año. Pero como el mundo de Massacre no vive del pasado, sino del presente, a finales de junio la banda estrenó la canción “Mariposa”, un viaje lisérgico producido por (e interpretado junto a) Gustavo Santaolalla, primer adelanto de un disco que todavía está en proceso de incubación. Tanto la reedición como el simple sirvieron como excusa para que Massacre se presentase en el teatro Coliseo en julio, a donde regresarán el 18 de septiembre por la demanda de entradas.
-¿Cómo llegaron a la búsqueda sonora de “Mariposa”?
-Si ves la carrera de Massacre, en todos los discos hubo temas como “Mariposa”. Nosotros tenemos esas dos facetas: la “poguera” y la psicodélica, por eso a veces hacemos shows con la gente parada y a veces en teatros. Pendulamos entre esas dos cuestiones. A mí me gustaría hacer un compilado de todos los temas de Massacre de este estilo, que cuando éramos más chicos, en los 90, le decíamos “el lado oculto”. La novedad es la figura del productor, que además participa: Santaolalla toca y hay de todo. Hay unas genialidades subliminales que yo digo que son chamánicas y extra sensoriales, que entran por lo subliminal.
-¿Cuáles son esos aportes que mencionás?
-Gustavo me dijo que quería armonizar los estribillos y después meter instrumentos que me los empezó a enumerar y son todos esos que le gustan a él. Santaolalla es uno de los músicos más universales que existen: ha tenido que hacer bandas de sonido de películas filmadas en diferentes lugares del mundo, por lo que esos instrumentos que antes eran andinos ahora son de cualquier lugar del mundo. Metió guitarras eléctricas, y él está enamorado de un instrumento que se llama ronroco. En una charla me dijo: “A mí me gusta tocar los instrumentos que no sé tocar”, lo que me parece genial, porque es un concepto para la vida, porque es salir del lugar del confort o del expertise y animarse a improvisar. A mí también me gusta ese riesgo, por eso me gusta la fragilidad del indie. A mí no me gustan los virtuosos, esos violeros que se tocan todo, esos campeones que sabés que la mueven. A mí me gustan esas bandas como Galaxie 500, todos los que corrían paralelos a Pixies y que hacían las cosas artesanales y frágiles.
-¿Cómo sigue el proceso de creación del disco?
-En este momento, Santaolalla sigue trabajando en Los Ángeles con su eterno aliado, Aníbal Kerpel que, quien no lo conoce, que googleé Crucis y se va a encontrar con el mejor rock sinfónico y progresivo hecho en la Argentina. Laburan juntos desde siempre, se fueron juntos en los 80 y tienen el estudio en un lugar divino desde el cual se ve el cartel de Hollywood. Siguen laburando con las nuevas canciones y la próxima que viene es un knock out que ni te cuento, una bomba atómica. La primera palabra que surgió cuando empezamos a trabajar fue “psicodelia”. Le mandamos los demos de cuatro o cinco canciones y nos dijo “Me encanta que usen esos tonos y esas afinaciones no convencionales. Me doy cuenta que hay un riesgo y mucha psicodelia”. Los demos están compuestos con muchos instrumentos valvulares y reverbs antiguos. Hay un poco de surrealismo a nivel imaginario, y mucha psicodelia a nivel formato, envase.
-La psicodelia aparece bastante en la obra de Massacre, pero leída desde el punk. ¿Cómo se llegó a esa búsqueda?
.Nuestra cuna es el skate punk, el hardcore y el surf punk, que si le ponés un nombre es el de los Dead Kennedys. Ellos son de San Francisco, y cuando nosotros nos pusimos a investigar quiénes estuvieron antes ahí, eran los de la psicodelia, los teóricos como Timothy Leary o esos líderes de la expansión mental como John Sinclair o los Grateful Dead, Jefferson Airplane y los Byrds. Ellos fueron los primeros antes de que la cosa se radicalizara, y por una cuestión social, más que pacifismo y amor libre, tenían que estar a los gritos. Cuando empezamos a investigar eso, rápidamente nos volcamos hacia ese lado, sin dejar de lado la guitarra mordiente, machacante. También nos alimenta ese campeonato perdido que había durante los 90 en Inglaterra, el dream pop. Nosotros fuimos a grabar dos discos a Londres, y en ese entonces el campeonato lo ganaba el grunge con Nirvana y Soundgarden. Pasó desapercibido todo el movimiento de Swervedriver, Curve, Ride, Levitation. Los más conocidos fueron Spiritualized y My Bloody Valentine. Todo eso el que mejor lo rescató en la Argentina fue Gustavo Cerati, sin duda, en su fase solista y en Cerati/Melero, y nosotros desde el rock y el underground.
-¿Y cómo llega la música de los márgenes al mainstream?
-¿Cómo entra? Igual que entraba Sumo, de costado (se ríe), porque Sumo nunca perteneció al rock nacional. Entra de manera difícil y con una etiqueta que la tenemos pegada casi con Poxipol que dice “de culto”, que es la forma de decir fácilmente “inclasificable”, “no popular”, “no complaciente”. Somos disfuncionales para con lo mainstream y lo oficial. El público no es el mayoritario, pero por suerte cada vez va creciendo más. Yo siempre digo que cuando era chico iba a un programa de radio y me preguntaban mis influencias, decía Joy Division y Velvet Underground, y era predicar en el desierto, no había respuesta ni del interlocutor ni de los oyentes. Hoy en día salís a la calle y gracias a Dios hay más remeras de la banana de Velvet y del dibujo de la tapa de Unknown Pleasures que de Iron Maiden y AC/DC.
-Desde el comienzo de la pandemia, Massacre trabajó todos los formatos posibles de show: autocine, streaming pago, burbujas... ¿Cómo fue adaptarse a todas esas instancias?
-El primero fue rarísimo, porque fue encima cuando salí del Covid. Hicimos un show en Mandarine con autos. Fue una prueba de fuego para mí, para ver cómo estaba a nivel cantante, y fue una prueba de fuego también para esta nueva normalidad. Los primeros tres, cuatro temas, era raro: terminabas y el aplauso era con bocinas o luces. Al cuarto tema se armó un ritual en ambas dimensiones: escenario y público, con la gente subida arriba de los autos y se armó una cosa de fiesta necesaria. Después hicimos el patio del Konex, y dos shows en el Club Tucumán, que es una fija de Massacre; con poca gente. Lo último que hicimos fue el Coliseo, con el 50% de aforo, que en definitiva es como si fuera una Trastienda llena, son 800 personas. El ser humano se va adaptando tanto a lo bueno como a lo malo, así que nos vamos adaptando. Por suerte somos de los privilegiados, que tuvimos unas dosis de esa droga tan necesaria que tenemos los rockeros, que es el aplauso. Dependemos de dos cosas: del volumen, de poner el Marshall a 11, y del aplauso, esa aprobación del otro.
-¿Este tipo de formatos suplen la ausencia de los shows como solían ser las cosas antes de la pandemia?
-Un poco sí necesitamos esa cosa que yo llamo orgiástica, o que Dárgelos llama “estado de rock”: estar todos en un trance donde todas las voluntades se juntan en una, que puede ser un estribillo o una estrofa. Uno de los rasgos de la madurez es saber postergar el placer, esto se lo escuché a Carrie Bradshaw, de Sex and the City. Por supuesto, no reprimirlo ni negarlo forever, pero sí saber postergarlo o administrarlo. Si sabemos ser maduros como sociedad, podemos esperar y bancar un poco para después volver, ojalá, a la normalidad de antes.
-Antes mencionaste tu experiencia con el Covid-19. ¿Qué te llevó a contar tu caso a través de Instagram en septiembre del año pasado?
-Mi necesidad básica de hacerlo fue cuando vi que tratábamos mal y tiranizábamos al personal de salud, que hacíamos cosas como quemar barbijos en Plaza de Mayo y otras cosas medievales y de Guerra Santa. Había negacionistas. Cuando yo la pasé tan mal y vi gente cercana que la pasó tan mal, vi la necesidad de decir: “Chicos, esto no es joda, es en serio. No es un invento ni conspiracionista ni nada”. La pasamos muy mal mi mujer y yo, entonces me puse esa especie de capucha como simbolizando a DiCaprio en El Renacido, y salí a decir que no hagan lo que hice yo durante los primeros diez días, que me automediqué, y traté de dar mi visión, porque en ese momento todo estaba muy polarizado. La verdad es que tuvo repercusión, porque hasta lo levantó (Jorge) Rial y lo transmitió dos veces, así que espero que haya servido. Y creo que sí, porque tiene muchos comentarios de gente que me dijo que recapacitó.
-Parte de la ética de “hazlo tú mismo” que movilizó en los comienzos a Massacre, ahora se puede ver en la escena trap, en la que los músicos graban canciones con netbooks de planes educativos. ¿Cómo te llevás con ese fenómeno?
-Es un poco como el fenómeno Billie Eilish, que tiene un poco de real y un poco de sal y pimienta. Hay un poco de romanticismo, porque para hacer ese discazo ella no estuvo solamente en la casa con un micrófono de celular, pero lo celebro. Yo soy de la generación donde nosotros íbamos a grabar un disco y tenía que venir un experto en batería y probar diez redoblantes antes de meter el primer golpe. Se armaba todo un ritualismo de la excelencia, y eso acompaña también a conductas y ritualismos que ya quedaron atrás. A mí lo que más me gusta de la cultura trap son los chicos que llevan mensajes inteligentes, como el de Wos con la no meritocracia. Los que llevan mensajes banales y más cercanos a lo tropical y a lo caribeño, que son más machirulos, y ves esos videoclips donde la mujer tiene un lugar de adorno y el hombre siempre en un trono, eso no me gusta. También me gusta mucho el freestyle, porque es un ejercicio mental maravilloso. Es lo que hacían antes los gauchos con la payada, que involucra métrica, rima e ingenio, porque el chiste también es cómo cerrás la frase. Es casi un ejercicio de crossfit para el bocho.
-El mes pasado lanzaron El mamut en vinilo. La industria se aferró a ese formato para impulsar las ventas físicas, que hoy en día tienen precios cada vez más alto. ¿Cómo ves ese proceso?
-Yo era de los que iban a las ferias a comprar lo que ya no le importaba a nadie, que se llamaba long play, valía dos pesos con cincuenta, y que hoy en día son tesoros incluso más caros que las reediciones. Por un lado, los seres humanos necesitamos aferrarnos a cosas físicas. Necesitamos evocar cosas buenas que nos pasaron, como cuando vamos a ferias a buscar juguetes antiguos o a buscar ropa antigua, o bien estamos revocando carencias con cosas que no tuviste. El ciclo empezó con los long plays y los simples, después apareció el cassette y por último vino el CD. Ya muchas de las bandas independientes y cool están editando en cassette, ¿y después qué es lo que va a venir? El CD de nuevo, pero lo importante es cambiarle el nombre. ¿Por qué? Porque cuando nosotros éramos chicos no le decíamos vinilo, era disco o long play. Esto es una trampa del marketing de Occidente y del mercantilismo, pero cuando se agote la moda del vinilo, y ojalá vuelvan a bajar los precios, va a aparecer de nuevo el CD con una nomenclatura nueva. Los seres humanos necesitamos aferrarnos a tablas de salvación y esas tablas tienen que ser físicas. Occidente nos impone tener más que ser, pero a la vez está buena la ‘maoización’ de que todo el mundo pueda escucharlo a través de plataformas.
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